Christina Rosenvinge (Madrid, 1964) puede hacer lo que ella quiera, incluso reanimar a Safo 27 siglos después de su muerte en el Teatro de Mérida. Ella resucita, entiende, mastica, resignifica, aúpa, ilumina todo lo que toca. Es músico, es compositora, es actriz, es poeta, es mujer hecha verbo y pensamiento.
Sabe, como la artista de Lesbos, del deseo díscolo y del amor heterodoxo, de los versos y las amigas, de las pasiones sordas a las instituciones maritales, de la fe que significa confianza en una misma, de las escuelas de mujeres que se nutren entre ellas, como en esta obra copada por hembras extraordinarias -como la escritura y dramaturga María Folguera o la escenógrafa Marta Pazos-.
Safo significa libertad. Significa ideas efervescentes. Significa rupturismo. Significa hablar hondo y cantar para ser oída y retumbar en el mundo. Safo significa respirar limpio y ser autoconsciente. Safo significa Christina Rosenvinge. Ahora en el Festival Grec de Barcelona. El 20 de agosto en Sagunto y, en otoño, en los Teatros del Canal.
[Safo, reina del pop en el verano clásico]
Pregunta.- Me gusta que Safo deje de ser la “décima musa”, como la definió Platón, para ser genio. Tú, que eres genio, ¿has sido alguna vez musa? ¿Qué hay de este papel, se está quedando obsoleto?
Respuesta.- A mí, la idea de la musa aún me parece bella: la musa como la inspiradora de las artes, que reparte sus flores llenas de ideas… cuando un artista busca inspiración, llama a la musa, sea hombre o mujer. El problema es tratar a las humanas como musas, ¿sabes? (ríe). Los creadores son genios sean hombres o mujeres, pero pensar que la creadora mujer es sólo musa porque no puede participar activamente en su arte… ahí el error, la confusión que ha durado tantísimos siglos de historia. A las creadoras las han limitado con el papel de musa.
P.- También creo yo que se ha llamado “musa” a mujeres que han sido genias, como Gala, la llamada ‘musa de Dalí’, porque lo mismo los creadores les han robado alguna ideílla y han dicho “nada, esto viene de mi musa”. ¡Las musas como excusa para el plagio o la apropiación!
R.- (Ríe). Efectivamente, ahí ha habido trampa. La mujer que estaba al lado del genio en muchos casos no es que fuera su musa, es que era su mecenas, su potenciadora, su máxima crítica, y a la vez, una creadora oscurecida por el talento masculino. Lo ideal sería examinar caso por caso, pero está claro que “musa” es una etiqueta que limita. ¡O también podemos pensar en musos!
P.- Pero está tan claro que nunca se ha aplicado a los hombres, que no existe ni la palabra en masculino.
R.- En general no, pero a mí me han inspirado los hombres y los llamo “musos”, mira (ríe). Lo he pensado cada vez que he escrito una canción para impresionar a un hombre. En realidad, la musa y el muso son excusas: uno tiene ganas de escribir, de crear, uno siente el impulso… y va a por él como sea. Lo decía Safo en una frase maravillosa del fragmento 36: “Deseo / y después busco”.
Piensa en la cantidad de arte que hay inspirado en mitología o religión. En los motivos bíblicos que encuentras en El Prado: todos esos pintores, ¿estaban tan interesados en esos temas o es que querían pintar… y pintaban eso porque era lo que se propiciaba en esa época, por motivos de financiación fundamentalmente, y también porque era las temáticas centrales?
En otra época habrían pintado otra cosa, seguro. El caso es pintar. El caso es expresarse. Y en el fondo es una expresión poco personal. Yo creo que cuando uno busca expresarse, se convierte en una voz colectiva: el artista es una antena. Cuando yo escribo una canción sobre algo que me está doliendo mucho a mí, le está doliendo un poco a todo el mundo. Hay un impulso por la conciencia colectiva.
P.- Has dicho en alguna ocasión que has empezado a escribir una canción por un hombre y la has acabado escribiendo por otro.
R.- (Ríe) ¡Eso me ha pasado un par de veces! Es muy gracioso. Sucede en épocas convulsas, cambiantes. Sobre todo el hecho de pensar en uno cuando la escribía y al poco, cuando ya iba a grabarla… la interpretaba pensando en otro.
P.- Mira, pues así le bajas el ego a alguno que diga “esta canción de Rosenvinge va por mí”
R.- Exacto. Es probable que no vaya sólo por él (ríe).
