Un expediente militar de 22 páginas hasta ahora desconocido está detrás de la gran novela de Gabriel García Márquez El coronel no tiene quien le escriba. Acaba de ser redescubierto en Colombia cuando se cumplen los 40 años de su premio Nobel de Literatura de 1982. Esta carpeta contiene los documentos del proceso por el que durante quince años, entre 1939 y 1954, la familia de Nicolás Ricardo Márquez Mejía, el abuelo materno del escritor y la figura más importante de su vida, reclamó a título póstumo al Ministerio de Guerra de Colombia su reconocimiento oficial en el escalafón como coronel de la Guerra de los Mil Días (1899-1902) y la bonificación económica que llevaba aparejada para los veteranos del conflicto o sus herederos.
El hallazgo que hoy revela en exclusiva EL ESPAÑOL | Porfolio se debe a los investigadores colombianos Carlos Liñán Pitre y Ernesto Altahona Castro. En realidad, estos papeles estaban desde hace décadas en el Archivo General de la Nación, en Bogotá, junto con los expedientes de otros miles de veteranos de la mayor guerra civil de la historia de Colombia, que causó cien mil muertos entre una población entonces de cuatro millones de habitantes, pero casi nadie había reparado en ellos y en su relación con la narración maestra de su nieto.
"¡Estaban delante de la nariz!", dice a esta revista por videoconferencia desde su casa en Valledupar (Colombia) un asombrado, sorprendido y feliz Carlos Liñán al explicar las circunstancias del descubrimiento de los papeles, una buena noticia para los amantes de los libros del autor de Cien años de soledad.
Este abogado y profesor del Departamento de Socio-Humanidades de la colombiana Universidad de Santander, de 39 años, explica que, como está preparando su tesis sobre la obra de García Márquez dentro del programa de Estudios Filológicos de la Universidad de Sevilla, su amigo Ernesto Altahona, investigador sobre historia militar colombiana asentado en Canadá, le envió el sábado 22 de octubre las imágenes digitales de unos documentos que creía que le iban a interesar para su investigación.
Dentro de los "Expedientes sobre beneficios reclamados por veteranos de La Guerra de los Mil Días 1910-1958", el que le remitía su amigo, el número 243, era el perteneciente al querido abuelo materno de García Márquez. Su vida y las historias de la guerra que le contaba de niño fueron una de sus principales fuentes para crear su famoso universo en torno a Macondo, trasunto imaginario pero con base muy real del Caribe junto a las montañas de Santa Marta.
Los mormones
Ernesto Altahona no había localizado los documentos en el archivo físico donde se conservan los originales en Bogotá, sino en Internet, sumidos en el inmenso archivo digital mundial familysearch.org (búsqueda de familia) que los mormones, es decir los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, están creando desde hace años con el escaneado y volcado masivo de millones de documentos de todo el mundo desde su sede en Salt Lake City (Utah, Estados Unidos).
Dentro de familysearch.org, de acceso público pero previo registro del usuario, se encuentra digitalizado el fondo completo colombiano referido a las reclamaciones de beneficios de los veteranos de la Guerra de los Mil Días. El expediente de Nicolás R. [de Ricardo] Márquez Mejía se subió a la sección "Colombia, registros militares, 1809-1958" el 13 de agosto de 2014, como uno más. La pasión de los mormones por la genealogía de la humanidad casa muy bien con la que el novelista (sin relación con esta iglesia) desarrolló en sus libros a la hora de explorar las raíces de su familia.
En cuanto recibió el regalo documental de su amigo Ernesto, Carlos Liñán se dio cuenta de la importancia de este material y, según cuenta a EL ESPAÑOL | Porfolio, comprobó que está inédito y que ninguna de las biografías canónicas sobre Gabriel García Márquez, conocido también como Gabo, lo recogen: ni el estudio de Dasso Saldívar García Márquez, el viaje a la semilla (1997, primera edición revisada en 2006), ni tampoco el propio escritor en sus memorias, Vivir para contarla (2002).
Emocionado, Liñán avisó del hallazgo a su director de tesis, el catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Sevilla José Manuel Camacho Delgado, especialista internacional sobre el Nobel colombiano, que le confirmó la relevancia de estos papeles para conocer mejor la génesis, la tramoya documental y las fuentes de realidad en el "realismo mágico" del novelista.
En su biografía, Dasso Saldívar escribe que García Márquez dijo que su abuelo el coronel Nicolás Márquez fue "la única persona con la cual tuvo comunicación en la niñez", con quien "mejor se ha entendido jamás" y que es "la figura más importante de su vida". Destaca además que para el escritor su novela breve El coronel no tiene quien le escriba, fechada en París en enero de 1957 y publicada en 1961, era la mejor que había escrito, a lo que Gabo añadía, bromeando medio en serio, que había escrito luego su también magistral Cien años de soledad (1967) para que leyeran esa otra anterior.
