La paciencia al volante no es nuestra mayor virtud y, como sufridora de esos monumentales atascos que se forman en las entradas a la capital en hora punta, les diré que el secreto para no perder la cordura es ponerse a hacer algo mientras tanto. Lo aprendí de un buen hombre que iba en el coche de al lado hurgándose la nariz con sus dedos morcillones. Su despreocupación, como quien espera que todo esto pase corriendo y a otra cosa, contrastaba con el resto de los conductores, ansiosos, iracundos y obcecados por sacar algún centímetro de ventaja.
La estadística confirma que hemos recuperado niveles de tráfico prepandémicos y, según se van acercando las fiestas navideñas, el colapso en las calles y carreteras se vuelve más insufrible. Solo en trayectos de largo recorrido, la DGT prevé más de veinte millones de desplazamientos durante las fechas de Navidad, algo más que en 2019 (sólo en el año 2002 se alcanzaron a los 22 millones de desplazamientos).
Antes tendremos el esperado puente que une el día de la Constitución (6 de diciembre) con el de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre), y su correspondiente fin de semana, que provocará más de seis millones de desplazamientos por carretera. Es el puente, junto con la Semana Santa, que más gente se anima a coger el coche y recorrer España.
Además, este año hay muchísimas ganas de salir de casa en Navidades. El año pasado, el primero en la historia de la DGT en el que no hubo Campaña de Navidad, pasamos unas fiestas y un puente donde las restricciones dejaron a millones de españoles encerrados en su domicilio. Sólo Madrid notó cierto atasco el 4 de diciembre, horas antes de que cerrara sus fronteras hasta el 14, por los viajes familiares tan propios de estos días.
Así que este año casi todo el mundo tiene ya señalado en rojo el 3 y el 8 de diciembre, como días de salida y entrada. Y el 24 y 31 de diciembre y 2 y 7 de enero como las otras grandes fechas para pasar ciertas horas al volante. Lo que suceda en el interior de cada vehículo burlará cualquier vigilancia dirigida desde drones, radares, helicópteros o agentes, pero dará para un admirable tratado de conducta humana.
Auténticos dislates
Los expertos advierten de que la primera frenada es suficiente para que detone la caja de los truenos al volante. En ningún otro contexto he visto tal despliegue de gestos. A mi derecha, un señorón de mediana edad, con aspecto de estar acostumbrado a mandar, patalea creyendo que mi carril se mueve dos veces más rápido. Le veo calibrando si su posición en el atasco es efectiva y, por su mirada, deduzco que debo sentirme afortunada porque escogí la más ágil. Tres minutos después, nos volvemos a encontrar, lo que confirma que la sensación era pura falacia.
"La frustración hace que se perciba que en el otro carril va más rápido. La realidad es que avanzan por igual"
"Es una percepción producida por la frustración de no poder hacer nada para cambiar la situación. La realidad es que todos los coches avanzan a un ritmo similar", explica el doctor Antoni Cano Vindel, presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS). Recurro a él para tratar de entender por qué un atasco nos irrita de este modo o cómo es posible que en solo unos minutos alguna gente entre en estado de pánico.
Le hablo al doctor de una madre que, con tal nerviosismo, creyó que su bebé, al que acababa de dejar en la guardería, había caído al suelo a causa del frenazo. Le describo también la repentina deformación del hombretón agitado. Inmediatamente después de la mirada rabiosa que me dirigió, la sangre parecía a punto de salir a borbotones hasta por las orejas e incluso en la distancia noté sus latidos disparados y el pulso en la muñeca. "El cerebro en alerta es positivo, un mecanismo de supervivencia innato que es necesario para luchar o huir, pero lo que vemos en estos casos es consecuencia de cerebros cansados y con estrés acumulado", indica.
En los casos de ataque de pánico, Cano Vindel detalla que aparece sin previo aviso y avanza rápidamente: "Los pensamientos negativos llevan al conductor a una sensación de peligro, de fatalidad inminente o de pérdida absoluta de control. Suda en exceso, se sofoca y nota taquicardia, palpitaciones o que le falta el aliento. Algunos sienten la necesidad urgente de llamar a urgencias. En medio del colapso de coches, temen por su corazón e incluso por su vida".
Tiempo de espera sobrevalorado
Realmente llevamos diez minutos de retraso, pero la sensación es de una eternidad. Leí en un artículo de New York Times que tendemos a exagerar el tiempo de espera un 36%. Nos ocurre en cualquier cola, pero sobre todo si no estaba prevista. El reportaje relata los esfuerzos en un aeropuerto de Houston para apaciguar el ánimo de los pasajeros en la recogida de sus equipajes. Su primer intento, aumentar la plantilla, sirvió de poco. Aunque consiguieron reducir la espera a ocho minutos, el malestar persistió.
Tras un minucioso análisis, los ejecutivos detectaron que el 88% de ese tiempo transcurría en el lugar de recogida. Lo que hicieron entonces fue prolongar la caminata desde el punto de llegada al de recogida de maletas. Los ocho minutos no variaron, pero como discurrían andando, parecía que el tiempo fluía más rápido y las quejas bajaron casi a cero. Algo similar ocurre con los ascensores de un rascacielos. No repararemos en su lentitud mientras tengamos un espejo en el que acicalarnos o curiosear al de al lado.
En EEUU, los ciudadanos pasan 37.000 millones de horas al año esperando en cualquier tipo de cola
Así entiendo mejor la expresión de regocijo de quienes se hurgan la nariz, aunque prefiero observar a dos jóvenes con uniforme de trabajo que charlan y echan unas buenas risotadas en su furgoneta desvencijada. Se han habituado a esa espera que es parte de nuestra biografía. Los nueve meses de embarazo, un resultado médico, la caja del supermercado, la admisión a un puesto de trabajo, un resultado electoral o la kilométrica cola de doña Manolita.
