Es más fácil que te toque la lotería que perder a un hijo a causa de una leucemia fatal. A Sergio del Molino le tocó esa lotería infame y retorció el paño del dolor hasta enjugarlo en una obra que habla sobre esa hora de la tarde en la que todo es muerte y es desgarro pero aún hay belleza. La hora violeta, la llama. Todas sus percepciones cambiaron tras perder a Pablo, su vida se volvió sinestésica perdida, ni la comida le sabe igual, pero volvería "a vivirlo todo otra y mil veces exactamente igual". Con tal de haberlo conocido. Por ser su padre.
No es un kamikaze, pero se baja el escudo para hablar de sus cuitas, aunque le alanceen por ello los detractores de la literatura del yo, que cultiva en algunos de sus libros. Le importa poco a estas alturas, y sabe -como periodista- que es importante partir de un personaje real para explicar una situación. Que lo vivido no es malo si se cuenta con elegancia. Y sobre todo con honestidad.
Su literatura ha abierto senderos de debate y actuación: Pablo murió solo, sin asistencia médica, en la cama de su habitación. Sus padres lo eligieron así, en vez de la fría asepsia hospitalaria. Para ese entonces no existían apenas unidades pediátricas de paliativos a domicilio, pero a raíz de la primera publicación de este libro están presentes en casi todas las comunidades autónomas, y en todos los hospitales de referencia. No ha sido la única vez que ha recogido de su siembra: su libro España vacía acuñó el término que supuso el cambio de mentalidad definitiva en España respecto al entorno rural. Ni siquiera se ven bien los chistes de paletos ya, dice durante esta entrevista. Es cierto.
Se considera un librepensador y, aunque controla su discurso, se moja en las respuestas. Se ha pasado al periodismo de prédica, al columnismo, y dice que le dejan decir cuanto opina en medios enfrentados ideológicamente. Desde esta semana cree que iremos a segundas elecciones, pero "es sólo un pálpito". No tiene miedo del futuro, y bromea con que llegaría tarde a refugiarse al búnker en caso de guerra. Lo cierto es que ya ha vivido una, y la perdió, pero aprendió a vivir "domesticando la pena", permitiendo que modifique su ADN mismo. Éste es, durante una charla, Sergio del Molino:
P..- Estará ya más que acostumbrado a dar entrevistas, pero, como periodista, ¿aún piensa qué preguntas le van a hacer durante sus jornadas de promoción? ¿Se anticipa un poco?
R.- Procuro no anticiparme para no pensar mucho las respuestas y para que la conversación sea lo más espontánea posible. Y así no repetirme, no aburrirme mucho.
P.- Vaya la de veces que he llorado en los últimos días con tu Hora Violeta.
R.-Vaya.
P.- Pero bien lloradas. En aquella época su hijo murió solo en casa, sin atención médica. ¿Se ha avanzado en esa cuestión?
R.- Las competencias son autonómicas y hay mucha desigualdad, pero sí, prácticamente en todas las comunidades autónomas han empezado programas. Murcia, por ejemplo, ha sido tradicionalmente muy vanguardista en ese sentido. Depende mucho de los médicos que estén al frente de los programas. Y de su voluntad y su capacidad de trabajo.
P.- Leyendo su libro pensaba en todas esas veces que alguien ha dicho que no podría ser feliz si no tuviera hijos. Y me daba cuenta de que precisamente tenerlos, el riesgo que implica, puede hacer que nunca más conozcas la felicidad plena. Que tengas que acostumbrarte a vivir con la "pena domesticada", como escribe aquí.
R.- Nada nos garantiza nada. Cuando empezó la crisis del Covid se decía ‘ahora tenemos que acostumbrarnos a vivir en la incertidumbre’, pero ¿cuándo no hemos vivido en la incertidumbre? ¿Cuándo nos han asegurado las cosas? Todo el mundo se puede ir al carajo en cualquier momento, nadie está libre de eso. Otra cosa es que lo que me pasó a mí, que es de muy mala suerte, y no debería desanimar a nadie porque hay muchas más posibilidades de que te toque la lotería que de que tu hijo sea diagnosticado de una leucemia con un pronóstico nefasto.
Incluso hoy es menos, porque la leucemia mieloide, que es la que sufrió Pablo -y esto es lo que me produce sentimientos tanto amargos como felices- hoy tiene unas perspectivas bastante buenas gracias a las nuevas terapias genéticas, que han mejorado la ratio de supervivencia.
P.- Claro, me imagino que es una alegría. Y un pellizco también.
R.- Sí, porque además es un tratamiento que no es quimioterapia, que no es agresivo, que es por pastillas. Y dices: 'Madre mía, por unos años'. Por unos años...