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En ella, el coronel de la ficción que espera desde hace más de quince años su pensión como veterano de guerra se inspira en el caso real de su abuelo, similar a los de otros muchos compañeros de armas. "Por eso la importancia de estos papeles y la conexión con su mejor novela", explica el profesor colombiano Liñán.
Realidad en la ficción
El coronel no tiene quien le escriba cobra una nueva dimensión al leerla teniendo a mano los papeles del caso de Nicolás R. Márquez Mejía ante el Ministerio de Guerra (letra P, caja 370, carpeta 235-254, expediente 243). Se reconocen en pasajes de la novela datos y referencias de la documentación, que EL ESPAÑOL | Porfolio ha consultado y reproduce en este reportaje. Se nota que García Márquez estaba familiarizado con el asunto.
El joyero y agricultor liberal Nicolás Ricardo Márquez Mejía (1864-1937) combatió durante los tres años de la guerra civil entre liberales y conservadores de 1899-1902 y ascendió hasta el grado de coronel en el ejército irregular de los primeros. Pero no vio reconocido en vida su grado militar ni recibió la anhelada pensión vitalicia que les habían prometido a los oficiales liberales al firmar el acuerdo de paz que acabó con el conflicto con las fuerzas del Gobierno.
El biógrafo Saldívar señala que el abuelo materno y referencia esencial de Gabriel García Márquez se pasó 35 años, desde 1902 hasta su muerte a los 73 años en 1937, esperando cada semana la noticia de la pensión que nunca le llegó, algo parecido a lo que le sucede al protagonista de El coronel no tiene quien le escriba.
No hay constancia de documentos en los que Nicolás Márquez reclamara en vida la pensión militar como veterano, y esa espera conocida en la familia puede referirse más bien a un anhelo genérico de noticias sobre el cumplimiento del Gobierno de las promesas de compensación a los combatientes de los Mil Días.
De lo que sí hay registro documental, al revelarse ahora su expediente, es de la reclamación que instó su viuda, la abuela materna de Gabo, Tranquilina Iguarán Cotes. Por medio de la Ley 65 del año 1937 y la Ley 7ª del año 1938, el Gobierno colombiano articuló por fin, más de 35 años después de acabada la guerra civil y con muchos de los antiguos combatientes ya muertos, como el propio Nicolás, un proceso administrativo para estudiar y conceder, en su caso, las peticiones de recompensas a los veteranos vivos o a sus herederos.
Quince años de proceso
La biografía de Saldívar detalla que la última voluntad del coronel Márquez fue que sus familiares continuaran su causa y que "después de muerto alguien cobrara la pensión". Cumplieron su voluntad. Su viuda, Tranquilina Iguarán, como consta en el expediente que ahora sale a la luz, inició la reclamación entre febrero y abril de 1939 ante la comisión creada al efecto en el Ministerio de la Guerra, a fin de que reconocieran a su difunto marido en el escalafón como coronel y le pagaran la indemnización correspondiente.
Tranquilina Iguarán aportó su partida de matrimonio, la de defunción y, como única prueba de la trayectoria militar del coronel, una nota manuscrita de 1902 firmada por el general Clodomiro F. Castillo en la que consignaba que Márquez, "coronel" e "intendente general", había entregado 19.672 pesos de la tesorería del ejército liberal que tenía a su cuidado. Este detalle se refleja en la ficción de la novela.
Desde la ministerial Comisión del Escalafón de Antiguos Militares contestaron a la viuda en 1949, nada menos que diez años después, desestimando provisionalmente su petición por falta de más testimonios y pruebas. Para cuando llegó la respuesta, la mujer ya había muerto dos años antes, en 1947. Por eso ella no había podido contestar al requerimiento para que ampliase las pruebas y el 4 de agosto de 1950 resolvieron negando la solicitud.
Su hijo mayor, Juan de Dios (nacido en 1866), tomó el relevo en el caso, recurrió y convocó a tres ancianos compañeros de armas de su padre, el general Sabas Socarrás y los coroneles Laudelino Cabello y José María Cabello, para que testificaran a su favor.
Lo hicieron en el juzgado de Villanueva el 14 de julio y el 7 de octubre de 1952, con alabanzas a su difunto compañero por el valor que demostró en el campo de batalla durante los tres años de guerra en los departamentos de Magdalena, Cesar y la Guajira. Coincidieron en que el ascenso a coronel de Márquez se hizo ante el jefe principal del ejército liberal, Rafael Uribe Uribe. Este personaje histórico inspira en buena medida la figura del general de ficción Aureliano Buendía, uno de los protagonistas de Cien años de soledad y a quien menciona también el de El coronel no tiene quien le escriba.
