Duérmete, niño: vuelve Halloween, vuelven los terrores de la infancia
De los clásicos hasta los últimos estrenos, un repaso cinéfilo por la figura del coco, el hombre del saco y demás monstruos asustaniños.
Para quienes tenemos cierta edad aún resuenan con irónica y dulce melodía los versos “Duérmete, niño, duérmete ya, que viene el coco y te comerá…” . Canción de cuna tan terrorífica en su oscuro corazón que no te quedaba otra que hacerte un ovillo en tu camita y fingir que caías rendido por el sueño, aunque no fuera cierto. Siempre sería mejor que provocar la aparición de aquella figura extraña e informe, que apenas podías imaginar, capaz de surgir de entre las sábanas, del armario o debajo mismo de tu cama para devorarte implacable.
El coco, el hombre del saco, el sacamantecas, el Lobo Feroz, el Tío Camuñas, el ropavejero, el Tío Saín… Por sus muchos nombres lo conoceréis, pero en el fondo y a veces en la forma o en su imprecisa carencia de forma, es siempre uno y el mismo: el que acecha en nuestras pesadillas infantiles, utilizado por los adultos para meternos el miedo en nuestros frágiles cuerpos de niños indefensos. Para que seamos buenos, nos vayamos a dormir y hagamos los deberes.
No sé si en nuestros días más bondadosos y asertivos se sigue utilizando esta estrategia terrorista con los hijos, pero de su eficacia da buena cuenta el hecho no tanto de sus resultados —pocos infantes díscolos he conocido que cambiaran de carácter por las consejas asustaniños—, como el de su pervivencia en pleno siglo XXI, a través de la literatura, el cómic, el cine y las series.
Al mundo audiovisual hay que añadir el universo de internet, las redes sociales y su imaginario interactivo, caldo de cultivo para nuevos personajes de leyenda urbana, folclore hipermoderno que viene a sustituir o sumarse al del pasado, aportando su omnipresencia digital y viral.
De cocos y monstruos
La figura del asustaniños es universal. La encontramos en todo tiempo y lugar, como en todo tiempo y lugar los niños han sido traviesos e insolentes, y sus padres, abuelos, maestros, profesores o hermanos mayores, figuras de autoridad indefensas ante la rebeldía inocente a la vez que perversa e insistente de unos no siempre tan tiernos infantes. Por ello, el adulto acude a instancias superiores, de carácter sobrenatural e inasequibles a la razón, cuya más potente arma es el puro y simple miedo.
No se piense, como tanto ingenuo pedagogo quisiera hacernos creer, que es cosa de inculcar gratuitamente la obediencia por medio del temor. ¿Cómo alejar al cachorro humano del fuego de la chimenea o el enchufe del salón? ¿De la charca infecta, la piscina solitaria o la playa en marea alta? ¿Del sospechoso tipo que merodea por el parque o a la salida de clase? ¿De tantos y tantos peligros que acechan al niño sin que su escaso instinto y nulo conocimiento del mundo le protejan?
En el orbe anglosajón, es el bogeyman o boogieman quien ejerce por encima de todos esta labor poco agradecida. Relacionado, como nuestro coco —cuya denominación remite a las calaveras hechas con el fruto del mismo nombre o con las tradicionales calabazas que celebran estas fechas—, con el espacio liminal entre la vida y la muerte, cuyas puertas se abren en Halloween y otras fechas con sabor a celebración pagana del solsticio, como Navidad, su sombra se extiende por el mundo entero. De las rimas infantiles ha pasado velozmente al cine de terror más sangriento y asustante.
