¿Cómo acercar América Latina a Europa?
Europa y América Latina deben construir alianzas basadas en valores comunes, más allá de los manidos acuerdos comerciales.
La cumbre entre Europa y América Latina llevaba ocho años sin celebrarse y no está de más recordar que fue la propia CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y caribeños) la que tomó, a petición del extinto Grupo de Lima, la decisión de no realizar la reunión de 2017 en El Salvador debido a las tensiones por la situación de Venezuela.
Después vino la Covid, pero también la llegada de Jair Bolsonaro a Brasil, que hizo que los temas más relevantes desde la perspectiva birregional, los relativos a las transiciones ecológica y digital y al acuerdo con el MERCOSUR, quedaran suspendidos ante la falta de acuerdo con la postura negacionista del presidente brasileño.
Bolsonaro se fue, Venezuela sigue igual e incluso un poco peor, y a ello se han unido otras preocupaciones sobre la calidad de la democracia latinoamericana. Por no hablar de la dictadura de Ortega en Nicaragua y su brutal represión contra los opositores, la erosión de los derechos humanos en El Salvador, la inestabilidad creciente en Ecuador y Perú, o el estancamiento del proceso reformista en Cuba.
Sin embargo, hay algo en lo que América Latina no ha cambiado. Es una región sin regionalismo y llega, como siempre, dividida a la cumbre. Incluso a pesar de la llamada "marea rosa" de gobiernos progresistas en los principales países. En especial, se echa en falta que el alineamiento ideológico dé lugar a un liderazgo que tire del carro de la integración regional. Hasta el momento no ha sido así.
La cumbre ha evidenciado la distancia de los gobiernos de izquierdas entre sí. Queda a la vista la anacronía de ciertos lideres anclados en el discurso del antimperialismo y el no alineamiento, propios de la Guerra Fría, frente a otros discursos. Concretamente el del presidente chileno, Gabriel Boric, capaz de conjugar la condena a la guerra o al régimen de Ortega con una política social progresista.
"América Latina aún no ha tenido ninguna conversación solvente sobre su papel en el mundo"
Más allá de las diferencias ideológicas, el problema está en que en un mundo donde cada vez es más pertinente la acción de las regiones como actores internacionales, América Latina aún no ha tenido ninguna conversación solvente sobre sus perspectivas y su papel en el mundo. Enfrascados en sus diatribas eternas, los gobiernos sólo aciertan a mirar su ombligo o a establecer estándares para excluirse mutuamente sin darse cuenta de la magnitud del desafío del cambio de ciclo internacional.
Esta realidad dificulta sobremanera lo que la Unión Europea concebía como una asociación natural, basada en valores e intereses comunes. Tener ese vínculo especial, construido durante siglos y que nos diferencia de cualquier otra comunidad en el mundo, no vale de nada si sólo es una aspiración.
España y el Alto Representante de la Unión Europea, Josep Borrell, han impulsado esta cumbre para dar un nuevo impulso a la relación. Para hacer que los países de la Europa más alejada de América Latina entiendan la importancia geopolítica del vínculo birregional. Pero a Europa también le cuesta verse más allá de sus propios desafíos.
América Latina está muy lejos de Ucrania y buena parte de Europa la entiende poco y mal. Prueba de ello es la insistencia de varios países en convertir la condena a la agresión rusa en el eje de la cumbre y de la posible declaración que resultase de esta.
La agenda de la reunión de presidentes estaba cargada de temas muy potentes, como el paquete de más de 145 millones en inversiones del Global Gateway, la Alianza Digital, la renovación de los Acuerdos de asociación o la preocupación compartida de las ciudadanías latinoamericana y europea por el cambio climático. Sin embargo, hasta el último minuto, la mayor dificultad fue concertar una declaración común sobre la guerra.
Esta insistencia en exigir posicionamiento es comprensible, pero también contraproducente. Si bien todas las suspicacias apuntan a la presencia de China en América Latina como el gran rival, la cumbre ha dejado claro que la rusa, a pesar de su falta de músculo comercial y financiero, es preocupante. Nicaragua ha actuado de portavoz del Kremlin, y ha sido el único país que ha rechazado firmar una declaración que más que descafeinada resulta insulsa.
Pero hay que quedarse con lo positivo. Hay una declaración y una foto, y un reconocimiento de que, a pesar de las distancias, los presidentes de uno y otro lado se han tomado el trabajo de ir, escucharse y entenderse. El factor humano importa, y mucho, en las relaciones internacionales.
"Europa tiene que aprender a navegar en las turbulentas aguas del mundo en cambio"
A los europeos nos resulta sumamente dolorosa la equidistancia de algunos lideres latinoamericanos, la pretendida neutralidad, la falta de consistencia en la condena a las agresiones imperialistas, la excusa de la agresión de una OTAN que de no ser por la guerra agonizaría. Pero en este nuevo escenario, y en el marco de la pretendida autonomía estratégica europea, no se puede desconocer que hay que seguir esforzándose por conseguir una relación estrecha, estratégica, sostenible y deseada por las dos partes.
La cumbre es una oportunidad para retomar el camino. Vale la pena tener en cuenta la propuesta de Borrell de crear un organismo de coordinación permanente para facilitar la interlocución. Es importante también trabajar en el acercamiento entre las dos regiones y en unas sinergias que parecen evidentes pero que necesitan ser explicadas y negociadas. No es de recibo que una vez en la cumbre se escuchen reclamaciones porque la agenda de inversiones no ha sido diseñada de forma conjunta.
También hay que dotar a la relación del pragmatismo del que ya gozan otros diálogos birregionales. En otras latitudes también hay gobiernos autoritarios y regímenes violadores de los derechos humanos con los que la UE tiene relación.
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Europa no puede dejar de creer activamente en la democracia y el Estado de derecho, ni de luchar por ellos, pero tiene que aprender a navegar en las turbulentas aguas del mundo para no aislarse y dejar todo el espacio a los grandes promotores del régimen iliberal. Hay que construir alianzas y ampliar la oferta de propuestas de asociación más allá de los manidos acuerdos comerciales.
América Latina tendrá que decidir cómo aprovechar sus riquezas obteniendo de ellas el mejor resultado, y eso debe llevarla a seleccionar y privilegiar sus asociaciones estratégicas y sus valores. Puede seguir siendo un mero exportador o asociarse para conseguir subir en la cadena de valor agregado, generar empleo de calidad y responder al desafío social.
La oportunidad para emprender un camino juntos está abierta. Si se hace el esfuerzo, la mayor ganancia será para las sociedades europea y latinoamericana, que comparten expectativas y demandas comunes. Un mundo basado en valores compartidos es un mundo mejor para todos.
*** Érika Rodríguez Pinzón es profesora de la Universidad Complutense, investigadora del ICEI y Special Advisor del Alto Representante de la Unión Europea.