En 1985, Steve Jobs era despedido de Apple, la empresa que él había cofundado. Jobs dejaba sus oficinas centrales, en el Edificio 1 del 20525 de Mariani Ave en Cupertino, con varios proyectos sin terminar, pero uno de ellos se convertiría en una de las bases del éxito de la compañía, el Apple Campus, en el número 1 de la avenida Infinite Loop. Cuando Jobs volvió a Apple, en 1996, el campus ya estaba terminado, pero su diseño no le gustó en absoluto, ya que él quería algo similar a disfrutar la experiencia de ir a Disney World, con monorraíles dando vueltas y donde todos iban vestidos con uniformes de diferentes colores.
Para solventarlo, Jobs comenzó a dejar su propia huella en el campus, convirtiendo aquel lugar en el punto donde se desarrollarían el iPod, el iPhone o el iPad, productos que cambiarían para siempre la historia de su compañía, pero también de nuestra civilización.
En la actualidad, el despacho de Steve Jobs en el Apple Campus sigue exactamente igual a cómo él lo dejó. Tan grande es el respeto hacia él que, a excepción de su viuda y el actual CEO de Apple, Tim Cook, nadie ha entrado allí desde su muerte en octubre de 2011, quizá en reconocimiento y homenaje a uno de los mayores genios de nuestra historia reciente.
Cupertino, fundada por un español
Lo que pocos saben es que Cupertino, la ciudad en la que Jobs levantó su imperio, fue fundada en 1776 por un explorador español que también fundaría una de las ciudades más importantes de los Estados Unidos de América: San Francisco. Aquel español era Juan Bautista de Anza y esta es su historia.
Juan nacía en el Presidio de Fronteras, Sonora, en México, el 7 de julio de 1736. Los presidios eran fortalezas, los precursores de los "fuertes" que hemos visto tantas veces en las películas del Oeste, que contaban con su correspondiente guarnición militar, cuya misión era vigilar y defender la frontera norte de Nueva España, una tierra muy conflictiva, desértica y que lindaba con los territorios indígenas de los apaches, los comanches o los navajos.
Su padre era de origen vasco, un militar capitán del ejército que estaba destinado en los puestos de la frontera y que fallecería en un combate con los apaches en 1739, cuando Juan contaba con tan solo tres años.
Los legendarios Dragones de Cuera
Juan eligió la carrera militar y con quince años se alistó en la caballería virreinal, los Dragones de Cuera, para servir en los presidios de la frontera. Cinco años después sería ascendido a teniente de caballería y, en 1759, a capitán de Dragones de Cuera, destinado al presidio de Tubac, en el actual estado estadounidense de Arizona, desde donde se ocuparía de mantener la paz en la frontera frente a los beligerantes indios de la zona.
Los Dragones de Cuera eran la caballería de élite española en el continente americano. Eran reconocidos por su uniforme azul con ribetes rojos, corbatín y pañuelo, capa azul y botas de montar. Portaban un pequeño escudo con el emblema del reino, un sombrero cordobés de ala ancha y una cuera, un abrigo largo sin mangas formado por hasta siete capas de cuero, resistente a las flechas de los indios, que sustituyó a las corazas metálicas de épocas anteriores.
Además, a cada uno de ellos se le entregaban seis caballos de raza y una mula que ellos mismos cuidaban junto a un mínimo de dos criados. Para el ataque empleaban el sable reglamentario del ejército español, una pica, dos pistolas de chispa y sus famosos rifles Brow Bess, que los convertían en temibles cowboys de la frontera y cuya sola presencia llenaba de temor a los indios por su disciplina, su fuerza y su constancia.
Al frente de estos temibles jinetes Juan mantuvo a raya a los indios, pero había otro problema que todavía no habían podido apaciguar: las incursiones inglesas y rusas en las costas americanas del Pacífico norte. Este asunto acabó provocando que la corona española intentara aumentar su influencia y asegurar esas zonas con diversas expediciones y la colonización de la Alta California, a partir de 1770, donde se fundó San Diego y Monterrey, en el actual estado de California, estableciendo en cada uno de estos lugares una misión y un presidio de frontera.
Pero mientras se iban fundando más misiones y pequeños asentamientos, surge un nuevo problema: la ruta para los abastecimientos de las nuevas poblaciones californianas era larga, difícil y peligrosa, motivo por el que Juan propuso al virrey, en 1772, abrir una vía terrestre que uniera Sonora con la Alta California por una ruta segura aún por descubrir.
Primera expedición de Anza
La propuesta fue aprobada por el rey de España, Carlos III. La expedición parte el 8 de enero de 1774 del presidio de Tubac, al sur de la actual ciudad de Tucson, en Arizona, y está compuesta por 34 personas, 140 caballos, 35 mulas, 65 bovinos, municiones, tabaco y equipajes.
Toman la ruta del río Altar y la ribera sur del río Gila. Tras cruzar el río Colorado, continúan hacia el sur, hasta la frontera actual entre Arizona, California y México, para llegar, el 22 de marzo de 1774, a la misión de San Gabriel Arcángel, cerca de la costa californiana donde se fundará en 1781 la ciudad de Los Ángeles.
