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Dice la reivindicación más famosa del campo que "la tierra es para quien la trabaja". Sin embargo, en la isla de La Palma, la erupción del volcán de Cumbre Vieja ha sepultado hasta esa tradición y la tierra, ahora mismo, sigue siendo del agricultor, que la quiere volver a trabajar cuanto antes, pero la lava que hay encima nadie la puede tocar.
Dos meses después de que el volcán volviera a dormirse -la erupción empezó el 19 de septiembre y se dio por apagado el 25 de diciembre-, las negras coladas de lava que se tragaron 250 hectáreas de plataneras (como la que aparece en la foto), además de viviendas y otros negocios, siguen aplastando el futuro de más de 500 familias que piden a la administración que tome ya una decisión: "Toda la vida cuando había un volcán se ha trabajado el terreno con dinamita y a pico y pala. Había voluntad, dinamita y se hacían las cosas. Ahora hay maquinaria para hacerlo más rápido, pero no hay voluntad. Y no podemos esperar seis meses a que una diga algo, el otro vaya a una comisión, otro lo devuelva...".
¿Se puede plantar plátanos ya encima de la lava? ¿Se puede quitar la lava? ¿Por qué no se pueden tocar las coladas?
Gilberto (50 años) hace meses que no saca del armario su ropa del plátano. En realidad la recogió como pudo, corriendo, antes de que la colada arrasara sus plantas, sus tierras, su casa, su vida y lo peor: su futuro. Él y su mujer se marcharon a los pocos días de que Cumbre Vieja empezara a rugir con la esperanza de volver pronto. Pero cinco meses después ni siquiera saben seguro si van a poder volver a cultivar su propia tierra, ahora en el fondo de la lava.
"El terreno es mío y la lava es de ellos, que saquen la lava de mi terreno o que la aplanen para poder continuar viviendo. Si la lava es el problema, sácala de lo mío y déjame trabajar. Estamos para reconstruir, pero ellos son los que mandan. Nosotros tenemos las escrituras, pero ellos son los que tienen el poder sobre lo nuestro. Nosotros no tenemos ahora prácticamente derecho a nada", asegura frente a una montaña de piedras negras volcánicas en el límite de una de las coladas entre Tazacorte y Los Llanos, los dos municipios más afectados.
"El terreno es mío y la lava es de ellos, que saquen la lava de mi terreno o que la aplanen para poder continuar"
Accede a hablar con EL ESPAÑOL | Porfolio en una finca ocupada en parte por la mancha negra. Mira las plataneras secas y con los hijos (las futuras nuevas plataneras) más pequeños de lo que se desearía a estas alturas del año con envidia sana. "Aquí han regado. ¡Qué bueno!", asegura nada más pisar la tierra. Detrás de él, metros de pedrusco negro que no se pueden tocar ni aplanar ni retirar porque nadie les da permiso y que le pesan en un corazón lleno de incertidumbres y de muy pocas certezas, salvo la de tener las manos fuertes para recuperar su vida... si le dejan.
"Para entrar con una pala tienen que pedir permisos, declaración de impacto medioambiental, etc. Ahora mismo tenemos una legislación que no contempla esta situación y se está innovando jurídicamente cada día. El volcán se extinguió el 13 de diciembre y se está trabajando en procesos que llevarían meses de forma muy acelerada. Vamos a ver qué decisiones toma el ejecutivo canario porque no se puede dar licencias sobre una lava sin ver primero si van a estar protegidas o no…", explica el consejero de Ordenación Urbana del Cabildo de la Palma, Gonzalo Pascual.
La consejera de Agricultura y Pesca del Gobierno canario, Alicia Vanoostende Simili, asegura a esta revista que están viendo cuáles con los caminos de vuelta a la normalidad y quiénes deben marcarlos. "La parte más difícil es la de reconstruir sobre la lava. Estamos trabajando para encargar a una empresa pública para que pueda hacer esos estudios de viabilidad y técnicos para ver cómo se podría hacer, buscar alternativas y proyectar", aclara.
Y eso es justo lo que se temen las más de 500 familias afectadas cuyo futuro está debajo de un manto negro, que se pasen la pelota de una administración a otra y que nadie haga nada rápido, que el tiempo de recuperación se alargue ya no meses sino años.
