'Jurado nº 2': A los 94 años, Clint Eastwood estrena un sólido y complejo drama judicial

'Jurado nº 2': A los 94 años, Clint Eastwood estrena un sólido y complejo drama judicial

Cine

'Jurado nº 2': Clint Eastwood estrena a los 94 años un sólido y complejo drama judicial

Publicada
Actualizada
Clint Eastwood (San Francisco, 1930) tenía 15 años cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, 33 cuando mataron a Kennedy y 45 cuando se murió Franco. El decano de los cineastas estadounidenses, es también el más "americano" de los vivos, el artista que representa como ninguno los puros valores de Estados Unidos. El más importante, el individualismo, entendido no de manera egoísta o narcisista si no como una exaltación de la libertad personal, indesligable de la responsabilidad.

En las películas de Eastwood no es tanto el sistema (aunque también puede serlo ya que participa, en el mismo sentido, de la desconfianza en el Gobierno americana) cómo el hecho de que sus propias fallas nunca justifican, ni legitiman, que el individuo, en último término, siempre es capaz de decidir por sí mismo lo correcto o lo incorrecto.

Por tanto, la carga final recae sobre él, no sobre el sistema. Es exactamente lo contrario de lo que vemos en las películas de Ken Loach, donde es la propia sociedad siempre la culpable de la maldad de los hombres.

Ya en Harry, el sucio (Donald Siegel, 1971) y sucesivas veíamos a Eastwood como héroe solitario que no tiene problemas en saltarse la ley cuando cree que es un obstáculo para que paguen los malos, planteando el dilema entre lo legal y lo justo. En sus películas con Sergio Leone como El Bueno, el feo y el malo (1966), se plantea un escenario paradisíaco para el "libertario" Eastwood como el far west donde el poder del Estado y sus instituciones es inexistente.

La justicia de estas películas sería como la economía neoliberal, Eastwood parece crear que existe esa "mano invisible" de Adam Smith por la cual el mercado "moral" se autorregula solo mejor que cuando la burocracia, los "picapleitos" y maquinaria monstruosa de ese "Leviatán" interfieren complicando las cosas.

El dilema de Justin

En Jurado nº 2 vemos lo que le acontece a Justin Kemp (Nicholas Hoult, que está soberbio). Periodista de una revista ligera, casado felizmente con una bella joven con la que va a tener un bebé muy deseado, deja atrás un pasado complicado de alcoholismo. La duramente conquistada plácida vida del reportero de suburbio en la rural y bella Georgia se ve interrumpida cuando lo nombran jurado para un caso de homicidio. El acusado es un macarra (Gabriel Basso) de la zona encarcelado preventivamente por el asesinato de su novia después de haberse peleado con ella en un bar.

El género judicial siempre es agradecido con su ancestral planteamiento (el caso), nudo (el juicio) y desenlace (la sentencia). En este caso, a Eastwood le interesa sobre todo mostrar (con absoluta fidelidad) el proceso de deliberación de un jurado, con sus tecnicismos legales (que tanto detesta) y rutinas.

En una película como ésta, donde el centro no está en el juicio como de costumbre si no en esa deliberación del jurado, es imposible no acordarse del gran clásico del género, Doce hombres sin piedad (1957), en la que Sidney Lumet nos muestra de manera magistral la grandeza de la institución al hacer partícipe a la sociedad de las decisiones trascendentales que también le pertenecen. Como decidir sobre la vida de una persona, nada menos.
Aquí, la visión de la institución es mucho menos amable. La miga del asunto es que el protagonista sabe que el acusado no es culpable porque él mismo mató, de manera accidental en una noche de lluvia intensa, a la chica atropellándola con el coche. Un acto del que no era consciente porque pensaba que había dado a un ciervo.

El problema es que con su pasado de alcoholismo, si confiesa y salva al inocente, se condena a sí mismo porque a la salida de un bar de copas, ningún juez creerá que iba sobrio. Y en Estados Unidos, un país en el que hay nada menos que dos millones de personas en la cárcel y la ley es mucho más punitiva que en Europa, eso conlleva penas eternas de prisión. ¿Qué debe hacer el pobre Nicolas Hoult? ¿Salvarse a sí mismo y evitar una injusticia a costa de permitir otra? ¿O inmolarse para liberar a un desconocido además, de dudosa calaña?

Jurado nº 2, lejos de ser una exaltación de esa "institución democrática" como se presenta al jurado en la primera secuencia lo pone en la picota. Kemp/Hoult, tratando de salvarse a sí mismo y su conciencia, actúa como el Henry Fonda de Doce hombres sin piedad, intentando convencer a los otros inquisidores, de que el acusado es inocente, cuando todos lo consideran culpable. Pero las cosas no van tan bien como en la humanista película de Lumet, aquí casi todos son víctimas de sus prejuicios cuando no tienen prisa por quitarse el marrón de encima y ocuparse de sus cosas.

Para "ayudar" al protagonista, una eficaz fiscal (Toni Colette) que se presenta al cargo de fiscal del distrito (en Estados Unidos es electivo) haciendo bandera del feminismo y su "tolerancia cero" con las agresiones machistas. Porque, de manera muy sutil, lo vemos también en el jurado, la película también plantea una crítica contra los excesos de la era del #MeToo y la idea de que todos los hombres, por perder los estribos en algún momento, pueden ser considerados en sí mismos agresores o asesinos.
 
Con un buen guion del joven y nobel Jonathan A. Abrams, Jurado nº 2 es una buena película que plantea un dilema moral complejo y es al mismo tiempo arquetípicamente eastwoodiana. Como en la oscarizada Sin perdón (1992), vemos a un protagonista (de Wiliam Munny a Justin Kemp) con un pasado tormentoso que lucha por superar. La redención, en este caso, solo puede llegar mediante el sacrifico personal. Si el ex asesino Munny deberá jugarse la vida para que se haga justicia y salvar a sus hijos de la pobreza, al ex alcohólico pero aún joven Kemp se le plantea un sacrifico personal aún más oneroso y difícil. 

En las últimas películas de Eastwood hemos visto con frecuencia la idea del hombre que desafía las reglas del mundo para hacer lo correcto en producciones inspiradas en historias reales. En Sully (2016), un piloto de avión estrella en el río Hudson en pleno Manhattan el aparato contra el criterio de la compañía y aunque salva a los pasajeros, es perseguido por ello.


En la patriótica 15:17 Tren a París (2018), unos jóvenes americanos de vacaciones en Europa se enfrentan a unos terroristas islámicos en un tren y salvan a todo el mundo gracias a su heroísmo. Y en Richard Jewell (2019), un guardia de seguridad con pocas luces pero un gran corazón y sentido del civismo, impide que los atentados terroristas en los juegos olímpicos de Atlanta de 1996 se conviertan en una masacre aun mayor.

Jurado nº2 parece que nos adentra, en este sentido, en un terreno nuevo de ambigüedad para Eastwood dándole una vuelta de tuerca al sacrificio que se le exige al protagonista. Nótese que en Sully y Richard Jewell, el director también actúa como justiciero ya que ambos personajes reales sufrieron consecuencias negativas por sus actos y con esas películas también quiere poner orden vindicándolos.

Sin embargo, aunque en su nueva y quizá última película —llevamos años escribiendo lo mismo— Eastwood desafía las leyes de la longevidad y parece que quiere, de alguna manera, cuestionarse a sí mismo, en realidad no lo hace. Como buen libertario, Eastwwood nunca ha creído en las instituciones, pero que el sistema no solo no sea perfecto sino que sea muchas veces palmariamente injusto, no significa que no siga siendo un moralista.