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Este lunes 13 de diciembre, a primera hora, el teniente fiscal del Tribunal Supremo que ha dirigido la investigación sobre el patrimonio del rey emérito aseguraba que no quería retirarse. "Yo no me jubilo, me jubilan", me contestó, cuando le pregunté si tenía intención de hacerlo. En noviembre había cumplido 71 años. Fiscales y jueces deben retirarse como máximo a los 72. Ya sabía Juan Ignacio Campos Campos (Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 1950) que el destino de uno no está siempre en sus propias manos. Él, que ha tenido en sus manos el destino penal de Juan Carlos de Borbón (1938), falleció inesperadamente el 15 diciembre. Tan solo 48 horas antes, en una conversación en su despacho de la Fiscalía General de Estado, habíamos hablado de su infancia, de los recuerdos familiares y, precisamente, de lo injusto de la muerte.
La misma mañana del lunes se conoció públicamente que la Fiscalía suiza había cerrado la investigación por las supuestas comisiones del tren de La Meca que habían puesto en el ojo judicial al emérito. Hacía semanas que Campos preveía también finalizar el proceso en España.
La noticia del archivo del caso en Suiza llegó a España después de que lo publicara la prensa helvética. El fiscal Yves Bertossa no ve indicios suficientes para investigar un posible delito de blanqueo de capitales por la donación de 65 millones de euros que hizo el rey de Arabia Saudí en 2008 a Juan Carlos, entonces rey de España: "No se ha confirmado la sospecha de un pacto corrupto con Juan Carlos por el Ave". Era la conclusión de Bertossa tras analizar documentación de registros en Ginebra -clave para ver el flujo del dinero- y papeles que le había enviado la Fiscalía española.
La noticia del archivo se expandió en España durante esa mañana. Pero el acuerdo de archivo firmado por Yves Bertossa no estaba todavía -llegaría después- entre toda la documentación que este lunes llenaba la amplia y clásica mesa del despacho de Campos.
Pero quizá ese lunes ya lo había visto en la prensa. Era lector de periódicos en papel -tenía uno en la mesa- y de los digitales. No sólo los leía. Estaba bastante al día de los sistemas de suscripción. También de lo que conlleva hacer periodismo: "Cuánto trabajan Pedro J. Ramírez y María Peral", me dirá.
Campos estaba repasando un largo escrito. Había dejado su lectura para recibirme. "Perdona que no me levante, pero mi cuerpo hoy no me lo permite", se disculpó. Su físico -porte fuerte, alto, espalda ancha y de buen comer- se había resentido por la enfermedad que le llevó a pasar por quirófano. Le dije que no se disculpara, faltaría más: "De verdad, por favor no lo haga". Le estaba casi riñendo: Juan Ignacio Campos era el teniente fiscal del Supremo, cargo del que tomó posesión el 25 de enero de este año. Es uno de los máximos escalafones del Ministerio Público. Dolores Delgado (1962), fiscal general del Estado, siempre se refería a él como "uno de los mejores juristas penalistas de España".
Firme defensor de la educación y el respeto por las formas, volvió a pedir perdón, con apuro, por no levantarse cuando me marché un rato después. Tras palpar en nuestra conversación la calidad humana del fiscal, de la que ya estaba más que puesta al día, opté por no reñirle esa vez. "Prométame que escribirá sus memorias, son memoria de España", le dije para despedirme."Te llamaré", me contestó. La siguiente noticia que recibí sobre él fue la de su fallecimiento.
Tanto en lo personal como en lo profesional, Juan Ignacio Campos era todo discreción. La única norma establecida en mi visita, acordada unas semanas antes, fue que no hablaríamos de casos abiertos. Así que, aunque le dije que esperaba entrevistarle cuando se jubilara, charlamos más del pasado que del presente.
"Juan Ignacio Campos ha sido uno de los mejores juristas penalistas de España"
En junio de 2020, cuando Dolores Delgado le pidió ponerse al frente de la investigación del rey emérito, EL ESPAÑOL me encargó trazar su perfil más personal. El del crío que ayudaba en la bodega familiar en Villanueva de los Infantes, el del estudiante de marianistas en Ciudad Real, el de preparador de opositores… Me constaba que le había gustado lo que publicamos. Él mismo me lo confirmó el lunes.
Calle Rey Juan Carlos
Es bonito, dijo, repasar algunos años. Me habló con inmenso cariño de sus hermanos, a los que visitaba siempre que podía. Pepita, 15 años mayor que él y a la que consideraba "como su madre" por todo lo que lo había cuidado y Ramón. Ellos viven en la casa familiar del pueblo. Bromeó con ello: "Yo les digo que esa casa debería ser mía porque de todos los hermanos, solo yo, que soy el pequeño [eran cuatro], nací en ella. Entonces nacíamos en las casas, ¿sabes?".
La casa familiar de los Campos está en una de las arterias principales de la otrora señorial Villa de Infantes -10.000 habitantes en 1950, hoy 5.000-, considerada el verdadero lugar de la Mancha del que Don Quijote no quería acordarse. Cosas del destino, y de la llegada de la democracia, la calle se llama ahora calle Rey Juan Carlos. Antes lo fue del Generalísimo y de la Reina Gobernadora. En el pueblo la llaman, en realidad, 'la calle de las tiendas'.
