En marzo de 1942 se ponía en servicio en Polonia un campo de prisioneros destinado a oficiales y suboficiales de las fuerzas aéreas aliadas, el Stalag Luft III. Este campo sólo podía ser empleado para internar prisioneros de guerra, motivo por el cual los nazis lo construyeron con un nivel de seguridad a prueba de fugas. Sin embargo, lla noche del 24 al 25 de marzo de 1944 se producía una de las huidas más sonadas de la historia que, en 1963, inspiraría a Hollywood para rodar una de las películas bélicas más famosas de todos los tiempos: La Gran Evasión.
Aquella noche 76 prisioneros de guerra lograron escapar por un túnel, aunque en realidad la fuga fue un fracaso, ya que sólo tres lo consiguieron. Los que no pudieron huir, murieron en el intento o fueron arrestados y fusilados por orden de Adolf Hitler para que su ejecución sirviera de escarmiento frente a futuros intentos de evasión.
Seis años antes de aquella extraordinaria y mediática fuga, otra gran evasión, esta vez mucho más desconocida, ocurría en España en plena Guerra Civil. La noche del 22 de mayo de 1938, 795 presos republicanos escapaban de una temida fortaleza donde el bando nacional recluía a sus prisioneros. Aquel día se produjo una de las evasiones carcelarias más grandes e importantes de la historia, además de una de las más desconocidas: la fuga del Fuerte de San Cristóbal.
La fortaleza
El Fuerte de San Cristóbal o de Alfonso XII se alza en la cima del monte Ezkaba, a pocos kilómetros al norte de la ciudad de Pamplona. Esta fortaleza fue construida en el siglo XIX sobre una antigua ermita y un viejo castillo navarro. En 1878, finalizada la última guerra carlista, comenzó a levantarse como parte de una línea de defensa militar a lo largo de los Pirineos. Para su construcción se dinamitó la montaña, ya que era necesario excavar en su interior parte de los tres niveles de la fortaleza, provocando que su edificación se prolongara durante 30 años, hasta 1919.
El fuerte se levantó con grandes y largos fosos, fabulosas murallas, garitas, celdas y galerías subterráneas que penetraban en la montaña y convertían esta fortaleza en inexpugnable, pero cuando se finalizó su construcción, el prodigioso bastión se había quedado obsoleto, por lo que nunca llegó a cumplir la misión defensiva para la que había sido originalmente ideado.
Para sacarle algún rendimiento, las autoridades decidieron comenzar a emplearlo como prisión en 1934. Desde sus comienzos las denuncias por falta de higiene y salubridad se sucedieron, lo que provocó que el gobierno republicano comenzara a trasladar a sus 750 reclusos hasta dejarlo vacío en febrero de 1936, fecha en la que se cerró definitivamente. Hasta que estalló la Guerra Civil.
A partir del golpe militar de 1936, en el que Navarra quedó bajo control de los sublevados, el fuerte volvió a llenarse y, en pocos meses, había allí unos 2.500 presos, la mayoría socialistas, comunistas y nacionalistas que estaban presos por sus ideas políticas, su militancia en partidos o sindicatos de izquierdas o, simpleente, por haber luchado contra los golpistas.
La reapertura del fuerte por parte de los sublevados no mejoró las condiciones de vida en la prisión. Aún seguía siendo una de las más duras de España, donde se seguía sufriendo por la mala alimentación, las enfermedades, la humedad, el frío, el hacinamiento y las torturas físicas. Por eso, un grupo de treinta presos decidió buscar la manera de escapar de aquel infierno y trazó un plan de fuga, que nada tenía que envidiar al que habían trazado los prisioneros aliados del Stalg Luft III nazi.
El plan
Su plan pasaba por tomar el control de aquella fortaleza que no había sido concebida para retener, sino para evitar que se entrase en su interior, como baluarte defensivo, por lo que tenía que existir un punto débil por el que poder huir. Antes, tenían que conocer y reconocer el lugar. Necesitaban un mapa.
Para ello se valieron de presos que, por las funciones que tenían encomendadas dentro del fuerte, tuvieran la capacidad de acceder al funcionamiento de la prisión sin levantar sospechas. De esta manera consiguen dibujar un plano de situación con datos esenciales: dónde estaban los presos, dónde los guardas, por dónde había salidas, etcétera.
Además, gracias a los reclusos que estaban en las cocinas, descubrieron que los guardias que custodiaban el fuerte cenaban juntos a la misma hora a la que lo hacían los presos, lo que provocaba que fuera un puñado de carceleros quienes los sacaban de las celdas y les daban de comer, mientras el resto estaban ocupados con su propia cena dejando sin vigilancia la mayor parte de la fortaleza.