"Ahora mismo hay una oportunidad económica, porque la inversión es rentable; están los fondos de Next Generation y la UE nos ha confirmado fondos para catástrofes naturales que apenas se han usado y que estarían dispuestos si se dice cómo, cuándo, dónde... Debe haber ya una hoja de ruta administrativa en función de lo que se puede o no se puede hacer, de limitación de zonas, de bancos de tierra para el sustrato, la herramienta jurídica para ver cómo indemnizar a los propietarios, cómo realojar a los antiguos y cómo garantizar que esos terrenos son suyos", advierte Sergio Cáceres, gerente de la Asociación de Organizaciones de Productores de Plátanos de Canarias (ASPROCAN).
Demasiadas preguntas sin respuestas concretas ni en las normativas actuales ni en el modo de trabajo. Esta organización, que recoge al 100% de los productores de plátano en las islas Canarias, ha puesto todos sus medios técnicos y económicos para intentar cubrir un vacío legal que sigue siendo el gran problema: la tierra que hay debajo de la lava es propiedad de sus dueños, privada, pero el manto negro es "del mundo mundial" o "de ellos", como dicen los plataneros sin saber muy bien quiénes son ellos, y nadie, aún, les ha dicho qué pueden hacer con eso.
"Estamos con diagnósticos y diagnósticos y hemos dejado un tiempo prudencial pero ya van para dos meses y no hay nada concreto. Hay una propuesta del Cabildo donde no está el Gobierno de Canarias y no queremos que uno coja la carretilla para un lado y el otro diga luego que no…", añade Cáceres.
"Estamos trabajando para encargar un estudio de viabilidad y técnico para ver cómo se podría hacer"
"Creemos que es el Gobierno de Canarias el que tiene que impulsar esta cuestión porque si se necesita una iniciativa legislativa la tendría que hacer Transición Ecológica que lleva también la parte de Ordenamiento. Pero no creo que se necesite una normativa específica para solucionar esto. A partir de ese estudio que vamos a encargar también sabremos cuál es la forma jurídica para actuar", insiste la consejera de Agricultura.
Pero ¿para cuándo estará ese estudio que marcará el futuro de los plataneros? "Estamos trabajando para hacer el encargo, el tiempo del estudio esperamos poder tenerlo terminado a finales de año", añade Vanoostende. Es decir, no se podrá ni una lava hasta 2023.
Un pico y dinamita
Los más mayores del lugar recuerdan que en las últimas erupciones volcánicas que hubo en La Palma no hubo que esperar tanto porque no había "tantas leyes y tantas normas". Los mismos agricultores devolvieron a las plataneras la zona de las coladas a base de barrenar la lava con dinamita y pico y pala para allanarla. Después se echó tierra encima, "es verdad que se hicieron tres hoyos increíbles en la montaña" y de vuelta a plantar.
Gilberto sólo pide que le dejen hacer algo. Lleva metiendo las manos entre plátanos desde hace 32 años en un terreno que antes fue de su padre y que siempre pensó que sería de sus hijos. "Es lo que quiero seguir haciendo. Esa tierra es el trabajo de mi padre, más el trabajo mío… lo tenemos todo ahí. No es sólo que perdimos el presente, es que perdimos el pasado y el futuro, que es muy incierto".
En su caso la lava también se comió su casa y ahora, junto a sus dos hijos, vive con su madre y su abuela en un piso. "La vivienda duele mucho pero la finca duele más porque si no tienes un medio de vida no puedes recuperarte", explica su mujer, María José, casi ahogada como si el magnífico sol que ilumina ese día La Palma se hubiera comido también el aire entre recuerdos tan negros.
"Yo tengo 50 años y dicen que soy joven y tengo empuje, pero yo no quiero estar con las subvenciones todo el tiempo, quiero hacer. Y si ellos no quieren hacer, pues que se aparten y nos dejen, porque con 21 años tenía más de lo que tengo ahora con 50 y he trabajado toda mi vida".
Las leyes y la administración han cambiado mucho desde las últimas explosiones volcánicas en la isla, -en 1949 con el volcán de San Juan, y en 1971 con el de Teneguía-, cuando simplemente el notario de la zona en cuanto enfrió la lava bajó con los agricultores por la colada y con sacos de arena se fueron marcando lindes y anotándolas en el registro.
"Incluso cuentan que puso a nombre de un amigo las nuevas tierras que se crearon con la erupción, con la intención de que se las devolviera luego, pero nunca lo hizo. De hecho, a esa zona se le llama la finca del notario", cuentan los palmeros entre risas, conscientes de que las cosas no se pueden hacer como antes pero tampoco como ahora.