P.- Safo tenía cierta obsesión por la inmortalidad y se preguntaba qué será de su nombre cuando muriera. ¿Tú crees en la gloria, crees en la trascendencia?
R.- ¡Ay! Esto no me lo había preguntado nadie y era algo que tenía ganas de comentar. Efectivamente, es como dices: Safo se preguntaba si lo que había escrito iba a perdurar más allá de su existencia. Yo esto lo hablaba con María, que es programadora y dirige el Circo Prize, y ella decía que todos los artistas pensamos en la posteridad.
Yo le decía que no, que yo quiero reconocimiento en vida, que la posteridad me importa un comino, ¡el reconocimiento lo quiero ahora en forma de posibilidades! Me sobran ideas, quiero financiación. La fama más allá de la tumba me da igual, lo ideal es que alguien confíe en mí en vida para hacer esto o lo otro.
P.- España, además, es un país de aplausos unánimes cuando los artistas se mueren. Antes, a veces, ni les miran. ¡Valen más muertos!
R.- Absolutamente de acuerdo contigo. En este país se le hacen grandes hagiografías a gente a la que en vida no le han hecho ni una buena crítica: es tristísimo. Parece que hay que morirse para molar, para que se nos valore… pienso en Rafael Berrio, que era un fantástico letrista, con una carrera interesantísima, y que no tuvo la oportunidad de poder desarrollarse como lo hubiera hecho. Era muy especial y único en lo suyo. Eso sí, cuando se murió, todo el mundo acordándose de él…
P.- Tú no quieres estatuas.
R.- Yo no, en absoluto, no me interesan los premios muerta ni en la residencia de ancianos. Quiero el dinero ahora, quiero la posibilidad de crear cosas tan hermosas como esto de Safo. Mi proyecto desde el principio fue convertirlo en una creación coral, no quería que fuese nada personalista.
Me parecía que era un buena forma de respetar a la escuela sáfica, siendo fiel a ella, incluyendo a otras mujeres creadoras, reproduciendo la isla de Lesbos con su tormenta de pasiones e intercambios de ideas y aprendizajes. Hay siete mujeres además de mí que conforman el elenco y son absolutamente geniales, no son simplemente intérpretes, son artistas y virtuosas de lo suyo. Ha sido esto como una residencia artística para todas: los textos, las canciones, la dramaturgia…
P.- ¿Qué crees que sería lo primero que habría que inculcar a las jóvenes mujeres de una hipotética escuela sáfica?
R.- La confianza. Es lo más importante porque hemos estado faltas de referencias y de valoración. Nuestros proyectos cuesta más ponerlos en pie. Los hombres, por tradición, tienen más lazos de apoyo entre ellos, más asertividad y una arrogancia sana, ¡o insana, dependiendo del caso! (ríe). Nosotras tenemos falta de fe.
"Que no me den premios muerta ni cuando esté en la residencia de ancianos: quiero el dinero ahora"
P.- Has dicho que la obra de Safo es “revolucionaria” porque “no hay arrepentimiento”, sólo una constante celebración del “eros y de la fiesta, del aquí y del ahora”.
R.- Sí. Y es llamativo que Safo, cuando menciona el matrimonio, de lo que realmente habla es de la boda, de la fiesta, de la pasión por la celebración, de lo bonitos que son los novios entrando en la cámara nupcial, de la primera noche y de su parte lúdica… no habla de esposos, sino de amantes. Habla de amor físico, no de la institución del matrimonio ni de los hijos, a ellos apenas los menciona. Es un canto al cuerpo, a los placeres del cuerpo. Y sí, claro, eso en nuestra cultura es muy revolucionario, porque ella fue la primera poeta lírica en tratar esos temas. Fíjate en qué punto estamos que 27 siglos después sigue sonando fuerte y atípica.
P.- ¿Tú eres como Oscar Wilde, Christina, que creía que si querías mucho a alguien lo mejor para demostrárselo era no casarse con él o con ella?
R.- (Ríe). Bueno, yo en concreto estos meses leyendo tanto a Safo he aprendido que pertenezco más a la escuela de Esparta. Soy más austera en mi vida personal, muy ordenada y cuidadosa, ¡no tan hedonista! De Safo estoy aprendiendo a disfrutar, pero yo vengo de una escuela y de una familia con mentalidad más luterana. Vengo de una cultura bastarda entre lo nórdico y lo mediterráneo. Pero sí, te diré que algo he llevado a rajatabla, y es que nunca me he casado.