Tras recopilar toda la información deciden que la hora de la cena es el momento idóneo para atacar a los guardias, a los que obligarían a acompañarlos a la armería, donde se equiparían y armarían para acudir al comedor donde el resto de la guarnición estaría cenando desprevenida.
La Gran Evasión... y la cacería
Y así, la noche del 22 de mayo de 1938, treinta hambrientos y desesperados presos reducen, en menos de media hora, a la totalidad de sus carceleros, se hacen con el control de la fortaleza de San Cristóbal y abren todas las celdas para que, el que quiera, pueda correr hacia la libertad. Al grito de, "¡Sois libres. A Francia!", comenzaba una de las mayores fugas de todos los tiempos: 795 presos que, aprovechando la oscuridad de la noche, intentarían recorrer a pie los 60 kilómetros de distancia que los separaba de la frontera francesa.
Pero ¿por qué no huyeron todos? Muchos recelaban de la facilidad con que había resultado la operación y creían que era una trampa de sus carceleros para matarlos una vez saliesen de sus celdas. Además, uno de los soldados había conseguido escapar y no tardaría mucho en dar aviso a los refuerzos en Pamplona, provocando que aquella fuga se convirtiese en una cacería. Y no iban desencaminados.
De inmediato, las autoridades nacionales enviaron efectivos al fuerte para dar caza a los fugados. El ejército franquista contaba con gran cantidad de medios en una zona controlada desde el mismo día del golpe de estado, por lo que no necesitaba escatimar en medios. Decenas de camiones militares equipados con reflectores comenzaron a abortar parte de la fuga, capturar a los reclusos y poner en marcha batidas para encontrar al resto de huidos que se habían lanzado a la montaña descalzos, malnutridos, débiles y, en su mayoría, desarmados.
Esa madrugada se iniciaba una enorme cacería en los alrededores del fuerte en el que centenares serían fusilados y tiroteados sin juicio alguno. Los fugados eran perseguidos sin tregua, siendo abatidos uno a uno, aunque algunos fueron detenidos y salvaron su vida. Entre esa misma madrugada y los tres días siguientes fueron detenidos 585 presos y 206 fueron abatidos en el mismo monte sin piedad.
Los prisioneros muertos fueron enterrados en fosas comunes en los pueblos cercanos, hasta que el flujo de cadáveres provocó que los vecinos se negaran a recibir más cuerpos, obligando a los franquistas a habilitar cerca del fuerte un cementerio donde serían enterrados 131 presos, conocido como el "cementerio de las botellas", ya que cada cadáver era enterrado con una botella entre las piernas con su nombre y procedencia escrito en un papel dentro de la misma.
17 de los capturados fueron fusilados en pleno centro de Pamplona el 8 de septiembre de 1938, acusados de ser los cabecillas de aquella fuga. De los 795 sólo tres cruzaron la frontera francesa y de ellos sólo se ha podido seguir la pista de uno, que murió en México años después. De los otros dos nunca más se supo.
El último de los fugados fue capturado el 14 de agosto, casi tres meses después. El jefe de la guarnición del fuerte fue condenado a veinte meses de cárcel por negligencia, aunque, en enero de 1945, tras ser sometido a un consejo de guerra, fue absuelto de todos los cargos. Por su parte, las autoridades franquistas justificaron la elevada cifra de muertos alegando que aquellos pobres diablos se habían resistido a ser capturados y como consecuencia de los combates entablados durante su busca y captura.
El desenlace fue tan nefasto que algunos de los fugados reconocían, años después, arrepentirse amargamente y afirmaban que no tenían que haberlo hecho. Habían salido sin provisiones, débiles y sin conocer la zona. Había sido un error, pero los estaban matando de frío y hambre. No tenían otra opción.
El penal del fuerte de San Cristóbal fue clausurado en 1945, tras haber albergado entre sus muros a más de 6.000 reclusos. El ejército español abandonó estas instalaciones en 1987 y en la actualidad se encuentra completamente abandonado, a pesar de haber sido declarado Bien de Interés Cultural (BIC) en el año 2001.
En 1988, 50 años después, se levantó un monumento en una de las laderas donde se recuerda a todos aquellos presos que cayeron en busca de su libertad. Al igual que James Coburn, Charles Bronson y John Leyton en La Gran Evasión, sólo tres lo consiguieron.