Y es que 70 años después, la protección jurídica es mayor y las administraciones, hasta cuatro implicadas, tienen que ponerse de acuerdo para reconstruir un valle acostumbrado a renacer de la fuerza libertaria de la naturaleza y del tesón de muchos isleños.
"La zona estaba conformada desde hace años con una estructura de propiedad y una serie de servicios (caminos, canales de riego…) que ya no están. Ahora hay que rehacerlo de forma conjunta, con una junta de compensación, para sumar la superficie afectada y dar a cada propietario el porcentaje que le corresponde. Pero también mejorando las vías, que hasta ahora eran de dos metros de ancho y cuando bajaba un camión por la fruta tenía que salir marcha atrás o bloqueando a otros; mejorando los riegos para que haya una sola tubería y no cuatro de distintas comunidades de aguas como hasta ahora, la iluminación...", explica el consejero del Cabildo.
Asprocan y los plataneros saben que ésta puede ser una oportunidad para pintar mejor el terreno pero no quieren que estas decisiones se eternicen "y dentro de 10 años, alguien diga: '¿Se acuerdan de los palmeros? Pues siguen esperando'", aclaran.
"Queremos que se haga de una manera ordenada, no puede ser la ley del oeste, pero aún no le han dicho a los afectados qué va a pasar con ellos. Son todo rumores y hay que pararlos porque se entra en una dinámica de conflictos", añaden.
Pino (46 años) sabe de lo que hablan. Su padre fue añadiendo celemín a celemín para ganar fanegas a su terreno [12 celemines son una fanega, una media hectárea]. Ahora tiene dos fanegas y media que se han salvado de forma milagrosa entre dos de las coladas. "Pasó cuatro veces la lava por el linde y no se la llevó. Es un milagro", asegura feliz porque, además, acaba de volver de reunirse con el alcalde y le ha asegurado que en verano puede que ya estén abiertos los accesos y trabajando en hacer llegar el agua.
Habla de esperar todavía entre cuatro o cinco meses para poder ver cómo está su tierra, pero en la distancia observa su finca en lo alto como un pequeño rayo de luz en un túnel negro, muy negro para muchos de sus compañeros. "Si podemos llegar y plantar en junio estupendo. Si no, tendríamos que plantar para el año que viene, lo que supondría que la nueva producción no la tendríamos hasta 2024".
¿Y mientras tanto? "A ver si se mantienen las ayudas o ver cómo vamos haciendo, porque no se pueden hacer planes a largo plazo", sentencia con una media sonrisa, amarga a ratos, por no poder hacer nada.
La finca abancalada en terrazas, como la mayoría de sus vecinos, la empezó a construir su padre cuando vino de Venezuela. "Cuando yo nací ya estaba produciendo plátanos. En los 60, ya estaba la finca. Pero se fue haciendo poco a poco. El último cantero lo pusimos a principio de los 70".
En su cabeza no sólo está poder volver a vender pronto plátanos de la milagrosa finca, sino también volver a trabajar con normalidad. "Toda la canalización que van a hacer es nueva y tienen que ir bordeando la colada porque no pueden hacerla por abajo. Así que tardarán más que en línea recta, pero está bien", resopla antes de contar que ahora mismo vive de la ayuda como autónoma agrícola, la ayuda por la ceniza y la subvención del plátano, aunque no aparta en ningún momento su vista del horizonte, allá en lo alto, donde sus plátanos, por ahora, se siguen asfixiando en soledad.
El último viaje de la Armada
Todos los agricultores que van visitando las fincas limítrofes con la colada, las que se ha comido el volcán un trozo, relatan las ayudas que ya han recibido o que están previstas como si fuera un goteo de agua que mantiene vivo a este valle pero sin muchas esperanzas de crecimiento.
Ninguno quiere quedarse en su casa. Ninguno quiere cruzarse de brazos aunque la mayoría, mientras posa para las fotos cerca de las plataneras, no sabe dónde meter las manos acostumbradas a coger apeos y trabajar en ellas. Unos las cruzan. Otros no las sacan de los bolsillos. Pero todos quieren volver a ponerlas en movimiento.