Resulta natural que el bogeyman, como el hombre del saco, adopte en nuestro tiempo la figura, entre la realidad y la ficción, del asesino psicópata en serie, cuando no también secuestrador y pederasta, aficionado al uso y abuso de los niños. Entes como el sacamantecas o el Tío Camuñas tienen también origen en asesinos o guerrilleros reales, transformados en pesadillas infantiles. Así, en 1980, en pleno apogeo del slasher, el perverso alemán instalado en las cloacas de Hollywood, Ulli Lommel, reinventó el personaje con The Boogey Man, titulada en España Satanás, el reflejo del mal, donde un violento novio abusador asesinado ante los ojos de unos niños, que contemplan el crimen reflejado en un espejo, vuelve a través de este para perseguirlos, cometiendo los más atroces crímenes. Poco que ver con la tradición del personaje, pero suficiente para conocer varias secuelas.
Más interesante es que Michael Myers, protagonista de la serie iniciada con La noche de Halloween (1978), sea identificado en su segunda entrega como, lisa y llanamente, el coco, al tiempo y a la vez que como espíritu del Samhain, es decir: del solsticio de invierno celta, inscrito en el ciclo de muerte y renacimiento común a las culturas agrícolas ancestrales. Eso sí, considerado erróneamente como “dios de la muerte celta”.
En diferente contexto, que derivaría hacia la ciencia ficción extraña, Phantasma (1979) de Don Coscarelli, inmortalizaba otra figura comeniños de connotaciones míticas: el Hombre Alto, encarnado por el impresionante Angus Scrimm, encargado de secuestrar niños para transportarlos como esclavos a una dimensión desconocida casi lovecraftiana.
Durante los ochenta, reinado de la comedia de terror y los más atrevidos héroes infantiles, había que vigilar bien el dormitorio de los niños: No mires bajo la cama (1979), simpático telefilme de oscura fantasía, marcó a toda una generación de estadounidenses; mientras, en España, quienes vimos la aciaga noche del 23 de febrero de 1976 el episodio de El quinto jinete titulado Coppelius, dirigido por José Antonio Páramo y adaptado del relato seminal de Hoffmann El Hombre de Arena, tuvimos pesadillas con Narciso Ibáñez Menta durante años.
El humor paródico animaba El monstruo del armario (1986) de Bob Dahlin, distribuida por Troma, donde los armarios eran puertas dimensionales y recarga energética para el loco monstruo que vivía en ellos. Más inquietantes, los habitantes de El sótano prohibido (1988) de Kevin Tenney, y La habitación del miedo (1988) de Armand Mastroianni, demonios infanticidas de origen arcaico, se beneficiaban de la incredulidad de los adultos, que tras implantar en sus retoños el miedo al coco, niegan obtusos su existencia.
Pero los verdaderos reyes del miedo infantil, las más terroríficas encarnaciones modernas del bogeyman, son Freddy Krueger y Pennywise. La naturaleza onírica y las características de Freddy remiten tanto al Hombre de Arena o Sandman de Hoffmann como al también alemán Struwwelpeter (Pedro Melenas), así como al sacamantecas y a los auténticos pederastas asesinos de las páginas de sucesos, y habitó nuestros malos sueños gracias al talento de Wes Craven y al talante del actor Robert Englund, quien le dio vida (o lo que fuera). Desde su aparición en Pesadilla en Elm Street (1984), Freddy Krueger, con sus manos-cuchilla, cara quemada, humor ingenioso y renegrido, no ha dejado de encarnar al hombre del saco más sarcástico y temible de todos.
Pennywise, devorador de mundos e infancias creado por Stephen King, que de cocos sabe mucho, tuvo su primera y más impresionante personificación gracias al veterano actor de Rocky Horror Picture Show (1975) Tim Curry. Él lo encarnó en la miniserie televisiva It (1990), dirigida por el alumno de John Carpenter Tommy Lee Wallace, superior a la más reciente versión cinematográfica de Andy Muschietti, donde es interpretado por un Bill Skarsgård disfrazado de efectos digitales.
A King le debemos además The Boogeyman (2023) de Rob Savage, basada en su relato corto, y el retorno del coco en la serie El visitante (2020), según su novela del mismo título. Por supuesto, también Candyman, creado por Clive Barker, puede ser considerado una figura a lo bogeyman, pese a su bagaje racial y urbano.
