Los primeros síntomas son sutiles. No recordar dónde dejaste las llaves o con quién comiste el día anterior. Podría ser un despiste normal del día a día, pero “cuando estos olvidos son cada vez más frecuentes, afectan a cosas sencillas y claramente hay una evolución progresiva es cuando uno tiene que ir al médico”, previene Rocío García, especialista del Servicio de Neurología del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid.
El olvido es uno de los signos más reconocidos de la enfermedad de Alzheimer, junto a la dificultad para expresarse o la desorientación temporal y espacial. Estas alteraciones se deben a la “pérdida progresiva de neuronas, lo que condiciona la memoria, el lenguaje, la orientación o la conducta”, explica Rafael Arroyo, jefe del Departamento de Neurología del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid.
Aún se desconocen las causas de la enfermedad, pero es la patología neurodegenerativa más frecuente que existe. Solo en España hay más de 800.000 pacientes, según las estimaciones de la Sociedad Española de Neurología. Se sabe que está relacionada con factores de riesgo vascular como la hipertensión arterial, la obesidad o la diabetes, el estilo de vida y, en menor medida, factores genéticos, aunque el principal factor de riesgo es la edad.
La mayoría de los pacientes que desarrollan esta enfermedad lo hacen a partir de los 65 años y se prevé, apunta el doctor Arroyo, “que el 12% de las personas mayores de 80 años padecerán Alzheimer”. En nuestro país, debido al aumento de la esperanza de vida y el consecuente envejecimiento de la población podrían dispararse los casos en las próximas décadas. De hecho, las previsiones de la OCDE indican que la incidencia del Alzheimer en España podría duplicarse en 2050.
Aunque es una enfermedad directamente relacionada con la longevidad del paciente, “se sabe que hasta diez o quince años antes de empezar la sintomatología se pueden estar almacenando ya proteínas tóxicas en el cerebro del paciente que podrían dar síntomas”, declara el neurólogo. En los últimos años se han identificado los mecanismos de funcionamiento de dos proteínas, la beta amiloide y Tau, que intervienen directamente en el desarrollo del Alzheimer.
Hoy en día son ya son los principales biomarcadores utilizados para confirmar el diagnóstico temprano de la enfermedad. “Cuanto antes seamos capaces de actuar contra esas proteínas, seremos capaces de detener mucho mejor la enfermedad, algo que hasta ahora no hemos podido lograr”, afirma el doctor Arroyo. No existe cura, pero sí hay disponibles tratamientos que pueden paliar los síntomas y mejorar la calidad de vida del paciente en las primeras etapas de la enfermedad.
Un dato alentador, señala Mar Jiménez, jefa asociada de Diagnóstico por la Imagen del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid, “es que hay múltiples vías de investigación. Cuantos más caminos abiertos tengamos, más probable es que por uno o por varios lleguemos a conseguir algún fármaco o combinación de fármacos que tenga éxito terapéutico”.
Mientras tanto, los especialistas recalcan la importancia de los hábitos de vida saludables por su impacto en la enfermedad. Es lo que se denomina un tratamiento no farmacológico, llevar una vida activa, física, intelectual y socialmente. Con sus pacientes, el doctor Arroyo cuenta que llevan a cabo “talleres de memoria, entrenamientos cerebrales” y, en el día a día, es esencial “llevar una vida ordenada, rutinaria, dormir bien y controlar los factores de riesgo cerebrovasculares, como la hipertensión arterial. Todos estos hábitos son muy importantes para que el cerebro que padece la enfermedad de Alzheimer desarrolle la sintomatología más tarde o por lo menos ayude a que la calidad de vida del paciente y de sus familias sea mejor”.
Relata el neurólogo cómo el entorno familiar es el otro gran afectado en el diagnóstico de Alzheimer. “Es una enfermedad de unas características sociosanitarias realmente importantes, y de ahí la importancia del apoyo a los familiares y por supuesto a la investigación, para que realmente el control de la enfermedad sea mejor en el futuro”.
La creciente incidencia de la enfermedad preocupa a los expertos, aunque las expectativas respecto a los tratamientos son francamente positivas. “Hasta hace poco no teníamos tratamientos que realmente cambiaran la enfermedad y con los nuevos avances, lo biomarcadores, los nuevos tratamientos y las nuevas dianas terapéuticas que nos está dando la investigación creemos que en los próximos diez años va a haber un cambio muy significativo en el manejo y tratamiento de los enfermos de Alzheimer”, concluye Arroyo.