Manchego de pura cepa, siempre hizo gala de ello. En sus regresos a Villanueva de los Infantes aprovechaba para visitar la zona, lo que incluía ir con sus hijos a las Lagunas de Ruidera. Tiene tres. Una de ellas, María Luisa, es fiscal en Gerona. Sigue así los pasos de su padre, quien seguro ha sido un gran maestro, como reconocen juristas a los que ayudó a preparar oposiciones. Definían al fiscal del Supremo como "pausado, reflexivo, muy crítico y muy taxativo en sus valoraciones". En algún momento podía incluso "resultar un poco gruñón", nos dijo uno de ellos. Comprensible: "El preparador no puede ser tu amigo. Y además él era muy exigente", concluye.
Con más de 43 años de ejercicio, Campos había acumulado experiencia en muchos de los grandes casos de corrupción de España. De Malaya, centrado en el ladrillo marbellí, al Caso Gürtel, la trama de corrupción del PP y su caja B que tumbó al gobierno de Mariano Rajoy; así como Nóos, el primer caso que afectó a la Corona, sentó a la infanta Cristina en el banquillo y llevó al yerno del rey emérito, Iñaki Urdangarin, a la cárcel.
De Campos recuerdan las hemerotecas su escrito en el caso de Lucrecia Pérez, una inmigrante negra asesinada en 1992 por un guardia civil y varios menores. El fiscal, entonces en la Audiencia Provincial de Madrid, dejó escrito que "su único pecado había sido ser extranjera, negra y pobre". Se considera el primer asesinato racista juzgado en España.
Aunque en su última etapa llegó a investigar las cuentas de un rey, Juan Ignacio Campos había nacido en una casa más llana. Sus padres, agricultores, tenían bodega propia como muchas de las familias de Villanueva de los Infantes. De niño ayudaba cuando llegaba la vendimia. Más con la báscula que en la viña. Ya se intuía que su destino no estaba en el campo. Con 16 años llegó a Madrid para estudiar Derecho tras pasar por los Marianistas en Ciudad Real, el colegio de los niños bien de la zona en los años 60. De allí saldrían históricos líderes manchegos como José María Barreda, expresidente de Castilla-La Mancha.
Campos hizo en aquel colegio algunos grandes amigos, entre ellos Manuel Marín (Ciudad Real, 1949). "Era un año mayor que yo, pero coincidimos en Ciudad Real y luego en el Colegio Mayor Chaminade [también de marianistas]".
Habló de él con verdadera admiración y recalcó lo pronto que se había ido el jurista y político socialista. Marín, que fue presidente del Congreso, falleció en 2017 por una grave enfermedad. El fiscal subrayó de él que era un "prohombre" y había en sus palabras un lamento por las injusticias de la vida. En este caso, de la muerte. "Qué injusta es".
Tan sólo 48 horas después de esta conversación, Juan Ignacio Campos falleció de forma repentina, por un infarto. Fue en su casa de Madrid, "donde se encontraba tras haber acudido ese día a su lugar de trabajo", señaló la Fiscalía.
Unas horas antes de morir, había presidido la Junta de Fiscales del Tribunal Supremo. Se lo había pedido la misma fiscal general, Dolores Delgado. Ella tenía que ir al Ministerio a la toma de posesión del nuevo secretario de Estado de Justicia. El manchego era un fiscal leal y obediente y aunque los últimos días de su vida "no podía andar 10 metros sin cansarse", según él mismo comentaba, hizo el esfuerzo y presidió esa Junta. Ese día, después de comer, se le paró el corazón. Un corazón generoso y humilde, pese a ser un fiscal de primera, recuerdan quienes le conocían.
El cariño y respeto de sus colegas se palpó el jueves en la capilla ardiente oficial instalada en la Fiscalía General del Estado. La cúpula judicial española se despidió de Campos y transmitió sus condolencias a la familia, amigos y compañeros. Además de la presencia durante todo el acto de la fiscal general del Estado, Dolores Delgado, no faltaron la ministra de Justicia, Pilar Llop, el ministro de Interior, Fernando-Grande-Marlaska, el presidente del Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes; y el del Constitucional, Pedro González-Trevijano.
Campos fue despedido con un largo y cálido aplauso. En un ambiente político convulso y ante el huracán judicial que ha afectado al emérito, la figura del fiscal Juan Ignacio Campos destacó por lo contrario. Por "su profesionalidad, discreción, lealtad y honestidad", ha señalado la Fiscalía. Así se despedía el Ministerio Público de él: "De talante conciliador y comprometido con el servicio público, don Juan Ignacio deja un vacío irremplazable en la Fiscalía española y un legado imborrable". Sí, la vida le ha jubilado. Pero su legado permanece.
"Perdone que no me levante", volvió a excusarse cuando me marché, seguramente conteniendo su dolor por la enfermedad.
Juan Ignacio Campos es la Historia de España y era un caballero.