El coronel Pedro Baños es uno de esos personajes singulares, cada vez más infrecuentes, que expresan su visión del mundo con el conocimiento de un maestro y la claridad de un orador ciceroniano. Experto en geopolítica, monstruo de la televisión, escritor superventas (actualmente prepara su quinto libro, La encrucijada mundial), fiel miembro de la cuadrilla de Iker Jiménez en Horizonte y Cuarto Milenio y, por supuesto, enemigo de la dictadura de la corrección política y del discurso oficial, Baños es una rara avis, lo que los jóvenes denominarían un outsider. Da igual que lo amenacen de muerte o que lo insulten en redes sociales: este militar en reserva que ha pasado por el Ministerio de Defensa y por la Secretaría General de Política de Defensa está curtido en mil batallas ideológicas. Lo han acusado de prorruso, de fascista, de conspiranoico, de anti-OTAN. Pero a pesar de las campañas de deslegitimación, él no traiciona su discurso. "A mí me da igual. Me han disparado hasta con misiles Scud", confiesa con una media sonrisa.
La sobreexposición mediática a la que ha estado sometido el coronel Baños lo ha acostumbrado a que sus frases sean manipuladas y sacadas de contexto. Sobre él han corrido ríos de tinta envenenada y titulares retorcidos que han derivado en furibundos ataques personales. En 2018, Baños llegó a sufrir una campaña de acoso y derribo por pesos pesados del PP, Ciudadanos y hasta del propio PSOE por sus supuestas simpatías con Rusia. ¿El objetivo? Desprestigiarlo para que el exjefe de gabinete de Pedro Sánchez, Iván Redondo, desistiese en su idea de proponerle al Presidente como director del Departamento de Seguridad Nacional (DSN). En su lugar acabaría el general Miguel Ángel Ballesteros.
A pesar de que le persigue la máxima del refranero ibérico 'cada vez que habla sube el pan', el coronel Baños recibe a EL ESPAÑOL | Porfolio en un céntrico parque madrileño. Al encuentro viene acompañado de su pequeña perra Kyra, cómplice infatigable de paseos. Mientras las grabadoras registran la conversación, no es raro que la gente la interrumpa para estrechar la mano del experto. Un joven Guardia Civil se disculpa, pero debe confesarle a Baños su profunda admiración. Otro hombre se aproxima tan sólo para saludarlo, agradecerle su capacidad divulgativa y ser "fuente de inspiración".
El respeto y cariño que despierta a sus seguidores tiene que ver, según él, con que siempre se ha mantenido fiel a su forma de pensar. Polémica, sí; contraria al oficialismo de los despachos de Moncloa y Bruselas, también. Pero siempre en perfecta sintonía con aquellos valores que representa y en los que cree. "Yo soy de origen muy humilde y siempre he querido que me trataran así. Además, me sale del alma, no como los políticos que fingen", confiesa el militar. ¿A cuáles se refiere? Prefiere, por decencia, no hacer herida. Es lo único a lo que no contesta on the record para no generar debates ideológicos estériles.
Pregunta.– Lo primero que debo pedirle es una visión global similar a la que suele incluir en sus ensayos. ¿En qué situación se encuentra el mundo a septiembre de 2022?
Respuesta.– Lo que estamos viviendo es una clara escenificación de la ruptura de un mundo en el que hay dos bloques cada vez más diferenciados: uno occidental que incluye a Estados Unidos y a otros países anglosajones como Canadá, Australia y Nueva Zelanda e incluso a Japón y que tiene unos 1.000 millones de personas, y otro bloque, esta vez mayoritario, conformado por los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que tiene 3.300 millones de personas y una fuerza cada vez más potente en el ámbito financiero, económico y tecnológico y que, además, cada vez está más unido. Esa ejemplificación de unión se vio hace unos días cuando China, Rusia e India, así como otros países del Cáucaso y Asia central, empezaron a realizar maniobras militares [las Vostok-2022]. Hasta ahora pensábamos que era algo anecdótico, que se unían para tener una voz más fuerte, pero en la última reunión una docena de países se han postulado para unirse a los BRICS, empezando por Argentina.
P.– ¿Qué papel juega Rusia en el liderazgo de esos BRICS?
