China es un dragón pobre, envejecido y con menos dientes de los que presume
China, cuya propaganda extiende promesas que su realidad no puede pagar, afronta dos retos insuperables: la decadencia de su economía y su envejecimiento poblacional.
Evito leer libros sobre China que contengan en el título "dragón" o "dragón que despierta". Es una garantía infalible de que estará plagado de los clichés y copypastes de los últimos veinte años. Además, un titular tan manoseado como ese solamente puede producir reflujo y acidez intelectual.
Hagan la prueba, googleen "China dragón despierta" y verán los cientos, miles de resultados que arroja la búsqueda.
A principios de siglo, cuando China accedió a la OMC, el mundo esperaba que con ese dragón despertaran 1.400 millones de consumidores para seguir alimentando la voracidad capitalista. Por su parte, los filocomunistas más entusiastas hablaban de que el laboratorio chino podría gestar una alternativa.
Nada de esto ha sucedido. El ser humano, hasta en China, tiene sus pulsiones. El país reemergió como la potencia global que siempre fue, pero en forma de dinastía dictadora muy altamente tecnologizada.
Deng Xiaoping inventó en 1978 dos eufemismos para la implementación de un capitalismo dirigido desde el Partido que todavía hoy son lemas: política de reforma y apertura y socialismo con características chinas.
Son ya varias las décadas de dragones que despiertan.
En términos de PIB, no hay lugar a dudas, China es la segunda potencia global. Pero en España, cuarto PIB de la UE, sabemos que eso no significa nada. Nuestros salarios no han crecido desde 2002, nuestro PIB per cápita está a nivel de 2007, tenemos el mayor desempleo de la Unión, el mayor envejecimiento poblacional, la menor inversión en I+D.
¿Seguimos?
"Es fácil hacer titulares desmedidos con China, porque cualquier ligero regüeldo en Pekín afecta al resto del planeta"
Una vez entendido el valor macro de un PIB, cabe preguntarse lo siguiente. Si China es ya una potencia global, ¿por qué los chinos siguen huyendo por motivos económicos y buscan instalarse en Occidente? Sus competidores, los estadounidenses, no huyen de su país.
Es fácil hacer titulares desmedidos con China, porque cualquier ligero regüeldo en Pekín afecta al resto del planeta. Un virus en Wuhan, por ejemplo. Leo cosas tremendas. Nueva guerra fría, cambios disruptivos, mundo bipolar, ¡nuevo conflicto mundial! No nos gusta el pesimismo, porque es fácil que alguna vez acierte.
Pero sería conveniente entender las flaquezas de un gigante con pies de barro para comprender por qué China puede ser grande por su PIB, pero limitada en su influencia global. Y lo hemos visto en noviembre, en la visita de Xi Jinping a San Francisco.
En primer lugar, China maquilla sus cifras. Todas, y sobre todo las económicas. La falta de transparencia no favorece los negocios. En algunos casos, los agentes globales se lo permiten para que puedan alardear de su "sistema".
El mayor ejemplo es el de los 800 millones de chinos que han salido de la pobreza en cuatro décadas. Esto fue posible gracias a la guía de instituciones internacionales para resucitar la famélica economía que los experimentos comunistas agrarios de Mao Zedong habían dejado.
La realidad es que China aplica un umbral de pobreza cinco veces inferior al que le correspondería como país de rentas medias-altas, según el criterio del Banco Mundial, que debería ser de 5,50 dólares diarios.
El recientemente fallecido ex primer ministro Li Keqiang dio un dato en 2020. La mitad de la población china, 600 millones de personas, vive con 1.000 yuanes al mes, o 140 dólares. Una cuantía insuficiente para alquilar una habitación en cualquier ciudad china.
En cuanto a la influencia cultural que pueda tener China, esta reside en una gran inversión propagandística por parte de Pekín, a la que se suma con gran desinhibición cualquier país o individuo que se autodenomine socialista (y unos cuantos muertos de hambre occidentales). Es el así llamado "poder blando", la China idílica del té verde, la filosofía milenaria y los osos panda.
Desconfíe de cualquier experto que enarbole los 800 millones de pobres como muestra de que la China "socialista" funciona. Está pagado por Pekín o anda buscando su patrocinio.
La evidencia brutal de que China no tiene ninguna influencia cultural es que en España, donde somos los últimos en enterarnos de lo que sucede en el mundo, los periodistas siguen creyendo que Xi es el nombre y Jinping el apellido. A pesar de la insistencia de la RAE en recalcar que en los nombres chinos se sitúa primero el apellido.
Menos Carlos Alsina, nadie sabe pronunciar su nombre, además. Lo más parecido es ChiChinPin. Le reto además a que cite a un escritor, músico o director de cine chino, y no vale Liu Cixin, Lang Lang ni Wong Kar-wai. No se le ocurrirá ninguno, of course.
"El país se ha desarrollado lo suficiente como para llegar a ese punto por el que pasan todos los países ricos, pero sin haber alcanzado una renta per cápita equiparable"
Y ahora vayamos a otros retos más serios a los que se enfrenta la segunda potencia. Son dos muy graves y están interconectados: la decadencia de su economía y su envejecimiento poblacional.