"Estos productores van a trabajar, a intentar salvar su producción sabiendo que si perdiesen toda la cosecha se la iban a compensar completamente. Y la gente sigue yendo a trabajar. Ese espíritu es el platanero y todo tiene que ir en primar al que se esfuerza en sacar adelante su finca", advierten desde Asprocan.
La montaña de Cumbre Vieja todavía echa humo. De hecho, las fajanas que han surgido del choque entre la lava y el mar siguen soltando gases. Pero los plataneros que pueden han vuelto a levantarse temprano, se colocan su ropa de trabajo y buscan, casi con el mismo tesón que las coladas que han fracturado la isla, llegar a sus plantaciones.
Pedro Manuel Padrón (56 años, palmero y platanero) es uno de los que, por suerte, puede ir a trabajar a una de las fincas, "la otra está afectada por los gases y no se puede pasar". Pero casi como Sísifo, cada día tiene que arrastrar la piedra desde el mismo sitio sin final. En su caso, el problema es que donde antes tardaban unos 15 minutos en llegar a sus fanegas ahora, con dos de las lenguas arrasando los caminos, les lleva dos horas de ida y dos de vuelta ponerse a faenar.
Sus salvadores han sido los marineros del buque de asalto anfibio Castilla desplazado a La Palma por la Armada, que cada día trasladaban hasta a 100 agricultores a la playa de Puerto Nao, al otro lado de la zona afectada. Tres veces al día (7, 13 y 17 horas) hacían un recorrido de tan sólo 20 minutos para dejarlos al pie de sus fincas. Antes de que llegara el buque a la playa ya estaban todos en el puerto para iniciar su jornada y a la vuelta, esperando en un pueblo que sigue desalojado por la expulsión de gases. "Es un pueblo fantasma", aseguran.
"Cuando el barco empezó, yo era muy escéptico, pero ahora sé que ha sido una ayuda increíble. El problema es que nos lo quitan ya también y vamos a tener que volver a una carretera en obras, con desvíos, y a cuatro horas de viaje para poder trabajar", aseguran los productores, con un chaleco salvavidas que casi es una metáfora de lo que supone la ayuda de los militares.
EL ESPAÑOL | Porfolio comparte con los afectados uno de los últimos viajes de este buque anfibio. Es la una del mediodía y el sol ya aprieta, por lo que muchos de los agricultores que han ido a trabajar por la mañana vienen de vuelta. Saben que es uno de los últimos traslados (el barco dejó de prestar el servicio el pasado miércoles) y el cansancio se nota más en el alma que en el cuerpo. No saben cómo se van a organizar a partir de ahora, pero siguen empujando la piedra.
"Te quitan la barcaza, que más o menos nos hacía ver un poco de luz al final del túnel, y la gente vuelve otra vez a que se le haga muy duro. Yo me planteo ir un día sí y un día no. No sé si intentar ir con cuatro personas y echar todo el día porque si no, no se avanza. Hay que tomárselo con calma porque la carretera es penosa", insiste este agricultor que sabe, por tradición y genética, lo que es pelear con un volcán para sacarle fruto a sus plataneras.
"Mi familia empezó a trabajar los plátanos precisamente sobre la colada del volcán de San Juan, en la zona de exclusión", asegura mientras señala desde el buque el lugar donde está la antigua lengua, entre dos de las coladas nuevas. "No hay mucha diferencia de color de la del 49 a esa de 2022", señala.
Su tío Daniel fue uno de los pioneros en traer arena del monte, echarla sobre la lava y empezar a cultivar. "Fue el primero en echar 40 centímetros de tierra y plantar. Al principio lo llamaban loco, pero ahora es lo que queremos hacer todos. Esa es la primera huerta que se sembró en el año 50 y la primera cosecha la dio ya en 1951", explica mientras muestra unas fotografías antiguas en su teléfono móvil.
Peligro de "éxodo"
Del mar también les viene el líquido salvador para sus plantas. Sus fincas sobreviven ahora mismo gracias al agua que bombean, a un barco cisterna de agua dulce y a las desalinizadoras que tratan de ayudar a un terreno golpeado ya no por la lava pero sí por mucha ceniza.
"Al principio estábamos muy alarmados pensando que la ceniza fuera tóxica para la tierra pero nos hemos dado cuenta de que el suelo, en principio, no está afectado. La platanera se asfixió y la producción de este año está perdida. Hemos soplado y limpiado para recuperarlas y se ha establecido un riego precario cada 14 días, pero hasta dentro de dos años, a lo mejor, no se puede producir como antes".