R.– Rusia, en este caso, es un actor más, pero el gran problema geopolítico que está marcando la pauta del mundo, y la que lo va a seguir marcando, es el enfrentamiento entre China y Estados Unidos. Sólo hay que acudir a los últimos documentos oficiales de EE.UU., sea la estrategia de seguridad nacional o la naval. La obsesión, claramente, es China. Ya no se habla del terrorismo yihadista ni de Al Qaeda, sólo de China, China y China. Dentro de ese marco hay otro país que preocupa a este mundo occidental: una Rusia que cree que ha llegado el momento de recuperar su voz y su voto en el mundo y que juega las cartas que tiene.
P.– ¿Qué beneficio saca exactamente Estados Unidos de esta guerra con Rusia? ¿Es un primer peón para llegar a China?
R.– Esto hay que analizarlo desde tiempo atrás. Estados Unidos se ha dado cuenta de que está perdiendo ese poder total que Gorbachov le puso en bandeja tras la disolución de la URSS. Primero porque tiene un rival geopolítico, que no económico, que es Rusia; después porque hay un rival geopolítico, además de económico, que es China. Como tiene que hacer frente a dos adversarios a la vez, procura que uno esté bien entretenido. Ese es uno de sus grandes objetivos geopolíticos.
P.– ¿Cuál ha sido el mayor error de la Unión Europea en su gestión de la invasión de Ucrania?
R.– Yo llevaba muchos meses diciendo que el mayor error histórico de la Unión Europea era no acercarse a Rusia desde el punto de vista financiero y económico. No me vale eso de que no es una democracia. ¡Si tenemos negocios magníficos con países que son mucho menos democráticos! Sobre todo, lo que debíamos haber evitado es un enfrentamiento directo. Carl von Clausewitz [militar prusiano] decía: 'A Rusia sólo se la puede vencer creando una disensión interna'. Si no, es imposible. El canciller de hierro, Otto von Bismarck, también fue cristalino: 'Conozco más de un centenar de maneras de sacar al oso de su madriguera, pero no conozco ninguna para volver a meterla en ella'.
P.– Y el oso ya está fuera de la madriguera...
R.– Sí, y debemos tener en cuenta que tiene 150 millones de habitantes, que es el país más grande de la Tierra, 34 veces España, que tiene 11 husos horarios y que posee recursos prácticamente ilimitados. Encima es un país al que le viene bien el calentamiento global, y que le sobrará agua cuando nosotros padezcamos su escasez. Hasta tiene un sentimiento nacionalista muy fuerte. Aquí ha habido encuestas que desvelaban que sólo el 20% de los españoles estaba dispuesto a defender su patria. Tú preguntas en Rusia y eso es todo lo contrario, y ahora que se ha instalado esta rusofobia generalizada se ha logrado incluso que el apoyo popular a Putin alcance un 90%.
P.– Hay dos bloques estancados. Ninguno puede mostrar señales de debilidad. ¿Cuál es el siguiente movimiento?
R.– Lo que sucede en Ucrania va mucho más allá del país, al que han instrumentalizado como campo de batalla. Por supuesto, debemos ayudarles, sobre todo a los ucranianos, que son quienes sufren la desgracia de la guerra. ¿Pero cuál es el problema? Que Rusia no puede perder esta guerra. Esté quien esté en el gobierno, debe demostrar a su pueblo que ha conseguido una victoria. Aunque sea parcial, como mantener Crimea y conseguir la anexión de Donetsk y Lugansk.
P.– Pero Estados Unidos tampoco está dispuesta a transigir ni a mostrar un ápice de debilidad.
R.– Eso es, y por eso nos arrastra a todos sus aliados para que sigamos haciendo grandísimos esfuerzos. Estados Unidos debe llevar ya unos 70.000 millones de dólares en ayuda militar, mucha de la cual no se sabe ni siquiera dónde está terminando. Claramente no puede perder, principalmente porque China está pendiente. ¿Qué pasa? Que Estados Unidos es riquísimo. Mañana mismo podría convertirse en una autarquía y seguiría siendo una gran potencia. Tiene energía, y eso que todavía no ha explotado todo Alaska; tiene minerales y tierras raras, a pesar de lo que popularmente se cree, aunque explotarlas genera demasiados problemas medioambientales y laborales y por eso prefiere comprárselas a China, como en su momento hizo con la energía cuando no tenía el fracking.
P.– ¿De qué forma sale beneficiada China en esta guerra con Ucrania?
