Bullying es la palabra que se utiliza para definir el acoso que sufre una persona en su etapa escolar. Pero, ¿se utiliza esta palabra de forma correcta? Alrededor de ella hay dos figuras la del acosador y la de la persona acosada. Es decir, aparece una víctima y un verdugo, pero ¿es así la realidad?
No se puede obviar que hay una persona que es acosada, maltratada, humillada o vejada, de eso no cabe ninguna duda. Pero, ¿qué hay del acosador? ¿Hemos reparado alguna vez en el porqué de su actitud? Ni que decir tiene que esa acción que realiza es totalmente injustificable, sin embargo, vamos a profundizar en que puede llevar a un niño o adolescente a maltratar a otro.
Hay muchas posibles causas que pueden llevar a que un niño actúe de esta forma, pero siempre responde a una manera de canalizar su ira interna.
El acosador está en un momento personal perturbador que le lleva a comportarse de esa manera, ya sea por problemas personales en su casa, con su familia, grupo de amigos o incluso algún motivo exclusivamente personal que le atormenta.
¿Cómo tiene que actuar un educador en estos casos? En el momento en que un profesor o cualquier miembro de un centro educativo tiene constancia de un posible caso de Bullying, se abre un protocolo de acoso de forma inmediata que garantiza la seguridad del menor acosado. Se toman cartas en el asunto para dilucidar si es o no un caso de acoso y si así fuese detener de forma tajante la actitud del acosador y proteger al acosado.
Este protocolo es efectivo, pero desde mi punto de vista suele quedar incompleto, ya que cuando se detecta el caso y se elimina el acoso, el protocolo tiende a diluirse en el tiempo sin haberse completado, al menos en relación al acosador.
El menor acosador también necesita ayuda, y mucha. Además de las acciones correctoras pertinentes, tiene que seguir un proceso restaurativo, donde se tiene que buscar el motivo de su comportamiento. Esta parte del protocolo es la que suele flaquear más, pero es la más importante, ya que si no se hace, el acosador volverá a actuar igual con otros compañeros. Ya sea en su centro o en otro, si se diese el caso de que cambiase.
Tampoco habríamos resuelto su problema con lo que tendríamos el dilema inicial multiplicado por dos.
La conclusión es sencilla, los docentes tenemos que estar alerta ante cualquier caso de acoso en la escuela. Debemos ser muy eficientes en la resolución de los mismos. Ayudando tanto al menor acosado, para que sea capaz de ver luz al final del túnel, sanarse y volver a recuperar la ilusión perdida y las ganas de vivir, como al acosador para que se dé cuenta de sus errores, los subsane y sea capaz de afrontar y reparar los problemas que le llevaron a esa situación. Que ambos se reincorporen a la normalidad totalmente curados emocionalmente. Con esto conseguiremos que nuestros alumnos crezcan con serenidad y armonía siendo capaces de solucionar conflictos de una manera pacífica basada en la empatía y en el bien común como miembros felices y sanos de esa sociedad que anhelamos protagonicen en un futuro próximo.