Alberto Núñez Feijóo, líder del PP, en la Festa do Albariño de Cambados, Pontevedra.

Alberto Núñez Feijóo, líder del PP, en la Festa do Albariño de Cambados, Pontevedra. EP

LA TRIBUNA

Feijóo todavía no es un líder

El candidato del PP se ha agarrado a un antisanchismo de trazo grueso en el que era imposible discernir qué reformas concretas implementaría en caso de llegar a La Moncloa.

11 agosto, 2023 02:55

Hablar sobre liderazgo admite muchas interpretaciones, incluso contradictorias, porque es muy difícil definirlo. Como le ocurría a San Agustín con el tiempo, si nadie nos lo pregunta, lo percibimos; pero si queremos explicárselo al que nos pregunta sobre él, no sabemos explicarlo.

Como decía Felipe González que le pasaba con Europa. Estando dentro, podía resultar un galimatías de Estados y culturas diferentes, incluso opuestas, pero una vez salía de ella, veía más claros los fundamentos que permitían hablar de una unión política y cultural, además de económica y comercial.

Elías Bendodo, Alberto Núñez Feijóo y Cuca Gamarra e Isabel Díaz Ayuso en la celebración electoral en Génova.

Elías Bendodo, Alberto Núñez Feijóo y Cuca Gamarra e Isabel Díaz Ayuso en la celebración electoral en Génova. Europa Press

El liderazgo en la campaña del 23-J ha brillado más en la izquierda que en la derecha, y era razonable que así fuera. Tras las elecciones autonómicas y municipales, eran Pedro Sánchez y Yolanda Díaz quienes más se jugaban frente a un Alberto Nuñez Feijóo y un Santiago Abascal que parecían empujados cómodamente por la inercia del 28 de mayo y los pactos postelectorales entre PP y Vox. Pese a escenificaciones y puntuales desacuerdos aún estancados (caso de Murcia) se han puesto de acuerdo allí donde se han necesitado.

Frente a unas campañas mejor definidas en PSOE y Sumar, costaba entender las decisiones estratégicas de PP y Vox. En cuanto a Vox, era difícil no preguntarse (como había hecho Sánchez en una entrevista días antes del domingo electoral), de dónde salía determinada gente que iba asumiendo puestos de responsabilidad en parlamentos y gobiernos autonómicos cuya hemeroteca parecía una colección de parodias de programas satíricos.

El ínterin entre ambas elecciones ha tenido mucho de llamativo autosabotaje de Vox. Respecto al PP, el trazo grueso de la derogación del sanchismo, la obsesión ridícula con el Falcon o los llamamientos al "otro PSOE" hicieron quedarse corto a aquel lamento atribuido a Giulio Andreotti sobre la falta de finezza de la política española. 

Pero lo que llamó especialmente la atención fue la atonía y la falta de propuestas elaboradas del candidato Feijóo. Sólo brilló en el debate cara a cara, pero ni siquiera eso quedó en su haber. Fue a partir de ahí cuando quedó instalada la duda sobre su palabra y, por ende, sobre su honestidad política. Feijóo ha sido un candidato nacional pero no un líder para el país. Si está a tiempo o no de convertirse en uno, en su partido deberán dilucidarlo.

"La campaña del PP es la principal culpable de no haber alcanzado el poder"

Cierto es que no lo tenía nada fácil, pero su rendimiento ha estado muy por debajo de lo esperado. No lo digo yo, sino sus 137 diputados, cuando en conversaciones privadas con personas de su entorno (o con acceso al mismo) se hablaba de entre 150 y 160.

Aunque el PP culpe a Vox y sus excentricidades de no haber sumado mayoría, la campaña de Feijóo es igual de responsable. Y como formación senior, la principal culpable de no haber alcanzado el poder. En el binomio PP-Vox, potencial alianza de Gobierno, ha sido el PP quien ha pinchado.

Hablar de derecho a gobernar por ser la fuerza más votada, o de su búsqueda de un gobierno en solitario con apoyos externos sólo conduce a la melancolía, y es el PP el primero que lo sabe. Queda pensar en las próximas elecciones, sean repetidas, anticipadas o dentro de cuatro años. Respecto al margen de maniobra de Feijóo, esta cuestión de los plazos no es tan crucial. Al menos si quiere ejercer ese liderazgo que se ha echado en falta en la campaña.