P.- Me impresiona saber que hay cambios, incluso cognitivos y sensoriales, que siempre van a permanecer en usted. ¿Hasta su forma de percibir los sabores, dice, ha cambiado tras la muerte de su hijo?
R.- Todo cambia. Yo no me reconozco en lo que era y lo que decía antes. Cambia la forma de ver las cosas, la forma de entender la amistad, las relaciones… Hasta mi forma de disfrutar de la comida. Yo creo que también condiciona mi forma de ver el mundo y mis posiciones políticas, porque mi rango de prioridades está basado en la muerte de mi hijo y ese dolor es la rasera que marca absolutamente todo. Esto lo tendrán estudiado los psicólogos -a los que yo no les tengo mucha fe-: es la supervivencia al trauma, y la persona que sale de ese trauma es muy distinta a la que era antes.
P.- ¿No tiene fe en los psicólogos?
R.- No tengo fe en los psicólogos, pero igual es porque no he recurrido a ellos. Soy muy bestia y muy solitario y muy individualista en ese sentido, ¿no? No voy a hacer una enmienda a la totalidad de la psicología ni muchísimo menos, pero sí que creo que es una profesión especialmente vulnerable a la charlatanería.
P.- Hay que elegir bien y probar hasta dar con un psicólogo serio. Pero cuando das con uno bueno, el avance personal es tremendo. ¡Y puedes seguir siendo solitario!
R.- Sí, y me consta además: tiene una consistencia científica y epistemológica fuera de toda duda. Pero creo que la autoayuda y toda una serie de literatura de vendedores de crecepelo les ha hecho mucho daño.
P.- Sergio, a pesar de todo esto que estamos hablando y a pesar de todo lo vivido, todo lo dolido... ¿Prefiere haber conocido a Pablo a no haberlo conocido?
R.- Pero por supuesto, y lo viviría otra vez y mil veces exactamente igual. Y lo que fuera por un día más. Sin ninguna duda. Sin ninguna duda. El dolor pasas por él, evidentemente. Ojalá pudiera haberme librado de ello. Pero el privilegio de haber sido padre de Pablo es un honor. Es una de las grandes cosas de mi vida. Sí, por supuesto (Sergio habla con tal rotundidad, a caballo entre la contudencia maña y el amor desbocado de padre, que tardo unos segundos en volver a preguntar).
P.- Le dedica el libro a su otro hijo con el deseo de que Pablo sea un guía para él. Tiene, ¿diez años ahora?
R.- 11 años ha cumplido.
P.- ¿Ya sabe lo que pasó, lo entiende?
R.- Absolutamente. No ha leído el libro. Pero vamos, porque no le ha dado la gana, porque realmente lee libros casi de adultos. Es un superlector. Lo tiene en casa para cuando él quiera, si no lo coge no es porque le suponga una aversión y le dé miedo, sino porque considera que es un aburrimiento y que la historia ya se la hemos contado.
P.- Claro, todo es un poco aburrido a esa edad. Pero, ¿os pregunta por él con naturalidad?
R.- Está presente en su vida. Nosotros se lo hemos contado, están las fotos en la casa, lo sabe todo. Pero vamos, tiene también una actitud ya preadolescente en plan cuando le contamos algo dice: ‘Esto ya me lo habéis dicho mil veces, ya me lo sé, no seáis pesados’. (Reímos).
P.-Me he quedado con una frase que le dijeron aquellos padres de un chico muerto el 11 de marzo en los atentados de Madrid: "Estamos en el laberinto del dolor", refiriéndose a que nadie podía entender sus sentimientos, y eso los alejaba de sus seres queridos. También mucha gente le ha herido a usted, quizá desde la buena intención, diciéndole cosas como "ya es un angelito más". ¿Qué tenemos que hacer, qué podríamos hacer para acompañar sin herir a quienes han sufrido una perdida así?
R.- No hay ningún manual. Yo creo que el acompañamiento con buena educación y con respeto y discrección nunca es rechazado. Lo importante es entender eso, que hay que dejar el espacio suficiente para que se expresen y vivan el duelo sin ningún tipo de injerencia. Cada persona es un mundo, pero lo ideal es facilitar una burbuja, un espacio y una distancia que te permita decir: ‘Estoy aquí cuando tú me necesites, pero también estoy fuera’.
P.- Un equilibrio complicado.