El retorno del hombre del saco
Mientras el cine ochentero prefirió reinventar al bogeyman con nuevas personificaciones, el siglo XXI ha vuelto los ojos a su denominación de origen, con resultado irregular pero insistente. La actual serie B nos ofreció una trilogía producida por Sam Raimi que no arrancaba mal, para caer después en la mediocridad: Boogeyman: La puerta del miedo (2005), Boogeyman 2 (2007) y Boogeyman 3 (2008).
Su inesperado éxito daría lugar a nuevas y diferentes variantes con regusto étnico: la islandesa Child Eater (2016) de Erlingur Thoroddsen, que vuelve a mirar en el armario; la producción española independiente Coco (2017), firmada por el alicantino británico Neil Boultby, más difícil de ver que el Coco mismo; Cucuy: The Boogeyman (2018), con giro latinoamericano al mito, o The Sandman (2017), reinvención del personaje de Hoffmann con poco en común con la vieja tradición europea.
Más lograda, Antlers: Criatura oscura (2021) de Scott Cooper recurre al wendigo con el que los nativos americanos asustaban a sus niños… y a los tragones de la tribu. Un ejemplo más canónico, lo que no es necesariamente una virtud, lo tenemos en la recientemente estrenada El Hombre del Saco (Bagman) de Colm McCarthy, cuya criatura sigue al pie de la letra las instrucciones de uso del personaje. Con la diferencia de que no se lleva a los niños malos, sino a los demasiado sensibles.
Llamativo es el retorno de Krampus, esa suerte de Papá Noel inverso que no invertido, que castiga en Navidad a los niños malos o que no poseen espíritu navideño. Criatura mitológica alpina, que a veces figura como oscuro acompañante de Santa, el éxito de la comedia de terror Krampus: maldita Navidad (2015) de Michael Dougherty desató una ola de imitaciones, que han asegurado su puesto al personaje en toda Navidad que se precie. Algunos folcloristas consideran al Krampus un personaje precristiano, del que derivaría la idea misma del bogeyman. Citemos también al holandés Dick Maas y su Saint (2010), donde el histórico San Nicolás resucita con un ejército zombi de mercenarios españoles de los Tercios de Flandes para secuestrar niños inocentes antes de Navidad.
Interesantes son los intentos de renovar el personaje, a veces, paradójicamente, retrocediendo a pasados míticos cuando no inventados. Es el caso de Sinister (2012) de Scott Derrickson y su inferior secuela, donde conocemos a Bughuul, ficticia entidad babilónica que utiliza el cine mismo como medio para llevar a los niños al Otro Lado, convirtiéndolos en cómplices de sus crueles designios como destructor de familias. Mezcla de bogeyman, demonio, dios pagano y estrella de black metal, Bughuul es uno de los cocos más originales del siglo XXI.
Con él compite en desventaja el Clöyne de Clown (2014), película de Jon Watts donde este supuesto demonio del norte de Europa se apodera del protagonista, transformándolo en payaso diabólico de la estirpe Pennywise, dispuesto a devorar como Saturno a sus propios hijos.
Más criaturas con apetito por víctimas infantiles y costumbres asociadas al coco encontramos en Under the Bed (2012) y Nunca apagues la luz (2016). En el mismo saco, nunca mejor dicho, entrarían los “amigos imaginarios” con malas intenciones de Z (2019) o la reciente Imaginary (2024), aunque la creación más sorprendente sea el Babadook (2014), del filme del mismo título de Jennifer Kent, que escapa a las páginas de un libro con aviesas intenciones. De gran potencia icónica resulta El Hombre Pálido imaginado por Guillermo Del Toro en El laberinto del fauno (2006), inspirado en los más terroríficos seres feéricos.