He sido fiel a lo que pensaba de niña. En la primera canción del segundo disco de Alex y Christina cantábamos El Souvenir, que era un tema contra el matrimonio tradicional. Decía que era una trampa para meter a las mujeres en casa, ¡yo ya lo advertía! (ríe). Bueno, las cosas han cambiado y creo que hay hombres muy majos que comparten las tareas del hogar y el cuidado de los hijos, pero desde luego, yo no me crié con eso ni fue lo que vi alrededor. Estoy contenta de no haberme casado: yo no quería entrar en ese orden doméstico y nunca he entrado.
P.- Safo vivió hace 27 siglos, como has dicho, es decir, antes de la culpa cristiana.
R.- Bueno, la sociedad griega era machista también, pero a ella le sucedió una anomalía, una excepción… pasa a veces, como le pasó a Virginia Woolf o a otras mujeres creadoras: siempre provienen de clase acomodada y eso les da oportunidad de desarrollarse. Tenemos que darnos cabezazos contra la pared por el talento femenino de clase trabajadora que hemos perdido, porque ellas no han tenido oportunidades ni medios de subsistencia para avalar eso que llamamos el cuarto propio. No han tenido renta propia. Si dependes del dinero de otro difícilmente te puedes convertir en una gran creadora. Pienso en Emily Dickinson. O en Rosalía de Castro. Infinitos son los casos.
En el caso de Safo, aparte de que era de clase alta, sucedió que no vivía en el centro del imperio, ni en Atenas ni en Esparta, vivía en Lesbos, periférica, en una isla en la que de hecho se hablaba otra forma de griego, el eólico, ¡fue su islote de libertad! Me lo imagino como una Ibiza de los setenta, pero e su época. Ahí ocurren cosas que no ocurren en otros lugares. No es sólo la religión cristiana, todas las religiones monoteístas, en general, están de acuerdo en la estructura -mira la musulmana, o la budista de alguna forma…-: la mujer, por debajo.
P.- Hablemos de amor.
R.- Para Safo había dos formas de abordar el amor: la de Afrodita, que es la diosa del amor físico, del romance, del eros, y la de Era, que era una diosa mucho más severa y es la que bendice el matrimonio como sociedad, como institución, la que protege las propiedades, los hijos y la perpetuidad. Son dos conceptos que pueden convivir juntos, y eso ya de por sí era revolucionario, porque esa certeza es reciente: que amor y matrimonio vayan juntos, ¡eso es nuevo! En las viejas sociedades estaba separado.
P.- Safo hablaba de la enfermedad del amor, de los síntomas físicos del deseo: como el frío y el calor a la vez, en todas partes, o los zumbidos…
R.- Sí, el enamoramiento tiene síntomas físicos durante unos meses: si la relación es a distancia, se alargan más, porque se desea más… una vez desaparecen, pueden cristalizarse en algo que es todavía más bonito, que es cuando el amor se consolida y se convierte en un compromiso de cuidado mutuo o de acompañamiento mutuo, ¡es muy hermoso!
Si los síntomas del enamoramiento se alargaran más de unos meses, enfermaríamos. Cuando desaparece el enamoramiento y no ha aparecido la segunda parte, lo echamos tanto de menos… que duele. No es que extrañemos al otro, nos echamos de menos a nosotros mismos cuando estábamos enamorados. Esa versión nuestra nos produce adicción.
"Estoy contenta de no haberme casado: nunca quise entrar en el orden doméstico y no he entrado"
P.- Safo no exigía fecundidad y tampoco fidelidad. ¿Qué importancia crees que tiene la fidelidad en el mundo moderno? ¿Nos hemos obsesionado demasiado con la monogamia?
R.- Es posible, pero, en cualquier caso, los amores abiertos han existido desde siempre. Siempre ha habido parejas de larga duración que han subsistido gracias a pactos… en los que se daba por sentado… bueno, que iba a haber algo de “crecimiento individual” en ese sentido (ríe). Lo feo, y lo que desgraciadamente es común, es que esa apertura a menudo se da solamente por un lado. Esto de exigir fidelidad mientras tú no la estás manteniendo: eso nos ha convertido en una sociedad hipócrita.
P.- Parece que se prefiere engañar a la pareja antes que abrir la relación, qué cositas.
R.- Sí, es una hipocresía bestial y premiada por la sociedad. Es un tema muy complejo: estamos educados en la exclusividad y hay que tener mucha seguridad en uno mismo para aceptar eso, pero sí, vamos: sobre todo conozco muchas parejas homosexuales que funcionan dentro de la apertura.