El candidato del PP tenía tres frentes abiertos que debía gestionar.

En primer lugar, la propia organización, que pronto se dio cuenta de que el liderazgo de Pablo Casado había terminado en el momento en el que se había enfrentado tan agria y personalmente con Isabel Díaz Ayuso, uno de sus principales activos electorales y emocionales.

En segundo lugar, la relación con Vox, su principal dilema político-moral e ideológico. Y, por último, hacia la sociedad, mostrando un proyecto alternativo capaz de atraer a una mayoría suficiente. En ninguno de dichos frentes brilló Feijóo. Más bien al contrario.

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Respecto al partido, confió en ser una suerte de bálsamo que funcionara como una llamada a Zidane para que se hiciera cargo del Real Madrid cuando le falla un Lopetegui o un Rafa Benítez. En cuanto a la relación con los de Abascal, aún hoy seguimos sin saber qué piensa, qué líneas rojas trazaría, qué relación institucional mantendría de sumar mayoría más allá de decir que él quiere gobernar solo… Casado fue, a este respecto, mucho más claro y tomó posición, independientemente de si era la adecuada o no. 

Los distintos pactos autonómicos y locales no han despejado ninguna duda, y lo poco que se vislumbraba espantó a demasiados. La ambigüedad que transmitió fue entendida como debilidad, confusión y falta de criterio en una cuestión esencial.

Por último, la relación con la sociedad en la campaña ha sido vicaria de las otras dos. Un tacticismo de trazo grueso en el que era imposible discernir qué ideas de fondo, qué reformas concretas, que políticas públicas quería implementar el aspirante a presidente en caso de llegar a La Moncloa. Más aún aspirando a ser la voz de una parte de la ciudadanía que se supone que valora cierta tecnocracia en los asuntos públicos.

Que Feijóo es consciente de todo eso lo reveló su cara durante las palabras sin convicción que pronunció la noche electoral en el balcón de Génova 13. Sobre todo cuando el público comenzó a gritar "¡Ayuso, Ayuso!" y su confusión quedó fijada en una mirada desubicada. Como cuando en Gladiator el impopular emperador Cómodo se revuelve contra la popularidad de Máximo, el "Hispano", al que el público vitorea en el coliseo cuando mata al rival, por su bravura, o cuando lo perdona, por su clemencia.

"El principal problema de Feijóo ha sido su falta de ambición y arrojo"

Haber gobernado Galicia con cuatro mayorías absolutas tiene mucho mérito. Pero las especificidades del territorio hacían difícil trasladar dichos méritos al país en su conjunto. Mismo hándicap que puede tener Ayuso en su momento.

Juanma Moreno Bonilla, en cambio, sí ha consolidado un liderazgo propio en un territorio sociológicamente de signo contrario al que profesa su partido. Y esa quizá sea, al fin y al cabo, su fardo para aspirar al liderazgo de un PP que, con razón, puede decirle: con lo que nos ha costado conquistar la Junta de Andalucía, no puedes irte de Sevilla.

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Pero tengo para mí que el principal problema de Feijóo ha sido más básico: su falta de ambición y arrojo. Primero lo mostró al rechazar aspirar al liderazgo del PP en las primarias que llevaron a Casado a la presidencia del partido, en 2018.

En su libro Las personas de la historia. Sobre la persuasión y el arte del liderazgo, la historiadora canadiense Margaret Macmillan contaba lo que le ocurrió al demócrata Adlay Stevenson. Llegó a ser el embajador ante la ONU de Kennedy, pero se creía llamado a cotas mayores de poder y liderazgo. "Stevenson tenía el mismo tipo de contactos sociales, y el brillo, el encanto y la voluntad reformista [que JFK]. Y sin embargo, no estaba dispuesto a bregar para salir elegido; los votantes reconocerían su talento sin necesidad de mayores esfuerzos por su parte, o así lo dio por sentado. Y tampoco estaba dispuesto a pronunciarse demasiado. [...] La persona que triunfe como líder debe tener, para empezar, ambición, e incluso una ambición implacable".

No suena como un retrato del Feijóo de la campaña. 

*** Antonio García Maldonado es asesor político, escritor y ensayista.

Carles Puigdemont, ex presidente de la Generalitat y prófugo de la Justicia española.

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