China es una bomba de relojería poblacional, como explica el demógrafo Paul Morland. Mientras Pekín presumía de que la política del hijo único había impedido el nacimiento de 400 millones de chinos para abordar su grave problema de superpoblación, al levantar esa prohibición hace unos años sucedió lo inesperado: los chinos ya no querían tener hijos.
El país se había desarrollado lo suficiente como para llegar a ese punto por el que pasan todos los países ricos, pero sin haber alcanzado una renta per cápita equiparable. Los jóvenes dicen que no se lo pueden permitir. La vivienda es prohibitiva, sin mencionar la educación y los servicios médicos. Un chino paga más que un brasileño por ir al médico.
La consecuencia es el fin de otro gran cliché. China ya no es la fábrica del mundo. Fueron esos millones de campesinos que migraron a las ciudades industrializadas de la costa quienes impulsaron los crecimientos de dos dígitos desde los años 2000, favorecidos por la deslocalización de las empresas globales.
Todo esto se ha acabado. Y a diferencia de los países occidentales, atractivos para la migración, China no puede suplir esa mano de obra con migrantes, a los que además no da acceso.
Según los análisis de Morland, una vez la población envejece, se frena el crecimiento de la riqueza y aumenta la huida poblacional. Y ahí termina el sueño chino. En el contexto demográfico, India ya ha ocupado la supremacía de China y espera con su mano de obra joven desbancar su PIB.
La buena noticia es que, con este mapa demográfico, Xi Jinping no puede permitirse enviar a sus jóvenes a una guerra con Taiwán. No tiene suficientes y se ganaría la hostilidad de su población a medida que empezaran a llegar los ataúdes con sus cadáveres dentro. La invasión rusa de Ucrania también está siendo una lección para Pekín.
Pero nadie está en la cabeza de Xi, y una vez tomada la volátil y letal deriva nacionalista, todo puede suceder.
En cuanto a los motivos económicos, ¿por dónde empezar? Xi Jinping lleva en el poder una década y ya no escucha a nadie. Lo único que busca es permanecer en él a toda costa. Hay muchos motivos por los que en democracias se limita la permanencia en el poder de los líderes, y uno de ellos es el síndrome de Hubris.
Las delirantes políticas contra la Covid-19 implementadas por Xi dieron la estocada final a una economía china que ya empezaba a acusar síntomas de desaceleración, y cuyas carencias Xi parece haberse propuesto suplir con un dislocado sentimiento nacionalista y "antiimperialista", que a ratos se le va de las manos, y una diplomacia de "lobos guerreros", que es la antítesis de la diplomacia.
Es cierto que China ha logrado algún acuerdo por el que colgarse medallas, como el acercamiento entre Irán y Arabia Saudí. Pero esto solamente ha sucedido cuando Washington (que, a diferencia de China, se ha ido independizando del crudo saudí), se ha retirado de una región altamente volátil que solamente le aportaba muertos y dolores de cabeza.
Estados Unidos representa el 25% del PIB mundial. China el 18%. Son potencias muy desiguales.
En la escalada entre Estados Unidos y China, iniciada con las embestidas de un Donald Trump a las que Xi respondió como el adolescente diplomático altamente hormonado de nacionalismo que es, muchos titulares parecían ignorar que las dos principales potencias económicas son también principales socias comerciales. El shock provocado por la Covid-19 y la consecuente decisión de Washington y Bruselas de desacoplarse de la economía china afecta más a Pekín.
Sin embargo, Xi parece haber perdido el interés en la economía de su país, que adolece de graves achaques. The Wall Street Journal los resumía en un reciente análisis. Paro juvenil del 25%, endeudamiento del sector inmobiliario, bajo consumo, arrestos en las empresas privadas, caída del 87% de la inversión extranjera.
La Cámara de Comercio de Estados Unidos en Shanghái ha detectado que muchas de sus empresas quieren abandonar China por el miedo y la ansiedad que las políticas de acoso y persecución de Pekín contra empresas extranjeras provocan. China acusa a los extranjeros de espías.
El decano de la Escuela de Economía de la Universidad de Fudan, Zhang Jun, ha recomendado que Pekín pague los gastos de las familias de clase media y baja para estimular el consumo, en lugar de invertir en proyectos multimillonarios para exaltar su imagen doméstica e internacional, "proyectos que no tienen un retorno razonable y en los que el dinero se desperdicia o desaparece", explicaba.
El hecho de que Xi viajara a San Francisco en noviembre para limar asperezas con Joe Biden ya es un indicio de la debilidad de la segunda potencia frente a la primera. Sin embargo, Xi no parece interesado en estimular su economía. En su lugar está creando unas milicias civiles para contener el justificado descontento de la población mediante la "estabilización social".
Es decir, ante los problemas que no sabe solucionar, más mano dura. ¿Y esta era la alternativa al capitalismo?
*** Marga Zambrana es periodista, corresponsal en China desde 2003 y en Oriente Medio desde 2013.