P.- En un momento de la obra cantas “es medianoche / y hoy duermo sola”. ¿Qué hemos aprendido durmiendo solas y qué durmiendo con otras personas?
R.- ¡Ay, ese poema es maravilloso! Lo saqué del libro de Aurora Luque, que ha sido mi libro de cabecera todos estos meses. Es el poema de las pléyades. “Se ha ocultado la luna / también las Pléyades / es medianoche / la hora propicia escapa, / y yo duermo sola”. Lo que está diciendo en realidad es que el tiempo se ha ido, que la hora de encontrar el amor ya ha pasado, la hora de que ocurra algo mágico… y ella duerme sola. Me pareció un estribillo pop perfecto y lo hice canción, aunque mezclé dos poemas distintos, ¡he editado a Safo! Lo junté con el poema de la vejez: cuando habla de sus cabellos blancos, pero ella misma dice que no quiere vivir para siempre… ahí cuenta la historia de Titono, ¿sabes esa?
Es la historia de un mortal muy bello al que la diosa Aurora raptó caprichosamente. Se habla mucho de que los dioses griegos violan, pero también hubo diosas que raptaron a mortales para llevárselos consigo. Ésta raptó a Titono y le pidió a Zeus que le concediera la vida eterna para tenerle siempre a su lado. ¡Se le olvidó pedir la juventud eterna, que no es lo mismo! El pobre Titono se convirtió en un anciano, muy chiquitito, muy negro, más pequeñito cada vez… y ella lo guardó en una caja. Todavía lo amaba, pero se empequeñece tanto que se llega a convertir en un grillo. Entonces ella empieza a pedirle a Zeus que le conceda la muerte mientras se escucha su “cri, cri, cri”. Esto no está en Safo, sino en una leyenda posterior que encontré, ya romana, no griega.
"Se habla mucho de que los dioses griegos violan, pero también hubo diosas que raptaron a mortales"
P.- Hablando con Arsuaga, el otro día, me decía que lo ideal no es la vida eterna, sino la juventud eterna. Para qué queremos ser tan largos en nuestra decrepitud.
R.- Tiene mucha razón. A mí vivir 130 años me preocupa horriblemente. Además, las personas que tengan las posibilidades económicas de alargar su vida no le van a venir muy bien a la humanidad. Las personas privilegiadas son más depredadoras, acaparadoras… en todo caso, prefiero que lleguen a los 130 años personas muy especiales que nos beneficien a todos, que sepan mirar por todos, no los ricos.
P.- Safo es la gran poeta lésbica. Estos días, con el Orgullo, pensaba que las lesbianas siguen estando más silenciadas que los gays hasta en una ciudad tan presuntamente moderna como Madrid, donde hay muchísimos bares gays pero muy pocos de lesbianas, ¿no te parece?
R.- Bueno, quizá no sea un mundo tan visible, pero Madrid tiene una comunidad lésbica potentísima. Yo conozco a un pequeño porcentaje de esa comunidad y te aseguro que es fuerte, revolucionaria y llena de ideas, aunque no sé si se percibe tanto eso que dices. Probablemente sea verdad, pero las redes de lesbianas en Madrid, Barcelona y País Vasco -que son las que yo conozco- son fortísimas. Aunque igual no están tanto en bares, sino en casas privadas.
P.- ¿Qué hay del machismo que sufren las lesbianas? El falocentrismo… como si su erotismo no valiese o fuese de segunda clase porque no interviene un hombre en él. Aún hay hombres que lo ven así.
R.- Son subespecies, no representan la opinión de la mayor parte de los hombres, afortunadamente. En todo caso, los hombres que piensen que las mujeres necesitan un falo para divertirse, que lean a Paul B. Preciado. Hay un poema, un fragmento de Safo, donde se menciona el dildo: el dildo está en nuestra cultura desde siempre para uso tanto de mujeres como de hombres, y se ha usado para contravenir la fecundidad, diversión sin riesgo de embarazo. El dildo ha existido siempre en los juegos sexuales.
"Cuidar a tus hijos sola puede ser tan abrumador que ni disfrutas de ellos"
P.- He leído que en la obra se juega con frutas para representar el sexo femenino, a modo de lenguaje surrealista. Hemos crecido en un mundo donde cualquiera pintaba un pene en un grafiti o en la mesa del pupitre. ¿Cómo reivindicar la figura del coño?