R.- Hemos abandonado los rituales, pero en general sirven mucho para eso. Hay un ritual que a mí me gusta mucho y que recoge Joseph Roth: los judíos rurales de los confines del imperio ruso, de Ucrania y Polonia, tenían un rito fúnebre por el que los familiares de duelo se encerraban en la casa un número de días y los hombres del pueblo se turnaban para rodearla y proveerles de alimento: les daban huevos duros porque un huevo duro significa la infinitud del dolor.
P.- Poco tiene que ver con lo aséptico de nuestros tanatorios, a los que acudes sin saber si vas a ayudar o importunar…
R-. La propia concepción del tanatorio es una cosa industrial. La mayor parte de la estructura no se ve. De repente ves el ataúd y al muerto al otro lado del cristal. Alguien lo ha puesto, pero no hemos visto cómo ha llegado hasta allí. Los niños hoy día no ven morir a sus abuelos ni asisten a sus funerales. Tenemos una relación muy distante con la muerte y casi todos ya de adultos, entonces es normal que no sepamos reaccionar ante ella, porque nadie nos ha educado, no la hemos visto en nuestras casas.
P.- En el libro también reflexiona, al hilo del episodio con estos mismos padres, sobre la moral del periodismo. A usted le costaba acudir a esa casa a preguntarles por su dolor, a invadir su intimidad, pero se lo pidieron en su medio, y hasta en dos ocasiones. La inclemencia con la que se actúa a veces en este negocio me ha llevado a sentirme infantil, como si no estuviera capacitada para asumir las exigencias del oficio. ¿Puede sobrevivir un medio con un periodismo enteramente moral?
R.- Yo creo que es difícil, no imposible. Al final si tú quieres recabar testimonios y quieres utilizar las historias humanas como forma de dibujar una realidad, inevitablemente las vas a desvirtuar e inevitablemente vas a poner en su voz cosas que a lo mejor ellos no quieren decir. Tendría que cambiar el planteamiento del periodismo de cabo a rabo y contar ese tipo de historias desde otro punto de vista, lo cual es muy difícil.
P.- Porque entonces no vamos a empatizar.
R.- Efectivamente. Necesitamos un personaje. Pero es muy difícil encontrar personajes que tengan la capacidad de dominio de su propia historia y sepan imponerse al relato del periodista. ¿Eso quiénes lo hacen? Los personajes profesionales: un político, yo mismo, que tengo capacidad para controlar lo que quiero decir. Los políticos están especialmente adiestrados en el arte de no darte un titular. Pero la gente está indefensa completamente. En general, creo que no he sido buen periodista, pero por estas cuestiones, porque no me gusta molestar a la gente. Claro que hay que llamar a alguien, pero si no querían hablar, yo colgaba. Y te dicen, ¿por qué no has insistido?
P.- Sí, haciendo autocrítica, la educación y el periodismo no van siempre de la mano. Ahora es columnista. ¿Le sigue interesando la actualidad como al principio?
R.- Sí, sigo ejerciendo el Periodismo, pero a mi manera, de una forma muy de predicación (ríe). Y la actualidad no sólo me interesa, sino que me preocupa porque creo que la precarización y el derrumbe de la industria periodística es una de las grandes tragedias de las democracias liberales.
El criterio y la información viene por otros sitios mucho más informales y los poderes se acostumbran a no utilizar a la prensa como intermediaria y hacen directamente una comunicación populista. Y se señala constantemente a la prensa que no es de tu cuerda. Nos hemos acostumbrado a esa política de trincheras y a mí me aterra ver, por ejemplo, a alguna vicepresidenta como Yolanda Díaz, que decide ignorar por completo la prensa y no someterse a ninguna pregunta y que le hagan preguntas y que sonría y pase de largo y que eso no le pase factura.
P.- He leído, Sergio, que te consideras un descreído, políticamente hablando. Que estás en una posición apolítica, pero apolítica de acción. ¿Eso qué es?
R.- Pero eso era antes.
P.- ¡Antes! ¡Si esto era del 2020!
R.- Sí, pero ya está, ya no se puede hacer eso. A ver, eso también tenía un punto provocativo, porque hubo un momento en el que después de la irrupción del 15M se decía que todo es político, cualquier gesto, y yo me niego a politizar la vida cotidiana, me niego a politizar la amistad, por ejemplo. Pero esa posición donde me he visto y a la que ya he tenido que renunciar era el derecho a quedarse al margen, que creo debe existir en una democracia avanzada.
P.- ¡Ahora tiene que tomar partido para comer!
R.- Sí, y a mí me gusta debatir muchísimo, me interesa muchísimo la política, y me interesa la reflexión con un pie hacia atrás. Lo que antes se llamaban librepensadores, que ahora nos parece una cosa ridícula.
P.- ¿Se siente librepensador?