R.– En este momento China obtiene beneficios comprando los recursos minerales y energéticos de Rusia mucho más baratos, por debajo de precio de mercado. Tiene entretenidos a Estados Unidos y a la Unión Europa y eso le da más poder. A diferencia de Rusia, China no se está desgastando y, además, aprende de cómo actúa la OTAN, que en su momento podría llegar a ser su gran adversario.
P.– Si tuviese que elegir una solución a esta encrucijada geopolítica... ¿Qué se le ocurre?
R.– Sin perjudicar los intereses de Ucrania como país soberano, se debería intentar buscar una solución negociada con Rusia y que sus líderes puedan ofrecer algo a su pueblo para convencerles de que no ha perdido esta guerra.
P.– ¿Pero Estados Unidos estaría dispuesto a dar su brazo a torcer?
R.– Con el gobierno de Biden creo que no. Quizás con la combinación de Trump en la Casa Blanca y la señora Merkel liderando Europa no habríamos llegado a la situación en la que estamos. Además de un tema geopolítico, también hay una cuestión ideológica detrás. Estamos enfrentando a un mundo ultraliberal contra un mundo autoritario o, incluso, ultraconservador, que entraba dentro de la filosofía general de Trump.
P.– En esa tesitura, ¿es descabellado hablar de Tercera Guerra Mundial?
R.– Podríamos decir que ya hemos entrado en una nueva guerra mundial, pero es una guerra en la que las grandes potencias no se están enfrentando directamente entre sí a través de instrumentos convencionales. En este caso, hay una guerra económica, y lo estamos viendo con las sanciones, con impedir las negociaciones de los mercados internacionales, con imponer penalizaciones a oligarcas o personas próximas a la dirección de estos partidos. Ellos, a su vez, utilizan sus armas económicas [en este caso, el cierre del Nord Stream 1 exigido a Gazprom]. También hay una guerra cognitiva, que es doctrina OTAN, y que va incluso más allá de las operaciones psicológicas y de influencia.
P.– Es inevitable recordarle que a muchos de sus detractores su discurso les suena muy anti-OTAN y muy pro-Putin. Seguro que no es la primera vez que se lo dicen.
R.– En cuanto no interesa lo que dices te tachan de ser anti-OTAN o de ser pro-Putin, sí. O de tener amantes o una dacha no se dónde y millones de rublos escondidos en paraísos fiscales. En fin. Yo tengo un discurso perfectamente claro y no lo pienso cambiar. Aquí hay gente que se confunde y dice que soy anti-OTAN, pero no es así. Según la Constitución y las Reales Ordenanzas, la razón de ser de los ejércitos es la defensa militar de España, y su misión garantizar la soberanía e independencia de la patria, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional.
P.– La Unión Europea le diría que debe ser más "solidario" con el resto de países.
R.– A mí en ningún sitio me han dicho que tenía que defender el ordenamiento constitucional de otro país ni su territorio. Porque yo soy militar español. Y defenderé a España. Otra cosa es que España esté, temporalmente, en una organización y mi Gobierno me mande a una misión. Pero mi sueldo no me lo pagan ni los británicos, ni los estadounidenses, ni los europeos, sino los españoles.
P.– El problema más grave lo tiene, precisamente, Europa. Quizás tengamos recursos suficientes para malvivir este invierno, pero no el siguiente. ¿Qué hemos hecho mal?
R.– Los europeos tenemos grandes debilidades. Cada tres años, la Comisión Europea establece una lista de recursos que son críticos para mantener nuestra producción industrial, y resulta que los tenemos que importar todos. Habíamos delegado la defensa en Estados Unidos, el comercio en China y la energía en Rusia. Y ahora nos encontramos con una situación crítica porque estamos hablando de que muchos países europeos, por cuestiones ideológicas, tampoco quieren mantener la energía nuclear ni explotar ciertos yacimientos.
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P.– La debilidad y la dependencia de Europa ponen contra la espada y la pared a las naciones de nuestro entorno. ¿Hay damnificados de primera y de segunda?