Tras unos días de recuperación, continúan hacia Monterrey, su destino, a donde llegan el 19 de abril tras 74 días de viaje inicial de reconocimiento para establecer una ruta segura. Tres días más tarde partieron de regreso empleando tan solo 23 días, dado que encontraron un camino con agua suficiente para poder emplearlo como ruta de abastecimiento sin sufrir las penurias que tenía la ruta costera.
El éxito de su misión fue tan completo que el virrey de Nueva España le ascendió a teniente coronel con nuevas órdenes: organizar una nueva expedición para organizar, colonizar y defender la bahía de San Francisco, donde la corona pretendía establecer un puerto desde el cual controlar la expansión rusa mientras servía como refugio para los constantes ataques piratas ingleses en la zona.
Segunda expedición de Anza
En cuanto se le asignó la nueva misión, Juan partió a Culiacán, donde comenzó el reclutamiento de voluntarios, que acudieron desde todo el virreinato hasta el presidio de Tubac, punto de inicio de esta nueva expedición.
El 23 de octubre de 1775 partía la caravana compuesta por 240 personas, entre soldados, colonos y sus familias y religiosos, además de centenares de cabezas de ganado y casi 1.000 caballos y mulas, que siguieron parte de la ruta de la primera expedición hasta llegar al río Colorado, que tuvieron que cruzar. Tras dividir su expedición en tres partes que marcharan con un día de diferencia entre ellos para dar tiempo a los pozos de agua a llenarse, Juan llegaba a la misión de San Gabriel el 4 de enero de 1776, desde la cual partieron para llegar a Monterrey el 10 de marzo.
Allí dejó al grueso del grupo y continuó junto a 12 hombres para explorar la ruta terrestre hasta la bahía de San Francisco. El 25 de marzo de 1776, tras haber recorrido casi 2.000 kilómetros desde Tubac, llegaron a un lugar al que Juan bautizó como Arroyo de San José de Cupertino, hoy llamado Arroyo Stevens, donde se fundaría la actual ciudad de Cupertino, además de encontrar el emplazamiento para el puerto que España necesitaba en la bahía de San Francisco.
A su regreso a Monterrey, condujo a los colonos hasta un emplazamiento elegido por él donde dio orden de realizar la fundación del presidio y la misión de San Francisco, origen de la actual ciudad de San Francisco, y partió de regreso.
La Paz de Anza
Tras el éxito de esta nueva misión, el 24 de agosto de 1777, Juan es nombrado gobernador de Nuevo México, en aquella época constituido por los estados actuales de Chihuahua y el Nuevo México estadounidense. Durante sus años de gobierno mejoró las relaciones entre España y las diversas tribus americanas, hasta tal punto que, en febrero de 1786, firmó un tratado de paz con todas las naciones indias que duraría más de cien años.
Durante este periodo, conocido como 'La Paz de Anza', la concordia reinó entre indios y españoles y, posteriormente, como herederos de territorios y derechos sobre los mismos, con los mexicanos. El comercio floreció, favoreciendo a ambas comunidades y poniendo a los nativos bajo la protección de la corona, integrándoles en los asentamientos y ciudades que se iban fundando en la frontera.
La fama y reputación que alcanzó hacía que, cuando se sabía de su presencia en la frontera, los jefes de las tribus indias acudieran a él en busca de consejo para el gobierno de sus propios pueblos y para dirimir y mediar en disputas entre tribus o con los colonos españoles, ya que era una persona extraordinariamente apreciada, al aplicar justicia sin beneficiar a unos o a otros.
En 1787, fue nombrado comandante del presidio de Buenaventura y poco después, ese mismo año, del de Tucson, en Arizona, donde, tras llevar a cabo una revisión de las tropas, fallecía de regreso a su casa en Arizpe, en Sonora, el 19 de diciembre de 1788.
Fue enterrado en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Arizpe, pero en 1963, como reconocimiento a su importante figura, las autoridades de San Francisco exhumaron su cadáver para volver a sepultarlo de nuevo en la misma iglesia en un mausoleo de mármol en honor a su transcendencia en la historia de España, México, San Francisco, California y los Estados Unidos de América.
Reconocimientos y legado
En la actualidad, el Servicio de Parques Nacionales de Estados Unidos administra el Sendero Histórico Nacional Juan Bautista de Anza, una impresionante ruta que reconstruye su viaje de exploración. En California multitud de calles, escuelas y edificios se han nombrado en su honor e incluso una ciudad en Palm Springs lleva su apellido. El 16 de octubre se celebra el Anza Day en Tubac, Arizona, donde se recrea su vida y sus acciones al frente de los Dragones de Cuera. En Cupertino, la bandera y el escudo de la ciudad es un morrión (casco de los Tercios españoles) sobre un fondo azul, en recuerdo a sus orígenes, y una calle llamada El Camino Real, une la ciudad con la universidad de Stanford y Palo Alto.
Con la perspectiva actual, es difícil entender la importancia de los acuerdos que España alcanzó con las tribus de indios americanos, quienes pasaban a estar bajo protección de la corona española tras su firma. Estos tratados resultaron tan vitales para los nativos estadounidenses que, tras la marcha de España, todavía fueron empleados como argumento a reclamaciones sobre algunas áreas geográficas, llegando a ser aceptados esos derechos por el Tribunal Supremo de los Estados Unidos de América hasta el siglo XX. Y todo gracias al talento político y militar del genio de la frontera: Juan Bautista de Anza.