Sean Baker da instrucciones en el rodaje de 'Anora'. Foto: Universal

Sean Baker da instrucciones en el rodaje de 'Anora'. Foto: Universal

Cine

Sean Baker: “Quiero que el público ría y ría y ría... y que, al final, llore”

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El cine de Sean Baker (Nueva Jersey, 1971) aúna tres mundos que pocas veces colisionan y nunca lo hacen de manera tan virtuosa. Primero, el de las atmósferas y temperaturas emocionales propio de directores “radicales” como Pedro Costa o Lisandro Alonso. Después, el de la narración tradicional que no renuncia a exprimir toda la belleza del plano. Y, por último, el de la sensibilidad social, que durante mucho tiempo ha brillado por su ausencia en un cine de autor obsesionado con la estética. Pero ¿por qué las películas sociales tendrían que ser feas, secas y realistas?

Los submundos del opulento Estados Unidos son la materia prima de Baker y los trabajadores sexuales sus héroes, como ya vimos en Tangerine (2012), The Florida Project (2017) o Red Rocket (2021). En Anora, premiada con la Palma de Oro en el último Festival de Cannes, Ani (Mikey Madison) trabaja en un club de “baile erótico” de Nueva York, en el que se supone que las empleadas no son prostitutas, aunque en los reservados puede pasar cualquier cosa.

Su vida, más bien miserable, cambia cuando conoce a Ivan (Mark Eydelshteyn), un archimillonario ruso de 21 años con el que vive un apasionado romance. Comienza entonces un verdadero cuento de hadas de sexo, drogas y DJs en aviones privados hasta que, claro, la realidad se impone. Porque el eterno cuento de la Cenicienta es solo eso, un cuento, aunque diga mucho de nuestra grandeza como seres humanos y de nuestra vulnerabilidad ante las reglas del mundo.

Pregunta. ¿Concibe Anora como una metáfora, más bien cruel, de las diferencias sociales?

Respuesta. La película trata las dinámicas del poder y sus jerarquías. Me interesa la forma en la que tratamos a la persona que está justo un peldaño por debajo en la escalera social. En la película, los personajes se enfrentan de manera constante con alguien que está por debajo o por encima en esa jerarquía. Excepto la protagonista, que se mete en una pelea con otra trabajadora sexual en un conflicto lateral, en igualdad de condiciones. Sin duda, esa diferencia de posición social es un tema que quería tratar.

Trabajadores sexuales

P. ¿Por qué le interesa tanto el trabajador sexual como personaje de sus películas?

R. En nuestro sistema determinados trabajadores están legitimados por la sociedad y otros no. Los que se dedican al sexo se ven arrastrados por la vergüenza, tienen un estigma, incluso en muchos aspectos están criminalizados. Sin embargo, trabajan mucho, se lo toman en serio y merecen respeto y seguridad. En mis películas, representan a personas reales. Evito santificarlos o ponerlos en un altar porque es imposible que el público conecte con ellos si no se ven sus defectos. Solo nos podemos reconocer en personas reales. Eso es muy importante para mí.

P. ¿Cree que va a continuar indagando en esta temática en futuros proyectos?

R. Cuando hice mi primera película (Starlet, en 2012) no sabía que las cuatro siguientes seguirían abordando a estos personajes. Nunca hubo un plan, es algo que ha surgido de manera orgánica, como una reacción a lo que estaba viendo en la televisión y en el cine americanos. Ha habido una larga historia de películas maravillosas sobre mujeres que se prostituyen, como Las noches de Cabiria (1957) de Fellini o La puerta de la carne (1964) de Seijun Suzuki. Sin embargo, la mayor parte de las representaciones son unidimensionales, vergonzantes y juzgadoras.

P. La historia se parece un poco a Pretty Woman (Garry Marshall, 1990), pero muestra una versión mucho más cruda. ¿La ve como su reverso negativo?

R. Si funciona de esa manera, se debe al subconsciente. No he visto Pretty Woman desde los años 90. En la primera semana de producción alguien del equipo señaló esa similitud, pero no quise volver a ver la película porque no quería que me influyera. Realmente, aunque entiendo la comparación, mi película no tiene nada que ver con Pretty Woman, que es una gran producción de estudio, aunque quizá es algo que nos ayude a llamar la atención. En esa época se hicieron muchas comedias románticas, y soy muy consciente de la mecánica de este género al estilo Hollywood.

P. ¿Queremos creer en los cuentos de hadas como cuando compramos lotería pensando que nos tocará, aunque sea algo extremadamente improbable?

R. Mi intención es que el público se preocupe por Ani, que esté con ella y participe de sus esperanzas, aunque todos veamos las señales de que son irreales, incluso ella misma. Al final hay una parte de humillación porque Ani es humana. Hay un momento en el club sexual, cuando parece que todo va bien, en el que sus compañeros celebran que se marche para casarse con un chico rico. Y Ani tiene ese momento de soberbia, de hubris, en el que pierde la perspectiva. Es una mujer con los pies en el suelo, poco fantasiosa, pero en ese momento se deja llevar ante la perspectiva de los diamantes. Es una reacción humana. Quiero retratar esas debilidades con personajes que no toman las mejores decisiones. Ella, en un momento, vive en la negación de la realidad, trata de retener la esperanza y el sueño. Eso quizá hace que el final tenga mayor impacto. Además, tengo actores maravillosos que realmente cumplen en el filme.

La importancia del humor

P. Hay mucha comedia en la película, aunque sea en último término una historia dramática. ¿Cómo trabaja esa mezcla?

R. Desde la distancia, es muy divertido ver a gente interactuar, especialmente cuando son inmaduros. Es imposible ser sincero si no equilibras la realidad con la comedia, porque todos usamos el humor incluso en nuestros momentos más difíciles y de mayor debilidad. Quiero que el público ría y ría y ría… y que, al final, llore.

Mikey Madison en 'Anora'

Mikey Madison en 'Anora'

P. Ha señalado varias veces su admiración por el cine español. ¿Ha habido alguna película o cineasta español que le haya inspirado en Anora?

R. Tras el cristal (1986), de Agustí Villaronga, ha sido una influencia, sin duda. Por otro lado, siento que sin la filmografía de Pedro Almodóvar posiblemente no me habría atrevido a dirigir las películas que he dirigido. Él ha hecho posible explorar determinados asuntos y, además, con cierta ligereza. Ha marcado un camino.