R.- Me siento ahí, me siento fuera del juego partidista.
P.- Yo le he visto dar cera a unos y a otros.
R.- Lo hago, lo hago, pero es cada vez más difícil y cada vez estamos más solos, porque en una situación polarizada es muy difícil.
P.- Además está en El País y luego colabora en Onda Cero.
R.- Sí, estoy en los dos. Y digo las mismas cosas en ambos sitios.
P.- ¿Le dejan siempre?
R.- Sí, no he tenido ningún inconveniente. Además, en ambos sitios consideran que eso es un valor. Tengo esa suerte. Es que yo no me he educado en unos medios de comunicación monolíticos, yo me he educado leyendo El País en el que escribía Hermann Tertsch.
P.- Leí hace poco su columna sobre Puigdemont y su Nosaltres, en la que alude al uso mayestático que hace de sus votos a pesar de la poca representación que tiene. ¿Crees que finalmente va a ejercer ese papel clave que todo el mundo le adjudica para lograr un gobierno socialista? ¡De villano a héroe!
R.- Pues hace una semana pensaba que sí, que lo iba a tener, sin duda. Y ahora empiezo a dudar. Pero empiezo a dudar porque creo que Pedro Sánchez está empezando a dudar (ríe). Claro que él está calladito y lo interpretamos los demás, pero que tarde tanto en pronunciarse... Yo no creo que Puigdemont vaya a tener el poder que él cree que tiene. Y dependerá, además, de lo que pase la semana que viene, cuando se apruebe o no se apruebe el catalán como lengua oficial de la Unión Europea, que parece que no se va a aprobar. Entonces ahí sí que va a ser muy difícil porque va a tener que hacer honor a su palabra. Él dijo que si no se aprobaba, nanay.
P.- Momento porra: ¿investidura (y de quién) o segunda elecciones?
R.- Yo ahora mismo apuesto por segundas, pero es un pálpito. No tengo nada más allá de sensaciones. La semana pasada hubiera apostado por la investidura, sin ninguna duda, pero ahora apuesto por segundas elecciones.
P.- Sigamos con la ronda relámpago: ¿Rubiales por qué se ha ido finalmente?
R.- Por no comprender que el mundo de afuera no es el mundo del fútbol. Lo que hemos descubierto es que el fútbol, a pesar de ser un mundo muy mayoritario, vive aislado con otros códigos, otros valores, otras formas y que, en cuanto se le pone focos, no entiende que a la sociedad le parezcan intolerables muchas cosas que allí están completamente aceptadas. Yo creo que si él hubiera entendido eso y hubiera sido medianamente inteligente, y un poco humilde, podría haberlo solventado con unas disculpas.
P.- Unas disculpas reales.
R.- Pero unas reales, sí. Y hubiera pasado. El tormentón lo provoca él. Se ha hundido él solo. Ha sido como verlo en unas arenas movedizas, ver cómo se iba hundiendo él solo.
P.- Como el Mario Bros, cuando se lo tragaban las arenas movedizas del desierto.
R.- Sí, era eso, era eso. Pero fíjate, al margen, al margen de cosas que me parecen cuestionables, como que ha habido una cacería y una reacción impostada por parte de la sociedad, aquí hay algo muy interesante, que pocos han visto. Todas las jugadoras lo que vieron aquí es una oportunidad para decir basta. Es decir, hemos sido las chicas ridículas, hemos sido las segundonas, nos habéis tomado por el pito del sereno, y ahora somos campeonas del mundo. Ahora todo el país está de nuestro lado. Os vais a cagar.
P.- Además de La Hora Violeta, del que hemos empezando hablando, son muchos más los libros que ha escrito y que han abierto caminos de debate. La España Vacía es quizás el más conocido. ¿Cree que la acuñación del término, gracias a su libro, ha hecho avanzar las cosas en este país al respecto de la despoblación?
R.- Bueno, creo que sirvió para hacer algo mucho más interesante que logros más o menos puntuales. Creo que lo importante fue que inició un cambio de sensibilidad. Otras cosas las podemos discutir, pero creo que España desde hace unos años no mira el mundo rural y a esa España igual que la miraba antes. Somos conscientes de lo importante que es para la configuración del país, y eso antes no existía. Y creo que está el hecho de que los chistes de paletos ya no se ven.
P.- Es verdad. Se consideran de mal gusto.
R.- De tan de mal gusto como los racistas. Exactamente igual. Yo creo que ese cambio de sensibilidad ha calado, pero algo que le reprocho a los activistas contra la despoblación es que han desaprovechado esa ola y han sido demasiado cortoplacistas aprovechándose de ello en unos términos muy localistas, para intentar llevar el debate otra vez a su a su territorio y a lo pequeñito y a lo local. Cuando el debate había dejado de ser local, había dejado de tener que ver con los servicios que tiene tal comarca, o con las infraestructuras.
