La discriminación a un niño con autismo en Valencia: un bar le obliga a pagar aunque no consuma
Gabriel tiene autismo severo de grado 3 y una discapacidad del 65%. Cuando sale de casa, sólo puede comer su propia comida, explica su madre.
11 octubre, 2023 03:19Gabriel, de 10 años, es un niño de Valencia con autismo severo de grado tres y una discapacidad del 65%. El pasado sábado, su madre, Gemma Calvo, quiso salir con él a comer junto a su hermana de 8 y su abuela. Para un niño con esta condición, las salidas a la calle son extraordinarias. Su madre reconoce que “hacía años que no salían”. Pero lo que iba a ser un día diferente para Gabriel y su familia se convirtió en una pesadilla.
El restaurante que eligieron no les negó la entrada, pero les exigieron que el pequeño Gabriel pagase el cubierto, cuando él llevaba su propia comida. “Es un niño muy rígido, y no puede tocar ni una patata fuera de casa. Yo llevaba la mochila con sus zumos y sus platos, pero nos quisieron hacer pagar”, relata su madre.
Al llegar al restaurante, un establecimiento tipo buffet en el área de Burjassot, la madre enseñó la tarjeta de discapacidad del niño al personal. “Les dije que venía con un niño con TEA [trastornos del espectro autista] que no iba a comer. Les enseñé la tarjeta de discapacidad sin que me lo pidieran para que vieran que no les estaba engañando”, relata Gemma.
Acto seguido, la empleada dijo que tenía que llamar al encargado. Éste, según relata la madre, mostró un tono chulesco y dijo a Gemma que tenía que pagar. Tras alargarse la discusión, el encargado cedió a que el niño entrase de "forma extraordinaria" y sólo para aquella vez. La madre se quejó del trato y el personal del restaurante volvió a insistir en que tenía que pagar “al menos” el menú infantil. “¿Cómo va a pagar si no va a comer nada?”, se pregunta la madre en conversación con este periódico, quien denuncia que se sintió “alucinada” por el trato recibido.
“El encargado repitió en numerosas ocasiones ‘es lo que hay’ y que para la próxima vez ya sabíamos ‘lo que había’. Dijo que cómo se iba a asegurar él de que el niño no comía nada del buffet si en cualquier momento podía levantarse y coger comida…”, explica Gemma. “Según algunas valoraciones en Google, no es la primera vez que este restaurante actúa así”, añade. Tras vivir esta situación, la mujer decidió marcharse del restaurante con los dos niños y su madre.
Reclamación
Agitada por el momento, Gemma reconoce que no pidió la hoja de reclamaciones y que se fue con su familia a almorzar a otro restaurante donde no tuvieron ningún problema en que Gabriel no pagase por sentarse. Al cabo de dos horas, ya con sus hijos en casa, regresó sola al restaurante buffet para poner una queja. Fue entonces cuando, según explica, el mismo encargado comenzó a gritarle.
“Empezó a gritarme y a decirme: ‘Vamos a ser humanos’. ¿Humanos después de la situación discriminatoria que nos hizo vivir? Le insistí en que no me gritara y sólo paró cuando le amenacé con llamar a la policía”, dice la mujer. Gemma rellenó la hoja de reclamaciones, en la que el responsable del establecimiento redactó su versión de lo acontecido.
“La clienta nos dijo que llevan un tupper para uno de sus hijos y que si pueden entrar. Porque en la entrada pone que la entrada al buffet liga el pago de menú por persona y una bebida, y le dijeron que normal no se puede, pero que sería excepción. Nunca hemos tenido un caso así y es una mesa que no era la primera vez”, escribió el encargado.
Tras la amarga experiencia, Gemma explica que su hija menor, de 8 años, está muy impactada por el trato que recibieron por la condición de su hermano. “¿Si viene un niño invidente con un perro guía, le cobran también el sitio al perro?”, se pregunta la madre. Según reconoce, todavía está pensando si demandar al restaurante por trato discriminatorio. “No sé si va a llegar a algo”, teme.
Gemma explica que lleva 10 años luchando por los derechos de su hijo con autismo. Gabriel acude a la escuela con ayuda de una asistente personal y, dentro de lo que cabe, tiene la vida más normal posible. Sobre este caso, su madre reconoce que se sintió “violentada” y “sorprendida” por que ninguno de los comensales intercediera por ella y su hijo. “El derecho de admisión es legal, pero en este caso, su aplicación es inmoral”, concluye.