Un día con la tribu donde murió un niño por beber agua oxigenada: hijos sin colegio y cantos a Yahshua
Se hacen llamar las Doce Tribus y hay quien les acusa de ser una "secta". EL ESPAÑOL ha pasado un día con ellos en Corella (Navarra).
30 mayo, 2022 03:04Noticias relacionadas
Malak, Obed y Amats escanean a este reportero más a fondo que un control de aeropuerto. Especialmente Malak. Su tamaño impone y su mirada azul escarlata penetra hasta los tuétanos. Se nota a la legua que no se fía de mí. No le culpo. Parece que en cualquier momento se va a descubrir la peli que he montado y me van a decir que no, que no soy quien digo ser, que no vengo por vocación, que su sabbat me importa un comino y que el único dios que despierta mi idolatría se llama Rob Halford y canta en Judas Priest. Son las 18 horas en Corella (Navarra) y en breve comenzará la celebración de un día sagrado para las Doce Tribus. “Bueno, ¿nos vamos?”, anuncia Malak tras el breve interrogatorio. No me lo creo. Estoy dentro.
Se hacen llamar así en honor a los 12 hijos de Jacob que poblaron Israel, es decir, la tierra prometida al pueblo judío según el Antiguo Testamento. No se consideran cristianos, pero Cristo —Yahshua, por su nombre en hebreo— es su mesías; tampoco judíos, pero la Torá forma parte de sus leyes. Son una comunidad aparte, una rara avis del siglo XXI. Son las Doce Tribus y este reportero se dispone a pasar un día con ellos.
Tras varios años en el anonimato mediático, esta comunidad religiosa ha vuelto a copar titulares por la trágica muerte de un niño de tres años por ingerir agua oxigenada de forma accidental. Ocurrió el pasado jueves 19 de mayo y, de haber sido en cualquier otra casa, la noticia habría pasado tímidamente por las redacciones y los platós. No es el caso.
Así pues, este periódico se ha propuesto conocer en primera persona a esta peculiar comunidad, que son una mezcla de jipis y amish, como los que nos presentó Harrison Ford en la conocida película Único testigo. Para ello, no es posible aplicar las reglas habituales del periodismo.
Ha habido que mentir, hablando en plata. Por lo que a ellos respecta, soy un joven madrileño espiritualmente huérfano y que jamás ha pisado la redacción de un periódico. Estaba de paso, hacia Olite, cuando me topé con su tienda de productos ecológicos. Que san Francisco de Sales —patrón de los periodistas— me perdone por saltarme a la torera las normas de la profesión. Pero bueno, Antonio Salas tampoco le enseñó su carné de prensa a los skins.
Primer contacto
Es martes por la mañana cuando se produce el primer contacto con la tribu. Ya han pasado cinco días desde la muerte del niño. Una joven treintañera llamada Ajava atiende en la casa-tienda que tienen en las puertas de este pueblo navarro de 7.700 habitantes. Hace cerca de un lustro que se formó una comunidad de las Doce Tribus aquí. Dentro hay productos ecológicos como frutas y verduras varias, todo procedente de las tierras que tienen repartidas por España.
“¿Conoces Tribal Trading”. Ni idea. “¿Conoces las Doce Tribus?”. Menos aún. Ajava entonces se lanza a dar unas pinceladas de su forma de vida: que si le rezan a Yahshua, que si viven trabajando la tierra, que si están al margen del sistema… Ella nació, se crió y vive en la tribu. “Y mis hijos también lo harán”. Pocos días después descubriré que tiene tres con su marido, Amats. “El viernes por la tarde empezamos a celebrar el sabbat. Si quieres venir, estás invitado”. Sí, quiero.
El viernes a las 18 horas llego con puntualidad suiza al lugar. He concertado la cita con Amats, el marido de Ajava, uno de los pocos miembros con móvil y WhatsApp operativo. Todos sus nombres son hebreos: Shoshana, Kefa, Nitza, Fineas, Jonathan, Joel… Imposible acordarse de todos, más aún sin poder tomar notas. El que no nació en la tribu, se cambió el nombre al entrar. Malak, el veterano desconfiado, se llamó Ángel hasta los 28 años, cuando se unió.