P.- Me contaba hace poco en un reportaje Carmen, la alcaldesa de un pueblo llamado Villar del Cornejo, que tenían 12.000 euros de presupuesto al año y que, con eso, claro, no podían hacer milagros. ¿La administración tiene que replantearse su apuesta?
R.- Todo está hecho con ñapas. Las diputaciones provinciales cubren todos los servicios básicos de los municipios pequeños, pero no hay un plan global de decir: '¿Qué hacemos con toda esta despoblación? Para eso hace falta una reforma constitucional. Al final lo básico se provee, claro, pero es imposible si quieres hacer cualquier cosa. Si quieres hacer unas jornadas literarias no tienes dinero.
P.- Eso me parece un problema porque mucha gente de la ciudad estaría dispuesta a irse a vivir a un pueblo, pero necesitarían un mínimo de oferta cultural, y no la hay.
R.- Así es.
P.- Estas dos obras, La hora violeta y La España vacía, además de otras tuyas, se enmarcan en la llamada literatura del yo. Abramos ese melón. ¿Por qué os vilipendian tanto a sus representantes?
R.- Pues no sé, porque no es una novedad, siempre ha existido la literatura del yo. Para mí, la primera gran obra moderna que marca el Renacimiento en la literatura española son las Coplas a la muerte de mi padre de Manrique. Hay una tradición larguísima de literatura testimonial, empezando por las Confesiones de San Agustín.
Es que parece que lo hemos inventado ahora. Yo creo que hay una especie de berrinche de gente que se ve un poco desplazada, creo también que injustamente, porque vivimos en un panorama literario muy plural, en el que no hay un canon dominante ahora mismo.
P.- Hace no demasiado todo era novela.
R.- Sí, hace 30 años todo era novela y lo demás iba al fondo de la librería. Ahora ves una mesa y la variedad que hay es tributaria de la variedad del gusto y de la apertura de miras del lector medio. Yo creo que tenemos que celebrar esa diversidad y que tenemos unos lectores que son mucho menos dogmáticos que los críticos literarios.
P.- Suelen atacar al género achacando un exceso de ego y falta de imaginación.
R.- Yo no voy a estar toda mi vida atado a un yo, puedo irme a una tercera persona, no soy dogmático. Pero cuando elijo la literatura autobiográfica elijo hablar desde el yo y confundir el autor y el narrador. Estoy también trasmitiendo al lector que lo que le voy a contar me importa mucho. Me importa tanto que me comprometo, despojando todos los artificios de la ficción. No dando lugar a equívoco de que esto es un juego literario. Y a partir de aquí, cuando tenga tu atención y cuando tenga tu mirada, vamos a dirigirla a un montón de sitios más para entender algo del mundo. El reproche que se nos hace es moral, de exhibicionismo, pero yo creo que moralmente es irreprochable el hecho de que alguien hable en su propio nombre y no en nombre de otros.
P.- ¿Por bajarse el escudo le han alanceado mucho?
R.- Constantemente, pero me importa poco. Evidentemente me pueden escocer algunas reacciones, unas más que otras, pero me dura muy poquito el disgusto. No es algo que si me preocupara, haría.
P.- Es extraordinariamente prolífico. Son 15 libros en 14 años. ¿Duerme?
R.- Ahora estoy durmiendo mejor, pero he dormido poco desde la adolescencia. Pero duermo más horas porque he empezado a moverme, a hacer un poco de ejercicio y eso la verdad es que ayuda.
P.- Leí que la música es su liturgia, lo que le eleva. Un último concierto que le haya alejado de todo este ruido.
R.- Pues es que escucho mucha clásica. Y la última vez que estuve en una sala de conciertos, que me emocioné mucho, fue con el pianista Javier Perianes.
P.- ¿Tiene miedo al futuro?
R.- No, no especialmente. Ya creo que he pasado por lo peor. Me hundiré o sobreviviré como sea: confío en mis capacidades para chapotear. Y además tengo la certeza de que en caso de una hecatombe real, tipo holocausto, guerra nuclear, invasión de Rusia o algo así, no voy a sobrevivir, yo voy a ser de los primeros en caer.
P.- ¿Por qué?
R.- Porque yo soy un ser frágil y y que no corro, no soy capaz de moverme ni de empuñar un arma. Yo no llego al búnker, para cuando yo llegué al búnker, ya está lleno (reímos).