R.– Hay vulnerabilidades muy importantes, y podemos sufrir mucho más. Piensa que dentro de la UE había una docena de países cuyo 70% de la energía provenía de Rusia. Seis de ellos dependían al 100% de Rusia. No le puedes contar ahora a un húngaro o a un checo, cuyo invierno no tiene nada que ver con el de España, que se cierra el grifo del gas. Viene una temporada muy dura. Hace unos días leía un informe de un centro internacional serio y solvente que explicaba que sin el gas ruso en Europa, este año cientos de miles de personas podrían morir de frío. Es algo serio. Y cuando el hambre aprieta y el frío aprieta, todo lo que te cuentan los políticos poco importa. El hambre y el frío son los que inician las revoluciones.
P.– Se dice que España será de los países que menos sufrirá el envite de la crisis energética este año. ¿Vamos a capear el temporal?
R.– Aunque nosotros somos muy críticos con nuestro país, España ha hecho muy bien los deberes en el ámbito gasístico. Tenemos la tercera mayor capacidad de almacenamiento de gas del mundo, sólo por detrás de dos países muy deficientes en energía como son Japón y Corea del Sur. También estamos en posesión de más del 30% de todas las regasificadoras de Europa, porque entre otras cosas el plan de EE.UU. era que dejáramos de comprar el gas a Rusia y establecer una pinza entre España y Polonia. Lo hemos hecho bien, así que para nosotros el principal problema es el enfrentamiento con Argelia, que no creo que nos deje sin gas pero sí puede que nos ponga unos precios desorbitados. Además, China le ha ofrecido a Argelia comprarle todo el gas necesario e incluso se ha ofrecido a montarle varias licuadoras.
P.– Se planteó que el gasoducto MidCat del que Francia reniega era una solución milagrosa. Pero usted ha criticado que de milagro tiene poco.
R.– Algunos medios de comunicación dijeron que España podría acabar con el problema de Europa con ese gasoducto y que gracias a eso no haría falta el gas ruso. Pero es falso. Con la canalización prevista para ese gasoducto podríamos exportar 7 millardos de metros cúbicos (bcm). Pero sólo a través del Nord Stream 1 llegaban unos 65 bcm y, con el Nord Stream 2, habríamos hablado de 140 bcm anuales. Sin contar con el resto de gasoductos de la era soviética. Con 7 bcm no llegas ni para alimentar la décima parte de lo que le llegaba sólo a Alemania con el Nord Stream 1.
P.– Pero aún así podría haber contribuido a mejorar la situación. ¿Por qué Francia se empeña en no facilitar que salga adelante?
R.– Francia no muestra ningún interés porque ya tiene su problema prácticamente solucionado. Temporalmente, algunas de sus centrales nucleares están paradas por mantenimiento, pero tienen una cincuentena, y otra veintena de última generación, más pequeñas y de bajo impacto ambiental, que van a crear en los próximos años. Ten en cuenta que todos los presidentes que llegan al poder en Francia lo primero que hacen es darse una vuelta por África para seguir copando el uranio africano a través de su gran empresa Areva, que gestiona todo el espectro de la transformación del uranio en combustible nuclear hasta la llegada a las centrales. Este tema no es nuevo.
P.– Parece que en esta situación los políticos son más bien un problema que una llave para encontrar soluciones coherentes.
R.– Hay demasiado infantilismo en la política. Muchos dirigentes no tienen visión estratégica. Antes de que empezara la invasión, en un programa de Horizonte con Iker Jiménez, dije lo siguiente: 'Gente que gana 20.000 euros limpios de impuestos nos va a decir que nos apretemos el cinturón cuando esto se complique'. Todo se sabía. Nos han metido en una trampa que ahora pretenden que solucionemos los ciudadanos. No han cumplido su obligación como políticos y ahora somos nosotros los que debemos retroceder a la prehistoria y ser diligentes para solventar la inutilidad de los dirigentes europeos. Algunas declaraciones que escucho, de verdad, me parecen insultantes. Yo no sé si las hacen para niños de primaria. Hoy leía una noticia internacional que decía que Suiza planteaba una ley para encarcelar a las personas que no cumplieran con las restricciones energéticas impuestas por el país. En esas estamos.
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P.– ¿Pero eso es posible? ¿Nos puede controlar el gobierno cada vez que encendemos el microondas?
R.– Hoy es fácil saber el consumo que tú tienes en tu casa por cada dispositivo eléctrico. Algunas empresas hasta te mandan la factura y hacen un desglose diciéndote cuánto ha consumido tu frigorífico, tu lavadora y tu lavavajillas, y en qué horas. El Gobierno te puede controlar. Y te puede multar. Y te puede meter en la cárcel si quiere porque hoy se controla todo lo que hacemos.