Malignas
El siglo XXI, tan igualitario, no podía olvidar a la coca o cuca, por así decir. Brujas y ogresas, malignas féminas ancestrales y malas madres por excelencia, no menos ávidas de hincar el diente a los tiernos infantes. La producción rusa Yaga: pesadilla del bosque oscuro (2020), del especializado en terror Svyatoslav Podgaevskiy, resucita la bruja eslava secuestraniños de sus tradicionales cuentos: Baba Yaga, con su casa viviente en el bosque. Los creadores de la saga de Krampus se inspiran para Mother Krampus (2017) y su secuela en su réplica femenina, Frau Perchta, degradación de una antigua y noble diosa germana, que en su forma de bruja castiga a los niños que se han portado mal, abriéndoles el vientre y llenándolo de paja y piedras.
Mejor resultado obtienen Brett y Drew T. Pierce con su Madre Oscura (2019), que pone al día la asustaniños más tradicional del folclore inglés: la vieja Black Annis. Bruja cambiaforma que tarde o temprano saca sus garras de acero para trinchar su comida favorita: la carne de niño fresca. Retazos de esta tradición, mezclados con Hoffmann y con la propia imaginación perversa de Neil Gaiman, encontramos en la bruja Beldam, La Otra Madre, de Los mundos de Coraline (2009), dirigida por Henry Selick.
Directamente del folclore proceden tanto la nada simpática Hada de los Dientes, equivalente oscuro del Ratoncito Pérez, de En la oscuridad (2003) de Jonathan Liebesman y No tengas miedo a la oscuridad (2010) de Troy Nixey, producida por Guillermo Del Toro, como la Llorona, legendaria infanticida del México colonial, que purga el asesinato de sus hijos anunciando desgracias, cuando no volviendo a llevarse con ella inocentes vástagos que envidia y odia. Rescatada del viejo cine gótico de terror azteca, con títulos clásicos como La Llorona (1960) de René Cardona, ha llegado al nuevo cine de terror mexicano con Kilómetro 31 (2006) y su secuela, que la mezclan con la leyenda urbana de la “chica de la curva”, e incluso al Universo Warren de los filmes producidos por James Wan con La Llorona (2019) de Michael Chaves.
El hombre de la red
Hoy el coco es digital. Desde los personajes que hemos visto, pasando por otros más simpáticos pero no menos terroríficos a su manera, como el Oogie Boogie de Pesadilla antes de Navidad (1993) de Henry Selick según Tim Burton, al que pusiera voz Ken Page en gloriosa imitación del gran Cab Calloway, o el capturador de niños de Chitty Chitty Bang Bang (1968), introducido en el guión por ese cruel fabulador que fuera Roald Dahl e interpretado por el bailarín australiano sir Robert Murray Helpman, hemos llegado hasta un interconectado mundo virtual donde el hombre del saco, sus secuaces y compadres adquieren el vigor digital de las fake news y las leyendas urbanas.
Filmes como El hombre de las sombras (2012) de Pascal Laugier, que lleva el tema a un sorprendente territorio social; Nunca digas su nombre (2017), de la prematuramente fallecida Stacy Title, o, por supuesto, la irregular The Slender Man (2013), que utiliza el formato del falso documental de terror, además de otras producciones basadas en este siniestro personaje, demuestran que el hombre del saco sigue con nosotros, aunque ahora sea el hombre de la red.
Lo curioso es que no sólo reaparece disfrazado bajo la piel digital de estos personajes de nuevo cuño multimedia adolescente, virtual y urbano, sino que goza aún de inmensa popularidad y poder con su tradicional aspecto de coco, bogeyman, bruja piruja, wendigo, hombre del saco, Krampus o Frau Perchta, todos ellos y los demás dispuestos a volver año tras año por Halloween, como implacable recordatorio de que nuestros miedos infantiles jamás nos abandonan. A no ser que seamos nosotros quienes no queramos abandonarlos a ellos. Por lo que pueda pasar.