Ennio Morricone, el Mozart del cine que trabajó de ‘negro’ y rechazó a Clint Eastwood
El compositor de las mejores bandas sonoras de la historia del cine, que falleció el pasado lunes, no siempre pudo firmar sus trabajos.
7 julio, 2020 01:46Noticias relacionadas
“Ennio Morricone es como Mozart”. Punto. No es sólo el mejor compositor de bandas sonoras de la historia, sino uno de los músicos más grandes. La frase la dijo Quentin Tarantino, el director que consiguió que Morricone, fallecido este lunes a los 91 años, lograra por fin un Oscar por la banda sonora de Los odiosos ocho. El director había utilizado muchísimos fragmentos del maestro en sus películas y, tras mucho insistir, logró cumplir su sueño. Que el genio al que admiraba desde hacía décadas escribiera la partitura de su octavo trabajo.
Tarantino no fue el único que comparó a Morricone con el compositor clásico, de hecho muchos le han definido como el ‘Mozart del cine’, una etiqueta que da una muestra de la sombra inabarcable del italiano, que cogió una trompeta casi por obligación, y acabó poniendo banda sonora a la historia de Italia y de cine de las últimas siete décadas. Mirar el trabajo de Ennio Morricone es repasar todo el cine italiano italiano, volver a las obras de sus grandes directores, al spaghetti western, a su relación de fidelidad absoluta a Sergio Leone y a sus partituras para Hollywood en filmes como La Misión, Los intocables o Días de cielo.
Más de 500 trabajos, y decenas de obras maestras y melodías que resuenan en la cabeza de cualquier cinéfilo. Un trabajo inimitable que marcó un antes y un después en la música para cine y que hizo que todos quisieran trabajar con él. En España sólo lo logró un director: Pedro Almodóvar. El manchego fichó a Morricone para su Átame. Décadas después, cuando el músico presentó sus memorias reconocía a la prensa que tardó muchos años en saber si a Almodóvar le había gustado su trabajo. Nunca hablaron de ello hasta que mucho después del estreno se encontraron y el director le confirmó que sí.
No le hacía falta a Morricone que alguien le dijera que su trabajo es bueno. Su ego le delataba, y hasta llegó a reconocer que él se hubiera dado el Oscar cada dos años. La Academia no lo consideró así, y tuvo que esperar a 2007 para que le dieran la preciada estatuilla, y fue la honorífica. Antes había perdido en cinco ocasiones, y por trabajos como Cinema Paradiso ni siquiera fue nominado. Las malas lenguas dicen que fue porque se negó a ser uno de ellos y por su afiliación política al Partido Comunista Italiano. A pesar de las ofertas para trasladarse a Hollywood siempre dijo que no y prefirió vivir en su Trastevere romano. “Me ofrecieron una mansión gratis en Hollywood, pero dije que no. Prefiero vivir en Italia”, dijo en una entrevista a The Guardian en la que confirmaba entre líneas esas tentaciones no consumadas. Hollywood le pidió perdón en 2016 con ese Oscar por Los odiosos ocho, aunque antes habían tenido que llegar otros muchos.
Quizás su suerte hubiera cambiado si hubiera dicho que sí a Clint Eastwood. El director le llamó en varias ocasiones para participar en sus películas como director, pero Morricone le dijo que no por un sentido de la lealtad a prueba de bombas. El compositor lo reconocía en sus memorias y en todas las entrevistas que daba, que le dijo que no a Eastwood por “respeto” a Leone, algo de lo que posteriormente se arrepintió. “Perdí una gran oportunidad y lo siento muchísimo. Cuando Clint me llamó dije que no por respeto a Sergio Leone, no porque no me gustaran las películas que hacía”, confesaba a la BBC.
Trabajé para los americanos, los ingleses y los canadienses, y cuando tocaba para ellos me pagaban con comida, lo que te da una idea de la pobreza de aquellos tiempos
Fue Leone el que le llevó a la fama, a convertirse en el maestro que es ahora. Lo hizo cuando descubrió en los créditos de una de sus primeras películas el nombre de aquel compañero de pupitre de su infancia. Hacía 25 años que no se veían, pero el director le llamó para darle la banda sonora de Por un puñado de dólares. Juntos cambiaron la historia del cine con los spaghetti western. Leone dijo que Morricone era mucho más que un compositor, era su guionista, e incluso se escribía la música antes de pulir las escenas en el guion para que cuadraran.
Morricone y Leone se conocieron mucho antes. Cuando los dos eran niños en la escuela y el compositor ni siquiera quería dedicarse a la música. Quería ser “médico o ajedrecista”, una afición que mantuvo hasta sus últimos días, pero tenía claro que no quería repetir la sacrificada profesión de su padre, un trompetista que no quiso que su legado se perdiera. "Un día me puso una trompeta en las manos y me dijo: 'Os he criado a vosotros, que sois mi familia, con este instrumento. Tú harás lo mismo con la tuya'. Me matriculé en el conservatorio y solo al cabo de unos años llegué a la composición", contaba Morricone en sus memorias.
Era 1939, e Italia, bajo la dictadura fascista de Mussolini, entraba en la Segunda Guerra Mundial al lado de Hitler y los nazis. Mario Morricone, su padre, acudía a las tropas, y durante los años que estuvo fuera el propio Ennio, formado en el conservatorio, le sustituiría en orquestas populares y de revista, donde comenzó su carrera musical. Tiempos duros y de hambre, cómo el recordaba en una entrevista en la que decía que, tas la Guerra, “trabajé para los americanos, los ingleses y los canadienses, y cuando tocaba para ellos me pagaban con comida, lo que te da una idea de la pobreza de aquellos tiempos”.
Aunque muchos dicen que su primera banda sonora es El federal, de Luciano Salce, en 1961, lo cierto es que Ennio Morricone ya llevaba muchos años trabajando en el mundo del cine, pero lo hacía sin que saliera su firma. Como ‘negro’ para arreglar composiciones de otros sin llevarse el mérito ni aparecer en los créditos: "En Roma, quien orquestaba, y a veces rehacía los apuntes escritos por un compositor para convertirlos después en lo que realmente se escuchaba en la película, era llamado, en argot, 'negro'. Pues bien, yo tuve este cometido durante muchos años, desde 1955".
A partir de entonces comenzó a trabajar con todos los cineastas italianos, y su vida y su trabajo se convirtieron en u reflejo de la historia de su país y del cine. El cine político de Pontecorvo, los westerns, el giallio junto a Argento, los experimentos de Pasolini, el Novecento de Bertolucci… y así hasta que llegó la fama mundial que le hizo trabajar con los más grandes autores: Malick, De Palma, Almodóvar, Joffé, Tarantino… Para todos tuvo las notas adecuadas y creó las bandas sonoras que auparon sus películas.
Hasta tuvo tiempo para el pop. Colaboró con Morrisey, Mina o Paul Anka, pero la música moderna no le gustaba. “No me sé el nombre de ningún músico pop, la música pop está estandarizada. Se hace para complacer al mayor número de personas posible. Yo también compongo para gustar a un gran público, pero cuando escuchas a mi música entiendes que he estudiado y aplicado la historia entera de la composición musical”, zanjaba en The Guardian. Muchos podrían considerar esa declaración una boutade', una salida de tono. Pero cuando hablaba el Mozart del cine uno sólo podía asentir. Quién iba a contradecir al maestro que había puesto música a los recuerdos cinéfilos de millones de personas.