Irene no ha bailado nunca Temblando de Hombres G agarrada a los brazos del de turno. Ése que nos dejó o lo dejamos sin saber muy bien cómo ocurrió, porque a esa edad lo único que tenías claro es que todas las canciones hablaban de ti.
Tampoco ha sentido la tensión de ver cómo se acercaba el chico que te gustaba, oliendo a recién duchado y con veinte litros más de colonia de la debida, con una cerveza de tubo en la mano, haciendo como que no te ve, y consiguiendo que se parara el tiempo justo cuando parecía que iba a pasar de largo pero, de repente, levantaba la mirada y te sonreía. Entiendo que estas cosas son absolutamente opresoras y prometo mirar mañana un burka en Amazon para liberarme del yugo heteropatriarcal.
Irene no ha debido nunca de ser joven. Irene debió de criarse en el peor de los orfanatos soviéticos de finales de los '90 donde por las noches entraba el cuidador de turno a hacer cosas feas con los niños mientras, aquí, el resto de chavalas de su edad quedaban con la pandilla y bailaban uno de esos lentos en los que a él se le iba deslizando la mano por debajo de la cintura hasta llegar al bolsillo de aquellos Levi's con los que habías pasado ya oficialmente a ser una tía mayor. Hoy Irene quiere obligarnos a que nos pregunten primero: ¿Te parece bien que vaya bajando la mano un poquito, guapa? Y adiós al momento, a la magia, a aprender a vivir, a aprender a decidir, a aprender a decir sí, a decir no, y a equivocarte también. A sentirte mal por hacer o no haber dejado hacer y a crecer. Adiós a todo.
No. Irene nunca ha debido de vivir el lenguaje de las palabras, los gestos, las miradas y los silencios. Ese dejar asomar el deseo a través de la insinuación, donde al final, como siempre, todo era accesorio ya menos los cuerpos. Pobre Irene. Se lo ha perdido todo. Sólo así puede explicarse el odio talibán que tiene contra los hombres que no compartan su ideario.
Esos hombres que tanto nos gustan, que nos han enseñado a andar en bici cuando éramos pequeñas y a nadar sacando bien los pies mientras nos daban instrucciones a 40 grados de pie en el bordillo de la piscina, barbilampiños o afeitados, gordos y flacos, altos y bajos; con su camisa blanca en verano, su boca de lujuria y promesa fácil, los que compartieron un café con nosotras en París y un amor en Polonia, los que salen de la ducha de un hotel con la toalla por la cintura y el pelo mojado y se arreglan para irse contigo a cenar, a los que hemos odiado cuando nos han dejado de amar y también a quienes no amamos lo suficiente, los que nos han hartado a mensajes de móvil sembrando sin saberlo en tierra estéril, y los que nunca más volvieron a llamar; los que cuidan de sus hijas y los que no tanto, los que se equivocan siempre a la hora de calcular las raciones de leche en polvo para el biberón, los que se quedan en las guerras y dejan ir a los niños, los ancianos y las mujeres para que se pongan a salvo; y aquellos a quienes nunca les daremos la oportunidad de que sus pantalones pasen la noche en el respaldo de la silla junto a nuestro vestido.
Antes te ibas haciendo mayor conforme ibas dando pasos. Conforme ibas metiéndote en problemas. Conforme ibas encontrando el camino. Esos pasos que sólo sabían tus amigas más íntimas, porque antes la intimidad era de uno y no la legislaba Irene. Y así ibas formando tu propio concepto de lo que eran las cosas, de lo que querías y lo que no, siempre aprendiendo tarde, pero aprendiendo.
Ahora se requerirá un consentimiento para todo aquello, como si antes no, aunque no sabemos si habrá de ser explícito, por escrito, oral, ante notario o si valdrá también por lenguaje de signos. Ante la duda, siempre podremos llamar a la policía de lo correcto para que nos asegure que estamos relacionándonos conforme a las directrices válidas de Irene, que ya no es Irene sino Irene Montero.
Su Ley del sólo sí es sí se supone que es para hacer más libres a las mujeres, quienes sin embargo nunca antes habían sufrido tantas agresiones sexuales en España y en mayor medida en las zonas donde se han instalado sin ningún control jóvenes procedentes de culturas donde violar o pegar mujeres es el pan nuestro de cada día. Miserables todos cuantos callan esta realidad por miedo a ser señalados mientras cada vez hay más crías intentando superar el trauma de haber sido brutalmente violadas. Porque ignorar una realidad criminal te hace simplemente desconocedor de ella, pero conocerla y ocultarla te hace cómplice.
Gracias a la Ley del sólo sí es sí de Irene Montero no se conseguirá absolutamente nada excepto desnaturalizar aún más las relaciones entre un hombre y una mujer, porque cualquiera se atreve a irse ya con nadie a la cama. El siguiente paso, pueda ser indicarnos qué hemos de leer al susodicho o qué papel hacerle firmar antes de acabar en el sofá con un gintonic. Todo muy natural.
Una Ley que, sin embargo, permitirá que todas aquellas mujeres que se planteen denunciar un caso así o lo hayan hecho, aunque la sentencia sea absolutoria, puedan recibir compensaciones económicas. Un nuevo caladero de votos, que de eso trata realmente el asunto.
Así que no sólo se ha puesto cada vez más difícil ser mujer y llegar borracha y sola a casa sino que, además, se ha puesto casi imposible lo de ser hombre y querer relacionarse con ellas. Y los palmeros del Gobierno alegan que si eres un hombre correcto con las mujeres, no tienes nada qué temer. Ya ven. El fanatismo ideológico a veces tiene estas cosas. Cada cual elige su ceguera.