R.- ¡Sí! Hay una identificación entre lo vegetal y lo sexual que está en la poesía de Safo y también en la cultura griega. Había una noche allá, equivalente al carnaval, en la que las mujeres plantaban lechugas en los tejados de sus casas, y las regaban demasiado y dejaban que crecieran… y la noche de las lechugas, eran ellas las que mandaban y hacían lo que querían: se revertían los papeles, ¡era el carnaval! Las lechugas en la obra eran el símbolo del sexo sin fecundidad.
¡Ay, lo del coño…! Tengo una amiga en el País Vasco que es educadora y lo primero que hace cuando da una clase con adolescentes es pedirles que dibujen una vulva. Todos saben dibujar un pene, pero ante la vulva se quedan pasmados. Se equivocan y ella les va corrigiendo. Es verdad que ha habido como secretismo, pero ya desde los 70 se hacían reuniones de mujeres para mirárselo con un espejo, para identificar sus partes, y hasta usaban el especuló de los ginecólogos para autoexaminarse y conocerse. Es fundamental, porque hay mucho desconocimiento, también desde el lado femenino. El coño ha sido un misterio pero ya no lo es, como la regla, que se va verbalizando mucho más.
P.- La obra desmonta mitos como que Safo se suicidó por el amor de un hombre, algo que dijo también el bueno de Ovidio. Esto le pasaba mucho a Juana I de Castilla, Juana la loca, de la que dijeron “ay, qué loca está de amor”, cuando en verdad odiaba a Felipe el Hermoso. ¿Ha sido también una forma de manejar al personaje?
R.- Ha habido una tendencia, desde luego, a hablar de ese modelo. Le pasó a Sylvia Plath, a la que vendieron como mujer sufriente que se suicida por amor, pero yo no creo que lo hiciera, ¿sabes? No es que me base en nada, sólo en mi intuición, en mi instinto: yo creo que Plath se vio asfixiada, encerrada en esa casa con dos hijos, con la imposibilidad de sacar adelante su propia vida. Es más eso que su amor por Ted Hughes. Se le ha dado demasiada importancia a Hughes, creo (ríe). La vida doméstica, tanto para hombres como para mujeres, puede ser muy aplastante, muy difícil de llevar, muy repetitiva.
Lo que Sísifo llevaba no era una piedra: era una mujer que limpiaba la cocina tres veces al día. ¿No es increíble? Se mancha tanto, siempre es vuelta a empezar… la mesa de la cocina es la base de la familia: ahí se estudia, se trabaja y se concentra lo doméstico, lo dramático, lo hermoso, ahí se gesta todo, pero comprar comida, cocinarla, comerla, limpiarla… es un proceso que te ocupa la mitad del día. La vida doméstica deja muy poco espacio para la vida real. El cuidado de los niños puede ser muy abrumador para una sola persona, tanto que mientras estás cuidándolos ni disfrutas de ellos porque siempre estás agotada.
"Estoy cerca del abolicionismo, el problema es que me parece imposible de llevar a cabo"
P.- A Safo la llamaron por igual “sacerdotista” y “prostituta”. Quería preguntarte sobre tu posición en el debate de la prostitución, ¿abolición o regulación?
R.- Es un tema sobre el que no me atrevo a opinar, porque entiendo la postura abolicionista absolutamente, pero también la otra, aunque estoy más cerca del abolicionismo. El problema es que me parece imposible de llevar a cabo. Me interesa mucho el tema, leo mucho sobre él, pero tengo peros ante ambas posiciones.
P.- Hay escenas eróticas en la obra. En alguna ocasión has criticado la pornografía violenta y basada en relaciones de poder que se consume hoy.
R.- Sí. Lo preocupante de la pornografía, como de la prostitución -son ramas hermanas- es el planteamiento del sexo como relación de poder. Eso es injusto y perverso: la idea de comprar un cuerpo para sentir que tienes poder sobre él es el gran problema de nuestra cultura. Yo lo noto mucho en el lenguaje, está hasta en las preposiciones que se utilizan. Yo le enseño a mis hijos que decir “follarse a” es machista: se dice “follar con”. Ese “follar a” implica posesión, utilitarismo; el “follar con” implica compartir. Me gusta que hablemos de esa diferencia y de esa perversión.
La respuesta siempre está en la educación. Hay que llegar a un consenso en la educación sexual en los colegios, porque las familias van a perpetuar las percepciones del pasado. Creo que todos, incluso las escuelas religiosas, debemos ponernos de acuerdo en ciertos mínimos acerca de la educación sexual. No se puede ignorar esa cuestión tan importante en la educación de las nuevas generaciones.