Según un estudio reciente de una consultora internacional, el 25 % de los empleados españoles sufren tristeza en su trabajo.
Uno de cada tres trabajadores reconoce que a causa de su trabajo padece estrés, ansiedad o ira, además de reconocer que no están comprometidos con su empresa y sentir que su vida no es ni plena ni próspera.
Analicemos tres tipos de empleados según su edad biológica.
Los que están cerca de su jubilación, es decir rondan los 65 años, pertenecen a la generación del baby boom y se caracterizan por ser pacíficos y ambiciosos.
Son una generación acostumbrada a vivir para trabajar, que tienen un gran compromiso con la empresa, pensando, quizás, que la heredarán algún día. Este grupo de currantes, claramente, no pertenece a los sujetos del estudio realizado, posiblemente por tener casi finalizada su etapa laboral.
Ahora, nos vamos a centrar en un individuo de la generación X, anda entre 40 y 45 años y está, supuestamente, en su mejor momento laboral. ¿Por qué no es feliz? ¿Eligió mal su carrera? ¿Su trabajo? ¿Qué le inquieta, atormenta o perturba?
Pues cabe la posibilidad de que sea un producto de un sistema donde sus progenitores decidieron por él que tenía que hacer una carrera, y no cualquier carrera. Tenía que ser el mejor ingeniero, abogado, juez o médico.
Sus padres, que no pudieron estudiar, invirtieron mucho esfuerzo y dinero en él, para que pudiera cursas sus estudios, y claro ¿quién le dice a papá que no quiero ser médico?, ¿que lo que me gustaría hacer en la vida son pulseras y pendientes e ir por los mercadillos de Ibiza vendiéndolos y practicando el amor libre?
Ni que decir tiene, que otra parte fundamental, por supuesto “impuesta”, era tener una familia y darles nietos a esos amantísimos padres. Con lo que lo del amor libre, como que tampoco encaja en esa filosofía de vida.
En realidad, este sujeto X, posiblemente no quería cursar estudios superiores y hubiese preferido hacer, por ejemplo, formación profesional, para tener otro tipo de oficio. Pero prácticamente no tuvo opción. Porque la mirada de decepción de un padre o una madre, con una lagrimilla cayendo por su mejilla, es muy difícil de superar.
¿Qué es lo que pasó entonces? Pues que a duras penas consiguió hacer una carrera poco motivante, junto con cientos de personas más y luego también tuvo que pelearse por un trabajo bien remunerado, aunque poco estimulante.
Aunque si vamos a hablar de dinero, vayamos con la generación Y, los famosos Millenialls.
Uno de ellos, con una edad entre 30 y 35 años, que tuvo más libertad para estudiar lo que desease se las prometía muy felices el día que salió de la facultad o del centro de formación con el título en la mano.
¿Cobrar yo mil euros? Por eso ni me muevo de la cama, pensaba cuando iba a comprar el marco para su certificado.
Eso es para los que no han estudiado, para los que se dedican al sector servicios.
La cruda realidad hizo su labor y le puso rápido los pies en el suelo.
Primer trabajo, 1000 euros justitos como ingeniero superior de cualquier cosa importante, con jornada partida y con horas extras sin remuneración.
El que tuvo algo más de suerte 1200, pero porque el dueño de la empresa era amigo de su padre.
Finalmente, se dieron cuenta de que un título no asegura un porvenir y ni mucho menos una estabilidad económica o emocional.
Por eso, cuando como profesor algún alumno me pide consejo de que podría estudiar, siempre digo la misma frase: “tienes que hacer algo que te guste, que te ayude a despertar por las mañanas con una sonrisa, olvídate de lo que hoy crees que estará mejor o peor remunerado y piensa que vas a pasar 40 años de tu vida haciéndolo”. Y ya que tienes que hacerlo, que al menos te motive, llene o te haga sentir satisfecho. Si no es así el buitre de la infelicidad te estará rondando a diario por los siglos de los siglos.