La celebración del sabbat no se hace en la casa-tienda, si no en la hacienda La Noria, a las afueras de Corella, donde la tribu tiene 40 hectáreas de tierra dedicada al cultivo de olivos y espelta. Es la sede de su cooperativa, Tribal Trading, en Navarra. Antes de entrar, Malak lanza una advertencia: “Vas a notar que el ambiente está un poco raro”. ¿Más? “Ha sido una semana dura”. Ya veo por donde va esto.
—Supongo que lo habrás visto, ¿no?
—¿Lo del niño?
—Sí… Hemos tenido a muchos periodistas por aquí.
—No me digas...
—Entran sin permiso y filmando. Llevan toda la semana viniendo y estamos un poco hartos.
—Comprendo.
—Entonces no te extrañe que te miren un poco raro.
—Sin problema.
—Y no hagas fotos con el móvil.
—No te preocupes.
Sin grabar, sin hacer fotos, sin tomar notas… Esto va a ser el mayor ejercicio de memoria al que me enfrento desde el bachillerato.
Me sacan a bailar
La nave es de proporciones generosas y está a medio construir. Dentro habrá cerca de 60 personas, de las que una cuarta parte son niños. Todos los hombres llevan coleta corta baja y pantalón vaquero y camisa. Las mujeres llevan faldas largas y camisas con estampados varios. Un atuendo muy parecido a las prendas populares del este de Europa. La inmensa mayoría de ellas lleva la cabeza cubierta con un pañuelo, pero hay excepciones. Todos, sin distinción de sexo, se ponen una cinta en la cabeza al entrar al recinto. Solo dos personas nos salimos de la norma: este periodista infiltrado y la anciana madre de un miembro, que está de visita.
Tras unas presentaciones de cortesía y un vaso de zumo de manzana y jengibre, se forma un enorme corro. Me sientan a la izquierda de Malak, como para tenerme controlado. 60 pares de ojos me miran. Algunos de reojo, otros con una sincera sonrisa. “Demos la bienvenida a Jaime —salta el primer orador, cuyo nombre he sido incapaz de retener— y a nuestros hermanos de Francia”. Al parecer, hay miembros de otra comunidad de visita.
El orador se cuelga una mandolina del cuello. Otros dos hacen lo propio con sendas guitarras. También hay una trompeta, un violín, una flauta dulce, una flauta travesera, un yembé y dos platillos hihat. con la orquesta ya formada empiezan los cánticos religiosos. Son canciones marchosas y alegres cantadas en inglés, en castellano y en hebreo.
“El inglés es el idioma oficial de la tribu”, explicará poco después Malak. Tiene sentido, ya que las Doce tribus surgieron en Estados Unidos a principios del siglo pasado. Llegaron a España en 1994, concretamente, a San Sebastián. Actualmente tienen presencia en País Vasco, Navarra y Alicante. Los miembros van cambiando de comunidad, según las necesidades de cada una.
Al son de la música varias personas se lanzan a bailar en el centro de la sala formando un corro. Se cogen de las manos y dan vueltas, cambian de sentido, dan palmas, van al centro… Se nota que lo hacen cada fin de semana. En la tercera o cuarta canción Kefa, un cincuentón encantador, me saca a bailar. Y heme aquí, al corro de la patata cogido de la mano de dos hombres adultos. Madre mía… Poco me pagan por meterme en estos saraos.
Tras varias canciones, volvemos a tomar asiento y la sala enmudece. Es ahora momento para que todo aquel que quiera hable libremente y diga por qué se siente agradecido. “Puedes hablar tú si quieres”, me susurra Malak. Claro... Y me canto una saeta también, ya de paso.
Uno se muestra agradecido por la revelación que le hizo dejar de ser “una oveja descarriada”. Todos le responden con un sonoro “amén”. Malak también se arranca a hablar. Unas seis personas intervienen, todos hombres, salvo una niña de voz dulce que no pasará de los 15 años.
“El fin de los tiempos”
En la cena me han dejado presidir la mesa de los más mayores. De nuevo, tengo a Malak al lado y también a Joaquín, el único que se presenta con su nombre en castellano. El primer plato de la cena es verdura cruda: lechuga, tomate, pepino, zanahoria… todo ello aliñado al gusto.
