Edificio de viviendas en la Calle Orzán de A Coruña: sillas en la cubierta
El edificio de viviendas en la Calle Orzán 206-208, obra del arquitecto coruñés Arturo Franco Taboada, es un proyecto complejo, con capacidad de adaptación, resuelto con minuciosidad y maestría en un contexto tan complejo como el extremo de la plaza de Pontevedra
4 enero, 2023 06:00Patti Smith fue entrevistada por el historiador David C. Ward en la National Portrait Gallery con motivo de la publicación de su libro ‘Just kids’ en 2010. En este encuentro informal, Smith relataba de forma distendida sus referencias culturales, sus vivencias en el Manhattan de los setenta en los que el hotel Chelsea, sus inicios en la poesía o su relación con Robert Mapplethorpe. En un momento dado, en que Smith había realizado un hermoso retrato descriptivo Mapplethorpe, Ward le inquirió “Pero… y esto tengo que preguntarlo ¿alguna vez os peleabais Robert y tú?”. Smith sonrió, hizo una pausa, y prefirió responder con una anécdota, que expresaba no sólo una respuesta a la cuestión planteada por Ward, sino que, de alguna forma, definía la atmósfera creativa que rodeaba a la pareja y sus principios artísticos que eran, en realidad, los heredados a través de las generaciones a lo largo de la historia.
“Robert me llevó a mi primer Open Mic, porque él quería que yo leyese mi poesía. Lo moderaba Jimmy Carroll. Nos estábamos preparando para salir al escenario, yo como siempre me vestí al estilo de Baudelaire o algo así, y Robert salió con unos pantalones metalizados de color dorado, con un broche también superpuesto dorado que él había diseñado. Justo antes de eso, habíamos tomado un café, él tomó un café y yo tomé té, a mí me gusta con miel y no tenían miel en el Diner así que solía llevar un bote conmigo. Y entonces él dijo: Patti, no saques eso, estás llamando la atención” Patti Smith, entrevistada por David C. Ward, 2010
La dirección de la mirada es, quizás, una forma de iniciar una conversación. La interpretación de la realidad a través de una sencilla manera de observar, puede crear su propia estructura interna a través de pequeños puntos de inflexión en los que el ojo se detiene motivado por el criterio personal. Sin embargo, algunas formas de mirar no son sólo coincidentes, sino, en ocasiones, universales.
“Al observar la realidad de otra gente con curiosidad, distanciamiento, profesionalismo, el ubicuo fotógrafo opera como si esa actividad trascendiera los intereses de clase, como si su perspectiva fuera universal. De hecho, la fotografía al principio se consolida como una extensión de la mirada del flâneur de clase media, cuya sensibilidad fue descrita tan atinadamente por Baudelaire” Susan Sontag ‘Sobre la fotografía’ 2008
La curiosidad del paseante que observa la ciudad comparte una interpretación que representa a Baudelaire, aunque este lo desconozca. Siguiendo el consejo de Walt Whitman al caminar “sé curioso, no criticón”, el paseo se nutre de estímulos e instantáneas que permiten dar forma a una narración personal.
“El hombre que nunca altera su opinión es como el agua estancada, y cría reptiles en su cabeza” William Blake. Matrimonio del cielo y del infierno. Los cantos de experiencia
Pasear, pasear y mirar
Pasear por A Coruña puede ser, si los prejuicios propios y las críticas sin censurar lo permiten, un conjunto de instantáneas que componen una historia personal. Y es que los relatos en primera persona están compuestos de pequeños detalles, irrelevantes en apariencia, pero que contagiados de ese ‘derecho a la nostalgia’ formulado por James Wolcott, permiten atar la historia de la ciudad a la propia, aunque esta sea, “una peligrosa manera de comparar” (Brené Brown).
Hay detalles que pasan desapercibidos como un tarro de miel frente a unos pantalones extravagantes. De forma casi universal, el ojo se detendría en el brillo de una prenda dorada antes que en una mujer que saca un tarro del bolsillo de su abrigo. Pero, también esta acción resulta extraña y dibuja una excepcionalidad camuflada en la cotidianidad de una pareja tomando café.
La plaza de Pontevedra es uno de los espacios urbanos más complejos de la ciudad. Su análisis no permite un ejercicio somero o una opinión fundada en aspectos parciales. El conjunto de parámetros superpuestos que se afectan de manera mutua, genera un ecosistema urbano que funciona por un equilibrio orgánico. La variable temporal que introduce procesos de transformación, como el desarrollo de planes urbanos, o la adaptación de edificios a nuevas necesidades, añaden un grado de dificultad de carácter dinámico que ajusta la arquitectura.
Arquitectura con capacidad de adaptación a la ciudad
El edificio de viviendas situado en la calle Orzán 206-208, en el extremo noreste de la plaza Pontevedra, es un edificio de apariencia silenciosa que completa el cierre de un espacio público intenso y cambiante. El proyecto nace en un contexto urbano indeciso, en el que se estaba produciendo el relevo entre dos planeamientos. El arquitecto, Arturo Franco Taboada (1945) toma una decisión certera y flexible que permitiría al edificio responder en ese estado de transición. Franco Taboada, cuenta con magníficas obras en la ciudad como la delegación del Ministerio de Fomento, la rehabilitación de la Casa-museo de María Pita, la residencia para la tercera edad Torrente Ballester, o dentro de la comunidad, el Centro de Control de Túneles de Piedrafita, el paseo marítimo de Pontedeume o el refugio de pescadores en Redes. Hermano de arquitectos que también dibujaron el perfil de la ciudad como José Antonio Franco Taboada (1944) autor, entre otras obras, de la Torre Hercon, o el recientemente fallecido en 2019 Manel Franco Taboada autor de la rehabilitación de la escuela de nautica, Franco Taboada desarrolla una obra de estética serena y moderna, con una organización funcional ágil dotando al conjunto de una imagen discreta pero una experiencia inolvidable.