Estos testimonios sí bastaron para que el 13 de septiembre de 1954 (más de medio la siglo después de acaba la guerra civil y al cabo de quince años de proceso) el Ministerio reconociera que le correspondía el grado de coronel al abuelo de García Márquez, aunque, en ese último documento del expediente, paralizaban a la vez su inscripción en el escalafón (lo que impedía el posterior pago de la indemnización) argumentando un fallo menor: el hijo no había acreditado su filiación.
Es de suponer que Juan de Dios subsanaría la deficiencia antes de morir en 1956, pero en el expediente no consta que lo hiciera. Y si no lo hizo, tampoco cobró el beneficio que su padre jamás vio en vida. Un caso similar consultado por EL ESPAÑOL | Porfolio, pero con final feliz, muestra que la cifra que cobró la familia de un veterano muerto tras acreditarse su condición de teniente ascendió a 1.620 pesos, el sueldo de un año al promulgarse la ley en 1938. La cáratula del expediente de Nicolás Márquez viene marcada, en cambio, con la palabra "negado", en referencia a que le niegan la inscripción oficial como coronel.
Carlos Liñán apunta que en el año 2004 el abogado José Rafael Cañón denunció en nombre de la Asociación Temporal Centauros la "injusticia" cometida con el abuelo del escritor. Basándose en el expediente de Nicolás Márquez en el Archivo General de Colombia, el letrado reclamó al Estado no solo que lo reconociera como coronel, sino que además lo ascendiera a general in memoriam a modo de desagravio. La Corte Constitucional descartó entonces la petición argumentando que debían plantearla familiares directos para ser legítima. La demanda cayó en el olvido.
La espera
En la novela El coronel no tiene quien le escriba, el escritor se inspira en el caso de su abuelo pero cambia circunstancias y fechas. Por ejemplo, al coronel de la ficción, cuyo nombre no indica, lo encontramos en un puerto del Caribe yendo cada viernes a esperar la carta que anuncie su pensión. "Durante cincuenta y seis años −desde cuando terminó la última guerra civil [en 1902]− el coronel no había hecho otra cosa que esperar", dice el narrador. Una referencia temporal que indica que estamos en 1958.
Más adelante, la mujer del coronel le dice que él lleva "quince años" esperando la carta con "paciencia de buey", y a continuación el narrador explica: "Diecinueve años antes, cuando el Congreso promulgó la ley [de recompensa de antiguos militares], se inició un proceso de justificación que duró ocho años. Luego necesitó seis años más para hacerse incluir en el escalafón. Ésa fue la última carta que recibió el coronel". Teniendo en cuenta la fecha de la ley de "recompensa de antiguos militares", de 1938, la acción discurriría en 1957.
En el personaje del coronel, el escritor sintetiza a su abuelo y a muchos otros camaradas del ejército irregular que se hicieron viejos y murieron, a menudo en el olvido y la miseria, esperando una compensación por los sufrimientos pasados. El de la ficción, de 75 años, languidece con su esposa sin apenas qué comer y cifra sus últimas esperanzas en la pensión que no llega y en un gallo de pelea que perteneció a su hijo, asesinado en el conflicto político meses antes, y que él se resiste a vender.
Los esposos Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán eran primos hermanos, como los personajes José Arcadio y Úrsula Iguarán en Cien años de soledad. Tuvieron tres hijos, y la pequeña, Luisa Santiaga, es la madre del novelista. La pareja se conoció en Riohacha, se instaló en Barrancas y de aquí se marchó cuando el coronel veterano de la guerra mató de dos tiros en un duelo a su amigo y antiguo compañero de armas Medardo Pacheco Romero en 1918.
Se afincaron en Aracataca, donde nació el 6 de marzo de 1927 su nieto Gabriel García Márquez. El escritor estaba a punto de cumplir 10 años cuando su abuelo, decisivo en su memoria literaria, murió de neumonía interlobular el 4 de marzo de 1937 en Santa Marta, como consta en su partida de defunción.
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Los investigadores Carlos Liñán y Ernesto Altahona planean ahora escribir un libro sobre la historia de Valledupar que incluya los expedientes militares del coronel Nicolás Márquez y de otros veteranos de la región.
Su hallazgo coincide con tres efemérides: además de los 40 años del Nobel de García Márquez, que recibió en Estocolmo vestido con traje típico el 10 de diciembre de 1982, se cumplen 65 años de la escritura de El coronel no tiene quien le escriba (la fecha de conclusión es de enero de 1957 en París, aunque se publicó en el 61) y 120 años desde el final de la Guerra de los Mil Días, firmada el 21 de noviembre de 1902. El novelista, que murió en 2014, contó que de su abuelo el coronel se le quedó grabado el recuerdo del día en que le enseñó una cicatriz en la ingle. Era un balazo de la guerra.