Joaquín me somete a otro interrogatorio: a qué me dedico, de donde soy, por qué estoy aquí, cómo he conocido la tribu… En las respuestas recibe más datos falsos que verdaderos. Asimismo, aprovecha para explicarme, a grandes rasgos, que el mundo se va a la mierda. “Nos acercamos al fin de los tiempos”. ¡Qué me dices! “Cada mil años es un día en la vida de Dios. Desde Adán hasta ahora, hay seis mil años conocidos”. Ajam. “Nos acercamos al sexto día”. Claro que sí. “Lo estamos viendo: el Covid, la guerra, todo”. Venga, es que no me creo que no os droguéis.
En las Doce Tribus el alcohol está prohibido, así como fumar o consumir cualquier tipo de droga. Tampoco consumen música, ni cine, ni más libros que textos religiosos. “Bastante tenemos con la realidad”, afirma Malak. Su vida es casi monacal.
Tampoco comen cerdo. “El Levítico prohíbe comer animales con pezuña hendida no rumiantes”, aclara Malak. En ese momento recuerdo que el Levítico es el mismo libro de la Biblia que considera la homosexualidad una “abominación” o que prohibe tatuarse la piel. Como me vean el torso les va a dar un patatús.
El día para las Doce Tribus comienza con una reunión a las siete en la que se reza y se marcan las tareas del día. Para cada trabajo se designa a un jefe de equipo que manda sobre los demás, al menos durante ese día. En la tribu, supuestamente, no hay un líder oficial y las decisiones se consensúan. Sin embargo, se nota que hay algunos que mandan más que otros, como Malak. También se nota que la estructura es patriarcal, quedando las mujeres más al cargo de las tareas del hogar que el hombre. En las Doce Tribus se comparte todo. Todo el dinero y todos los recursos son comunales.
Probablemente el punto más polémico en torno a la tribu es que los niños no van al colegio. “Hacemos homeschooling”, afirma Malak. Los niños aprenden lengua, matemáticas, ciencias naturales, música… Pero todo en casa. Esto les ha costado varias denuncias. “Hace ya tiempo que no pasa. Pero antes venían mucho a ver nuestro sistema y siempre nos terminan dejando, cuando ven que los niños realmente aprenden”.
Lo cierto es que las hemerotecas no dejan a las doce tribus en buen lugar. En septiembre de 2013, 40 niños fueron rescatados de una comunidad de las Doce Tribus en Deiningen, al sur de Alemania. Al parecer, los niños recibían castigos físicos con varas de madera. “Recibimos denuncias concretas de seis testigos sobre los abusos físicos que sufren los niños en la secta. Tenemos la sospecha de que los padres abusaban de sus hijos”, declaró entonces el portavoz del juzgado que aprobó esta drástica medida.
Asimismo, hay testimonios de exmiembros de las Doce Tribus que hablan de auténticos “lavados de cerebro”. "Es una secta en toda regla porque se aliena a las personas. Allí no tienes libertad de expresión, estás sometido las 24 horas del día y no puedes cuestionar nada. Se vive una especie de hipnosis colectiva que te lleva a perder la capacidad de tomar decisiones", aseguró al diario El País una persona que consiguió salir.
Último interrogatorio
Después de la cena, vuelven los bailes y las canciones. El ambiente es festivo y alegre, pero yo no puedo evitar pensar en que todos los niños presentes no sabrán lo que es disfrutar de una simple cerveza al calor de un buen disco. Pobres. Joaquín aprovecha para hacerme el último interrogatorio sobre si soy periodista.
“Ha venido mucha gente grabando con cámara oculta. Se pasaban tres días con nosotros, como si nada, pero iban grabándolo todo y luego salíamos en la tele”, asegura. Me vacío los bolsillos para que vea que no le estoy grabando. “Vale, vale. Si no lo decía por ti”.
La noche termina temprano, en torno a las 22 horas, con una última canción en inglés y un rezo colectivo. Todos los miembros vuelven a formar el corro y levantan las manos al cielo. “No tienes que levantarlas si no quieres”, me dice Malak, pero allá donde fueres, haz lo que vieres.
Antes de marcharme me recuerdan que estoy invitado a volver cuando quiera, me regalan un pan y varios fanzines de divulgación de su fe. Yo me deshago en agradecimientos y digo que volveré, por supuesto. Pero al ponerme al volante noto una sensación agridulce: tengo una buena historia periodística a costa de haber mentido a esta gente que me ha abierto las puertas de su casa con una sonrisa y me ha sentado a su mesa. No es lo suyo. Por suerte, se me pasa pronto al recordar que mañana veré cómo el Madrid se merienda al Liverpool.