El proyecto de la calle Orzán se definió con el aspecto de un esqueleto que remedaba una estructura capaz de dibujar un perímetro a la espera del cambio de plan, de tal forma que el edificio fuese capaz de cumplir la nueva normativa. Aprobado el nuevo plan, el edificio incorpora un cerramiento de apariencia discreta, pero que, en realidad pone de manifiesto la presencia de una tecnología constructiva moderna.
La plaza de Pontevedra y el planeamiento cambiante no son los únicos desafíos que afronta un proyecto en la posición que ocupa este edificio de viviendas, sino que la presencia del Edificio Ocaso de Andrés Fernández-Albalat crea una órbita a su entorno capaz de captar toda la atención. Al igual que en la anécdota relatada por Patti Smith, la presencia de algo llamativo, puede velar la detención de la mirada sobre otros objetos, escenas o acciones que serían igualmente reseñables por sí solas. El edificio de viviendas, presenta un volumen sencillo, compuesto por fachadas que definen planos muy limpios en los que se puede apreciar la presencia rotunda de la estructura, y el ensamble del cerramiento con las carpinterías insertadas en él.
La estructura imprime una modulación estricta a la composición de la fachada y del conjunto del edificio, lo que afecta también a la definición geométrica del resto de elementos secundarios como ventanas, barandillas o defensas. La distribución de los huecos es más generosa en su orientación hacia el mar, para garantizar las vistas, y más contenida hacia el edificio Ocaso, permitiendo mayor privacidad y amoldarse a la escala compositiva del tejido urbano próximo.
La materia de la arquitectura contemporánea
La presencia del hormigón, en las ocho plantas, le dota de una presencia sólida que se ve aligerada a través de los cerramientos (en realidad pétreos) y carpinterías con perfilería de pequeño espesor. La última planta se retranquea en cumplimiento de la normativa. La primera planta realiza una delicada corrección entre la traza de la parcela y la alineación a través de una subestrucutra metálica que sirve como marquesina del bajo comercial y terraza.
Pero como en todo aquello que es observado de forma minuciosa, hay pequeños detalles que emergen de forma inesperada. Parece que a pesar de haber convivido con una determinada arquitectura durante mucho tiempo, algunas cosas resultan inesperadas. Un hallazgo inesperado que produce una cierta satisfacción. Y es que sobre las chimeneas de este edificio hay sillas. Las piezas, escaladas para encajar sobre las chimeneas, son sillas similares a las singulares Willow Tea Room Chairs, diseñadas por el arquitecto escocés Charles Rennie Mackintosh en 1903. El esqueleto ortogonal y honesto de estas sillas, formula una relación a través de la escala con la propia estructura del edificio, un paralelismo tenso que dota de una identidad peculiar al proyecto. Una presencia extraña en la arquitectura contemporánea, pero que es habitual en la arquitectura clásica (acroteras y esculturas), medieval (gárgolas, tallados en piedra o figuras), modernista (cerámicas, ornamentos metálicos o molduras) o expresionista (los huevos en la casa de Dalí, los dragones y las frutas de Gaudí). Un elemento imperceptible que crea una pequeña historia en torno a sí, que puede ser la real, o la inventada por quien la observa.
La materialidad del edificio, construido en el año 2000, sintoniza con la vanguardia europea del momento como la trazada por el estudio de arquitectura francés Lacaton & Vassal, el suizo Valerio Olgiatti o el británico Carusso St.John. Una vanguardia que tiene en común una mirada hacia el futuro sin olvidar la memoria del lugar a través de la materialidad o la composición, que finalmente dota de una imagen discreta y serena, sólo es advertida cuando de forma tranquila el paseante observador comienza a comprender los detalles y el contexto. Mezcla de “racionalismo con un cierto punto idealista o incluso lírico” como indica el arquitecto en su memoria, el edificio encaja en la ciudad proporcionando una lección de sutileza y virtuosismo sin olvidar la sofisticación tecnológica de un oficio tradicional en la construcción.
La mirada curiosa, la mirada embelesada
Quizás la arquitectura a veces se comporte como una prenda ‘autodiseñada’ de Mapplethorpe, pero otras, se comporta como una de sus fotografías más sencillas y otras como su mirada contemplando a Patti Smith. Y es que, aunque una obra de arquitectura sea discreta en apariencia, si su calidad compositiva, estética, material y formal es la adecuada, la mirada de forma inevitable se detendrá sobre ella ya que detectará inicialmente una pequeña excepcionalidad, que se verá amplificada como en la narración de una escena al profundizar.
En The Last Waltz (Scorsese, 1978), el cantante Muddy Waters interpreta Mannish Boy. La cámara se mantiene fija realizando un zoom lento hacia Waters, su voz y ese acercamiento casi impredecible producen una observación naturalista de quien centra su atención en algo que le llama la atención, por la razón que sea. Todo fue fruto de un error fortuito, todos los operadores de cámara que se encontraban grabando siguieron una orden del director que les indicaba que cambiasen el chasis de esta, todos menos uno cuyo intercomunicador no funcionaba. No escuchó la orden, siguió grabando, casi encantado por la imagen de Waters quien era capaz de cantar de una forma única. A veces, un pequeño detalle que pasaría desapercibido frente a objetos o escenas de mayor escala perceptiva, capta la atención del observador curioso y se convierte en algo especial, tanto como ser capaz de encontrar un par de sillas sin ocupar.