Y se imagina uno ya la conversación gracias a Irene: Puedes bajar un poco más la mano. No. Hasta ahí. ¿Seguro? Sí. Hasta ahí. No. Un poco menos. Puedes besarme. ¿Seguro? Sí. Un beso, no, mejor dos. Tres. No, mejor uno largo. ¿Cuánto de largo? Por no pasarme, por si acaso. Vale: puedes quitarme el pantalón. ¿Seguro? Sí. No, bueno, espera. Firma aquí.
Irene Montero es la ministra de Igualdad del Yo sí te creo, hermana si le convenía, dejando abandonadas a todas aquellas víctimas de verdugos que rompen el relato que le ha permitido vivir sin mirar las facturas a final de mes.
Así que ya es hora de un Yo no te creo, hermana, porque se trata de la ministra bajo cuyo Gobierno se han disparado las agresiones y violaciones y consciente del fracaso de sus números, no tiene reparo alguno en seguir manejando el cotarro en vez de dejar paso a alguien más capacitado. Aunque sólo fuera por el dolor que debería producirle que a pesar de sus políticas haya cada vez más mujeres víctimas de este tipo de violencia. No parece afectarle demasiado.
Se le va convirtiendo a Irene Montero todo en un Yo no te creo, hermana, tras dedicar su vida política (no se le conoce vida profesional anterior a fichar por Podemos según el propio Portal de Transparencia del Gobierno) a victimizar a la población femenina por colectivos (gordas, flacas, feas, madres solteras, divorciadas, casadas, maltratadas, pobres, obreras, lesbianas, pensionistas...) para ofrecerles su hombro desde Galapagar mientras lo que incrementa no es ni su seguridad ni su libertad, sino su miedo. El miedo es ese instrumento con el que el Estado consigue hacernos sentir seguros sólo bajo su tutela mientras vacía nuestros bolsillos con la excusa de protegernos.
Además, esto, realmente, sólo puede ser cuestión de dinero. Porque si no, es imposible entender el silencio de la ministra cuando son ellas quienes acaban con la vida de sus hijos o maridos. O la negativa de Unidas Podemos a endurecer la prisión permanente revisable para los asesinos sexuales que oculten el cadáver de esas mujeres o sean reincidentes. Aquel día que votaron en contra estaban en el Congreso los padres de Diana Quer y de Marta Calvo. Hace falta cuajo. El pretexto de que no valdría para nada que se lo cuenten a los padres del niño de nueve años asesinado en Lardero por un hombre que estaba de permiso tras haber sido previamente condenado por asesinato y agresión sexual. Pero siempre nos quedará lo de no legislar en caliente. Ni en frío. Ni en templado.
Al final el miedo es el negocio. Y el de Irene Montero no está en reducir el número de agresiones ni en que las mujeres vivan seguras y libres, sino en mantener el terror que justifique la necesidad de que exista su discurso. Como si no fuera de por sí suficiente terror ver cómo crecen las agresiones sexuales a mujeres en toda España y comprobar que quieren acabar con ellas pintando los bancos de morado, colocando pegatinas antiagresores en los edificios o aprobando leyes en las que se discrimina por defecto a todo el sexo masculino.
Así que suponemos que con esta nueva ley el violador cejará inmediatamente en sus intenciones cuando ella le diga que no tiene su consentimiento. Se ve que era un detalle que a las mujeres que estaban siendo agredidas se les debía de olvidar comentar a sus agresores. Qué cosas.
Todo queda pues en un Yo no te creo, hermana, porque tenemos un Ministerio que prefirió no hurgar en el caso de las menores tuteladas por el Gobierno de Baleares, porque no convenía. ¡Ay!, hermana, cuánto daño por acción y omisión en tan poco tiempo, y qué feo haber alcanzado la gloria con este peaje.
Es un evidente Yo no te creo, hermana, tras comprobar cómo hemos interiorizado y asumido que una ministra de todos los españoles calla cuando es una madre la que asesina a sus hijos para hacerle daño al padre de las criaturas, y omite que desde 2007 los datos indican que el número de mujeres condenadas por sentencia firme por asesinar a sus hijos es ligeramente superior al de los padres condenados por el mismo delito, según un informe que se molestó en elaborar el periodista Marcos Ondarra. Datos que no pudieron ser obtenidos a través del Ministerio de Igualdad, curiosamente, pero sí del Ministerio del Interior. Niños asesinados que sólo se contabilizan en la Delegación del Gobierno contra la violencia de género si son cometidos por los padres, y no si se cometen por las madres. Terrorífico.
El silencio de Irene Montero como ministra cuando un hombre va a un calabozo acusado de una agresión sexual sin pruebas y días después se descubre que era inocente, apesta a locura sectaria.
Intentar frenar las violaciones vendiendo como éxito que ahora las relaciones deben ser consentidas, cuando eso ya lo recogía el Código Penal, denota la falta absoluta de seriedad con la que se deciden cuestiones tan graves que afectan a la seguridad, igualdad y libertad de toda la sociedad en su conjunto: a unos porque podrán ser señalados como agresores con sólo la declaración de la presunta víctima, a las otras porque es evidente que así nunca podrán recuperar la tranquilidad de relacionarse con un hombre o de ir solas por la calle.
Una vez más, mucho ruido para tapar un escándalo tras otro y más política de activista llegada a ministra con la cual, casualmente, lo único que han crecido son las agresiones a mujeres y el presupuesto para su Ministerio.
Yo no te creo, hermana.