En Estados Unidos, los ciudadanos pasan unas 37.000 millones de horas al año esperando en cualquier tipo de cola. 118 horas por individuo. En España, solo al volante la media de horas perdidas a causa de las congestiones ronda las 30 horas, según la DGT, aunque en ciudades como Madrid roza las 40. De nuevo, el sabio consejo de Cano Vindel: "Puede que en la espera no ocurra nada memorable, pero sí está en nuestras manos respirar profundo y cambiar esos pensamientos anticipatorios de lo malo por otros más optimistas. Cualquier obsesión por lo que pudimos hacer y no hicimos, como adelantar la hora de salida o tomar una ruta alternativa, es un sesgo retrospectivo que solo empeora la situación".
Lo detalla la psicóloga Kate Sweeney, de la Universidad de California Riverside, en un estudio publicado por Journal of Personality and Social Psychology. En sus cuestionarios le llamó la atención comprobar que ni siquiera una buena autoestima es suficiente para manejar la frustración de verse apresado en un atasco. "Me sorprendió -dice-, ya que otras investigaciones sí sugieren que las personas con autoestima alta superan mejor cualquier evento en el que su ego se ve de algún modo amenazado".
Puede que sea el caso de la conductora de poco más de 40 años que resopla una y otra vez en ese atasco que me lleva a Madrid un lunes de lluvia. La mujer cambia de emisora exaltada, toca el claxon y lanza un bufido desde la ventanilla cuando ve que se le ha pegado en exceso el vehículo de atrás: "¡Gilip…!" Es el insulto más escuchado en nuestro país, según un estudio liderado por el científico cognitivo Jon Andoni Duñabeitia y la filóloga María del Carmen Méndez Santos.
Y en carretera se convierte en el pan de cada día, sin que importe que la agresividad y el acoso vial son motivo de sanción.
El anonimato
Fuera del vehículo, la mayoría de estos individuos son ciudadanos ejemplares, buenos estudiantes, padres de familia que pagan sus impuestos o profesionales que destacan en sus trabajos. ¿Qué tiene el atasco que nos afea de este modo? El exdirector General de Tráfico José María Sánchez Pardo publicó hace unos años un trabajo sobre nuestros comportamientos peculiares en la conducción y encontró la explicación en el anonimato.
"Nuestras reacciones y conductas de agresividad o de comunicación no serían las mismas en otras circunstancias. A la hora de llevar un automóvil nos cuesta ajustarnos a las normas. Parece un lugar en el que se disfruta más de ser uno mismo", expuso. En su opinión, existe cierto placer por el incumplimiento de la norma, como si el conductor pudiera desinhibirse de los esquemas a los que habitualmente se atiene en los demás ámbitos.
Su argumento no me impide echar a temblar al conocer que alrededor de tres millones de conductores circulan en España con un alto nivel de agresividad y más de 100.000 son auténticos "violentos viales", según el estudio Influencia de la agresividad en los accidentes de tráfico, presentado por la Fundación Línea Directa en colaboración con el Instituto Universitario de Investigación de Tránsito y Seguridad Vial de la Universidad de Valencia (INTRAS).
De acuerdo con este trabajo, alrededor de 3,2 millones han retado a otro a salir del coche para solventar sus diferencias y 2,6 millones se han peleado o podrían llegar a hacerlo por una disputa de tráfico. Los datos merecen la reflexión de Cano Vindel: "Son actos por los que nuestra salud física y mental paga un alto precio. Su frecuencia provoca estrés y alteraciones psicológicas. Un cerebro estresado es motivo de dolores de cabeza, irritabilidad, dificultad para controlar la ira, pérdida de concentración, somnolencia, taquicardias, arritmias y ansiedad. Si no controlamos esta tensión diaria, acaba afectando a órganos bien diferentes".
Han pasado 27 minutos desde que salí de casa. No sé si por el frenesí de estar a punto de llegar a mi destino, creo ver al gran Gatsby en un suntuoso Lamborghini. Insolentemente rico, solitario y misterioso, circula con la arrogancia de saberse observado. Aun a riesgo de jugar al cliché, acabo agrupando en un collage surrealista la idiosincrasia humana, con todo lujo de inquietudes y rarezas, que puede concentrarse en unos pocos metros de carretera.
Radiografía del atasco español
30 horas al año. Según los últimos estudios, pasamos 30 horas al año de media metidos en atascos. En ciudades como Madrid, el tiempo se eleva a 39,6 horas.
Nerviosismo. La retención en carretera es motivo de nerviosismo para el 44,5% de los conductores.
Tolerancia cero. El 64,5% de los conductores reconoce que no es nada tolerante ante ningún tipo de infracción, por leve que sea.
A partir de los 46 años. Un estudio determina que conforme cumplimos años, llevamos peor los embotellamientos. Concretamente, a partir de los 46 años, el 70% confiesa que reacciona muy mal.
Agresividad. El 12% de los conductores achaca a los atascos su agresividad dentro del coche. Además, un 20% cree que es por el estrés. Eso sí, el 62% recapacita antes de actuar agresivamente si le acompañan sus hijos.
Anonimato. El 41% reconoce que el anonimato durante la conducción favorece la mala conducta cuando se está en un atasco.
No dejamos pasar. El 8% confiesa que se ha comportado de modo egoísta, como no dejar pasar a otro conductor en una incorporación.