Hugh Jackman, un estafador que cae bien
En El gran showman se esmera mostrando sus mejores dotes para contarnos la historia de P. T. Barnum, el controvertido creador del espectáculo moderno.
24 diciembre, 2017 02:12Ante la máquina avasalladora de Star Wars, no hay nada que hacer. No obstante, Hollywood no se resigna y para el último fin de semana del año se encomienda a El gran showman (Michael Gracey), un musical a mayor gloria de quien se encuentra en la raíz del sentido del espectáculo que lleva a los norteamericanos a convertir casi cualquier cosa en una apoteosis del "más difícil todavía": Phineas Taylor Barnum, quien se subió al carro de las portentosas oportunidades que ofrecían los nuevos medios de comunicación y las nuevas técnicas y creó el Ringling Brothers and Barnum Bailey Circus, la primera gran industria del entretenimiento fundada en 1871 y que llegó hasta nuestros días.
El único problema es que Barnum, no nos engañemos, no era precisamente un tipo ejemplar. A él se le atribuye la definitoria frase de que "a cada minuto nace un idiota". No tenía escrúpulos para exhibir a cualquier persona con una deformidad lo suficientemente llamativa para que la gente acudiera a verla pagando entrada (o, si no había ninguna a mano, para directamente inventárselas). Todo, eso sí, en aras de un espectáculo que siempre debía continuar, en una continua búsqueda para alimentar una capacidad de asombro que ya por entonces se agotaba ante cada nueva maravilla diaria.
Claro que si a un tipo así le pones la percha y el rostro de Hugh Jackman, todo cambia. El australiano (nació en Sidney en 1968 de padres ingleses que habían emigrado en busca de mejor suerte) se ha convertido -con permiso de George Clooney- en el ejemplo de actor imponente que da la imagen de ser capaz de levantarte a la novia y luego tomarse unas cervezas contigo sin mayor problema. Lo tiene todo: alto, guapo, con un cuerpo espectacular, una sonrisa desarmante y simpatía a raudales. Para colmo, canta y baila y es hombre de familia, casado desde hace más de dos décadas con su esposa, 13 años mayor que él. Desde luego, no hay otro retrato que pudiese ilustrar mejor la palabra "perfección" en la Wikipedia.
El salto a la fama
Y eso que el séptimo arte estuvo a punto de perderle. La primera vocación del joven Jackman fue la de ser periodista, y de hecho se llegó a sacar el título en la Universidad de Tecnología de Sidney. Pero justo después retomó lo que había sido su vocación desde que de niño se deslumbrara viendo a Harrison Ford protagonizar En busca del arca perdida (Steven Spielberg, 1981) y se prometiera a sí mismo que algún día haría lo mismo.
Y lo consiguió: en 1995 le llamaron para actuar en la televisión de su país, en Corelli, un drama carcelario en el que conoció a la que se convertería en su mujer, la directora y productora Deborra Lee-Furness, con la que ha adoptado a dos hijos. A partir de ese momento, todo comenzó a ir como un reloj, y se incorporó a la producción local de La bella y la bestia interpretando a Gastón.
Sin embargo, la fama le vendría unida a unas garras de adamantium: en el año 2000 se incorporó por primera vez a Lobezno, uno de los mutantes más carismáticos de los cómics de Marvel, en la primera entrega de X-Men (Bryan Singer). El problema de que fuese mucho más alto que lo que marcaban los cómics se solucionó poniéndole plataformas a sus compañeros de plano. Este año, tras nueve títulos, ha terminado su relación con el personaje en Logan (James Mangold), dejando muy complicado a la Disney sustituirle ahora que se ha hecho con la franquicia tras la compra de la 20th Century Fox.
A partir de entonces, ha brillado en películas románticas (Australia, dirigida por Baz Luhrmann en 2008), cine de autor de gran presupuesto (El truco final, por Christopher Nolan en 2006), musical (Los miserables, por Tom Hooper en 2012 y por la que se llevó su único Globo de Oro hasta ahora) o de ciencia ficción familiar (Acero puro, por Shawn Levy en 2011).
A lo largo de los años, además, ha superado un cáncer de piel, ha negado los rumores de que fuese homosexual (si lo fuese, llegó a decir, pues lo diría sin problema) y superado su adicción al sexo. Si con este curriculum no logra hacer de Barnum un tipo simpático, nadie lo hará.