P.– Todo esto que me comenta puede dar lugar a movilizaciones sociales. Esas "revoluciones" que usted mencionaba antes. La gente muestra síntomas de agotamiento.
R.– República Checa, Alemania, Reino Unido. Está pasando en todos lados. Sin embargo, España, que siempre ha sido un país de espíritu anarquista y que ha entrado por las direcciones prohibidas, ahora es el pueblo más sumiso de toda Europa. Mira, por ejemplo, las protestas de los agricultores en Holanda: no les dejan usar los productos nitrogenados en el campo y salen a la calle. Pero aquí da igual, porque hemos entrado en un estado de pasividad constante. Eso sí: ten claro que llegará un momento en el que la gente no aguantará más, por más que los medios de comunicación traten de convencer de lo contrario con mensajes machacones. Porque, como sabes, ya da igual la televisión que pongas: la mayoría están subvencionadas por el gobierno y saben que si se salen del discurso oficial se quedan sin dinero.
P.– Supongo que se refiere a mensajes machacones como bajar la temperatura en las tiendas o quitarse la corbata.
R.– Al final se trata de lanzar mensajes distractores que te apartan de los problemas estructurales para tenernos entretenidos y que durante cuatro días los tertulianos de los platós comenten 'si la corbata sí' o 'si la corbata no'.
P.– ¿Es la política exterior de Biden más agresiva que la de Trump?
R.– Sin lugar a dudas. Trump tuvo claro que no le iba a importar nada que no afectase sensiblemente a los intereses de Estados Unidos. Con Biden... En fin, mira la tensión que está generando, sin necesidad, con la visita de Nancy Pelosi a Taiwán. Ese es el mayor punto de fricción. Es una provocación. Con independencia de quién tenga razón.
P.– Si los papeles requisados por el FBI a Trump al final lo llevan a juicio se puede generar un problema más grave en la "primera democracia del mundo". ¿Ve peligro?
R.– ¿Pero para qué se llevó Trump esos papeles con información nuclear sensible de otros países? Esa es mi duda. Ahora mismo lo que nos demuestra esta situación es la tensión y la ruptura social que se está provocando en muchos países democráticos. Estados Unidos es un país roto, con unas tensiones que preludian casi una guerra civil. Algo que evidentemente no es propio de un sistema democrático, y menos de un país que ha pretendido expandir la democracia durante tantos años.
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P.– Pero Trump y otros populistas también han contribuido a generar esa tensión con su dialéctica extremista.
R.– Absolutamente. Pero en vez de ser conscientes de que en un sistema democrático debe haber todo tipo de opiniones y todas deben ser respetadas y escuchadas, resulta que la respuesta es un 'sólo yo miro por lo mío y los demás están equivocados'. Eso es algo intencionado, porque así es como se crean los hooligans políticos. El enemigo son todos los que no piensan igual. Esa polarización, esas fragmentaciones de las sociedades, como lo que hemos visto ahora en Argentina con el intento de asesinato de Kirchner o con las protestas de la izquierda en Chile, no son propias de un sistema democrático.
P.– Las redes sociales juegan un papel determinante en la diseminación del odio. ¿Son caldo de cultivo de malestar?
R.– El problema es que las redes sociales están completamente condicionadas. Nada es por azar. En ellas participan organizaciones políticas, ejércitos y servicios de inteligencia, donde cada uno trata de imponer su narrativa. Hasta hay redes de bots. Tú mismo puedes comprar cientos de miles de seguidores para que interactúen, ataquen y denuncien a cualquier voz discordante de tal manera que Twitter, que es un negocio, pueda cerrar su cuenta o banearla. Yo conozco a gente, personalmente, que trabaja para gobiernos para manipular las redes sociales.
P.– Le quiero preguntar por un tema sobre el que no se posiciona habitualmente. El calentamiento global. ¿Existe una geopolítica del cambio climático?