El viaje en el barco anfibio, cuando la mar está calmada, les sirve para recordar la destrucción. Muchos no miran a la costa y otros, prefieren hacerlo en silencio. "Contemplar cada vez que paso por aquí la mancha negra y saber que hay compañeros tuyos que lo han perdido todo. Que tenían sus casas, sus fincas en la zona más envidiable de la isla y ahora eso", señala con lágrimas en los ojos las lenguas negras que aún no han cicatrizado.
"Mi tío fue el primero en 1949 en echar tierra y plantar. Lo llamaban loco, pero ahora es lo que queremos todos"
Se habla de que la marcha del barco anfibio puede provocar que la administración pública haga un embarcadero en una de las zonas protegidas para seguir llegando por mar a esta zona. De nuevo nada cierto. Todo rumores. Y los trabajadores no son muy optimistas. "¿Que van a hacer un puerto sólo para los agricultores? Eso no se lo cree nadie", asegura un compañero de Pedro.
Muchos de los palmeros, como Pedro, tenían grabadas en sus pupilas las imágenes de la erupción del Teneguía, cuando eran pequeños, como uno de los mejores espectáculos del mundo. "Era un volcán pegado al mar e íbamos en familia todos a verlos", cuenta.
Pero la de Cumbre Vieja ha sido otra cosa. Ésta les ha dejado grabado a fuego una destrucción que ahora mismo está cubierta por tiritas, por subvenciones, pero que si no se ponen a trabajar rápido será una fractura en la vida de la isla que puede hundirla para siempre.
"Prácticamente van a cubrir al 100% de la producción pero ahora la esperanza es trabajar para la siguiente para, en vez de cubrir el 100%, pues te cubran el 50% y así", reconoce Pedro.
Si nadie lo remedia pronto. Si no hay planes de futuro que marquen ya el camino, todos saben lo que ocurrirá. Miran hacia el suelo que les ha visto nacer. Hacia ese suelo joven, caliente, negro y verde de una forma mágica, y nombran la palabra que nadie quiere oir: "Éxodo".
"La pandemia había conseguido rejuvenecer el sector del plátano. Había mucha gente joven que estaba trabajando en las fincas de sus padres, recuperándolas. Pero ahora, si no hay futuro, la gente emigrará y será la perdición de La Palma. Porque los contenedores que traen productos es porque luego se van llenos de plátanos. Si no hay plátanos... no hay nada", concluye María, una técnica agrícola que sabe que su isla necesita de la platanera abuela, madre e hija para seguir viviendo.
La 'trampa' de las subvenciones
El sector del plátano tiene asegurados hasta 2027 unos 141 millones de euros en ayudas de la Unión Europa por ser un territorio ultraperiférico. Eso supone una subvención directa de casi 32 céntimos por kilo de fruta que exige, entre otros requisitos, que se sea agricultor en activo para percibirla. Y esta exigencia obvia en el reglamento europeo es la que ha hecho saltar todas las alarmas: los plataneros de La Palma son agricultores activos en este año agrícola, que va de agosto a agosto, puesto que el volcán erupcionó el 19 de septiembre de 2021, pero ¿qué va a pasar a partir del próximo agosto?
"Estamos luchando para paliar la situación. Queremos que los 8.000 productores que forman el sector sigan manteniendo su ayuda siempre y cuando recuperen su actividad. Esto se ha propuesto a la comisión pero estamos pendientes de que nos confirmen que efectivamente es así. Es una decisión reconocemos que es compleja pero más que necesaria y razonable, y para la que confiamos que se encuentre el hueco en la normativa comunitaria", explica Sergio Cáceres de Asprocan.
Pero no es la única paradoja a la que se han enfrentado con el volcán y las ayudas. Los plataneros se desayunaron con que su seguro agrario sí paga pero no participa de la cobertura del consorcio de seguros por lo que se han quedado fuera de estas compensaciones que sí se van a pagar a viviendas o negocios pero no el campo por ser un riesgo no asegurable: tsunamis, terremotos y volcanes. "Hay una iniciativa legislativa para que eso no vuelva a pasar. No se entiende que se pague al consorcio para que el consorcio no responda", añade la patronal.
Por ahora, el Gobierno de Canarias tiene lista otra línea de ayuda de valor de 13 millones, que saldrá adelante en el próximo consejo, y que se unirá a las que han facilitado hasta ahora.