R.– No, pero debería. No hace falta que seamos premios Nobel para darnos cuenta de que la temperatura está subiendo, así que habría que hacer un planteamiento geopolítico serio del cambio climático. Hablamos, sobre todo, de agua, es decir, de escasez hídrica, de deficiencia de tierras cultivables y, por tanto, de alimentos. Sin energía podemos vivir, pero no sin agua ni alimentos. Vayámonos al Tíbet: de ahí nacen las cabeceras de los tres ríos que dan servicio a prácticamente todo Asia: el Indo, el Ganges y el Brahmaputra. China ya tiene una seria deficiencia hídrica: con el 23% de la población mundial sólo tiene el 8% de los recursos hídricos de todo el mundo. ¡Ya hay chinos que están emigrando a la Siberia rusa y parte de África se enfrenta a la desertificación! Esto provocará migraciones climáticas. Por eso debemos hacer una buena planificación: hablamos de la supervivencia humana.
P.– ¿Son las renovables la tabla de salvación de nuestros problemas?
R.– También tienen sus inconvenientes, porque ese proceso está en manos de China, que ha sabido ir copando los muchos recursos minerales que hacen falta. Pocos saben las decenas de kilos que lleva un aerogenerador en lantánidos, en tierras raras, que no las tenemos y que si las tuviésemos no querríamos explotar por cuestiones medioambientales o ideológicas. Si hablamos de placas solares, China produce el 85% de todas las del mundo. Por mucho que queramos acelerar el proceso renovable nunca vamos a ser independientes. Todo tenemos que hacerlo con una visión estratégica, pensando en los intereses nacionales por encima de todo, y no por los intereses internacionales, europeos o de Estados Unidos.
P.– ¿A usted lo han amenazado por ir a contracorriente?
R.– Sí. A mí estas cosas me dan igual, porque me han disparado hasta con misiles Scud. El problema es que empezó a afectar seriamente a mi familia. Y en ese momento dije: 'Se acabó'. Por eso dejé temporalmente el programa de Iker. El problema es que pensamos que estamos en una democracia en la que hay libertad de expresión. Cada vez estamos más limitados, nos autocensuramos más por miedo a sufrir ataques.
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P.– ¿Y cuál es la raíz de ese miedo? ¿La corrección política?
R.– El problema es que hoy vivimos rodeados de 'micromolestias' y amenazados por los 'delitos de odio', que es algo sumamente genérico. Entonces la gente se autolimita. Eso por no hablar de la doctrina woke, del wokeísmo, que es una auténtica perversión. Hay que cumplir unas leyes sensatas que coincidan con el pensamiento de la mayoría de la población, pero no unas impuestas de manera dogmática. ¡Debemos poder hablar de todo! Siempre pongo el ejemplo del Hyde Park, en Londres. Tú te puedes subir a un cajón y decir las mayores burradas. Eso es la libertad. ¡Eso 'era' la libertad! Ahora hemos entrado en una espiral de silencio, en un estado en el que la gente tiene miedo de hablar. Y cuando sales de tu burbuja te das cuenta de que las personas son mucho más sensatas de lo que nos quieren hacer creer.
P.– ¿Algún ejemplo de 'perversión' legal reciente?
R.– Una de las últimas leyes del Gobierno, la de los influencers o de medios audiovisuales. Una de las cosas que pone es que el gobierno puede tener la capacidad de discernir si lo que tú dices es verdad o mentira. Te puede acusar de desinformación y ponerte multas millonarias o meterte en la cárcel. ¿Quién va a ser el responsable de juzgar eso? ¡Y esto está por escrito!
P.– ¿Le preocupan los populismos extremistas que proliferan en Europa?
R.– Yo, como verás, soy una persona de espíritu totalmente liberal pero moderada, de respeto profundo hacia todos los colectivos. Cada uno que haga exactamente lo que quiera. Respondiendo a tu pregunta, creo que los extremos nunca son buenos. La virtud está en el medio entre dos extremos viciosos. El problema es que estos extremos siempre tienden a ser muy viciosos. Todo esto que estamos comentando, y hasta el abuso excesivo que hacen algunos políticos de nuestro sistema, puede dar origen a movimientos populistas que acaben con la democracia tal y como la entendemos actualmente. El problema es que muchos jóvenes sienten que el sistema democrático ha caído en el descrédito, así que podemos caer con facilidad en manos de flautistas de Hamelín que nos ofrezcan fórmulas mágicas que, evidentemente, no existen. Lo que hace falta es contar con gente sensata, propulsar una reflexión serena y estratégica, pensar a largo plazo y, sobre todo, buscar el bienestar de cada uno de los ciudadanos, no el interés de los políticos ni de los partidos.