Las manías de un Rey, Putin histérico, el dolor de Lita y el cameo de Rajoy
Carlos III, Vladímir Putin, Mariano Rajoy y Lita Trujillo; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Carlos III
Carlos III debe debe a su augusta madre el favor de haberse ido a la tumba dejándole el camino libre. Pero antes de entrar en harina me tomaré la licencia de sonrojar al monarca recién estrenado. De él se ha dicho estos días con la certeza científica que requiere el caso, que padece “trastornos obsesivo-compulsivos”. O sea, el mal de los maniáticos.
La primera manía que le descubrimos afloró cuando le tocó firmar a pie de página en calidad de Rey y la pluma se negó a escribir. ¡Horror! Aquella fue una de las anécdotas más disparatadas del comienzo de su reinado.
Pero no acaban aquí los chismes de Clarence House, el palacio del rey que rabió. Una de las leyendas más difundidas del exmarido de lady Di trata de las locuras que cometió cuando disfrutaba de su alegre soltería, e incluso después de haber contraído matrimonio con Camila Parker Bowles, su actual esposa y gobernanta.
Veamos algunos ejemplos de enajenaciones palaciegas: el Rey suele viajar con el inodoro a cuestas y con la mesilla de noche sembrada de fotos familiares. Y no olvidemos el capítulo correspondiente a la lencería de cama y las prendas íntimas, siempre debidamente planchadas y perfumadas, según las exigencias del monarca. El bagaje textil que forma parte de su palacio ambulante es tratado por un equipo de planchadoras a las que no se les resiste ni una arruga. Charles es escrupuloso y exigente. Las empleadas de la lencería son impecables y lo planchan todo, hasta los cordones de los zapatos.
De cuando todavía era príncipe de Gales se sabe que, al igual que otros reyes de la historia, sus pijamas eran confeccionados por los mejores sastres del país, siempre estaban a la altura de su coquetería. Sin embargo, jamás se acostó con camisones de puntillas, como Francisco de Asís, esposo de la española Isabel II de Borbón, una reina chaparrita y cachondona a la que todo Madrid le dedicaba coplillas subidas de tono. Isabel era expresiva y carnal. Tenía tantos amantes que nos faltan dedos para contarlos: el general Serrano, que estrenó a la joven reina; el liberal Salustiano de Olózaga; José Mirall, cuya voz excitaba a la monarca; el coronel Gándara, Emiliano Arrieta, Puig Moltó y unos cuantos más de desconocidos.
Si hago estas comparaciones es para dejar en buen lugar a la reina de Inglaterra, mujer recatada y fina de maneras. Y a su hijo, que teniendo sus más y sus menos siempre hizo gala de elegancia y no necesitó adornarse con camisones de puntillas.
Al actual Rey lo que mejor le sienta es el chaqué, su prenda fetiche. Cuando se casaron los reyes Felipe y Letizia, algunos invitados llegaron solos a la catedral de la Almudena. Carlos de Inglaterra era uno de ellos. Mujeres solas también las había: Rania de Jordania y Carolina de Mónaco, sin ir más lejos. Que yo sepa, Ernesto de Hannover se quedó en el hotel durmiendo la mona. Típico de él. Carolina, en cambio, dejó prendado al personal.
Vladímir Putin
Andan los psiquiatras de medio mundo tratando de identificar el mal de Putin. Mal de la azotea, se entiende. A falta de neuronas, Putin recurre a la testosterona para enfrentarse a “todos los que quieren destruir Rusia”. En ningún caso es exceso de masculinidad. Vladimiro ha entrado en pánico, y ese es el principio de su caída, que lo ha dicho Borrell. A Hitler le le ocurrió algo parecido. Creía el hombre que andaba sobrado, pero en realidad le faltaba inteligencia para dominarse a sí mismo.
Entretanto, me coloco junto a exploradores de la mente humana que le atribuyen un mal común a hombres y mujeres desmochados e incompletos: la histeria. Putin, al igual que Hitler, es un histérico de manual. Sólo eso explica sus comportamientos. El último, la movilización de reservistas que esta semana ha bloqueado los buscadores habituales con el reclamo “Cómo salir de Rusia”.
No es extraño que se hayan agotado los billetes para viajar a Turquía y las capitales de Asia Central que antaño estuvieron en la órbita de la Unión Soviética (Astaná, Taskent, Asjabad…). Una auténtica espantá, como dirían los malagueños en recuerdo de un acontecimiento de amarga memoria en la guerra civil española. Con los papeles perdidos en un ataque de contrariedad, al sátrapa ruso solo le falta bombardear a los que huyen del país. De momento firma decretos para meter en la cárcel a los desertores o simplemente a los que le llevan la contraria.
Que los dioses le confundan.
Lita Trujillo
La familia Trujillo está de luto por la muerte de Ramsés, el primogénito de Lita, su madre, a la que el cine llamó Lita Milán y la vida, simplemente Lía. En estos días de silencio y muerte, Lita se viste de oscuro y la melena le resbala por los hombros. Parece una actriz mexicana a quien le hubiera tocado en suerte un actor de la altura de Paul Newman.
Fui a verla al tanatorio. La encontré abatida, y casi desmayada, pero hacía esfuerzos por agradecer la presencia de los amigos que la consolaban. Lita siempre ha sido una mujer expansiva y generosa de palabras. En sus comienzos fue bailarina, y bailando estuvo hasta que el hijo del dictador Trujillo la pidió en matrimonio. Ella había llegado a Las Vegas procedente de París, y antes de Brooklyn, donde iba al colegio y le decían Iris Myriam Menshell Mennszeleky, apellidos apellidos enrevesados que tuvo que maquillar en cuanto llego a España.
Lita dio la vuelta al mundo: de Jaffa a Nueva York, California, República Dominicana y finalmente, tras la muerte del general, Leónidas Trujillo, Europa, y concretamente, España, donde ya habían recalado algunos presidentes latinoamericanos.
Lita era una judía errante. La recuerdo con una estrella de cinco puntas colgada al cuello, y encaramada en unos tacones de aguja. Siempre viajaba a bordo de un Rolls-Royce con chofer y todo el mundo la miraba. A los pocos años de vivir en Madrid, el marido de Lita, Ramfis, murió de accidente, y Radamés, el hermano del marido, desapareció en Medellín sin que nunca se encontrara su cadáver.
Era una familia atípica. El general bautizaba a sus hijos con los nombres de los personajes de la ópera Aida. Ramsés, el hijo fallecido, tiene también un hijo (o sea, otro) llamado Ramsés. Curiosidades familiares. El dictador estaba rodeado de descendientes por todos lados. La hija mayor se llamaba Flor de Oro y contrajo matrimonio diez veces, una de ellas con Porfirio Rubirosa. Todo muy divertido.
Mariano Rajoy
Triunfan los cameos. EL último corresponde a la película Mi otro Jon, rodada recientemente en Madrid con la participación de Carmen Maura, Aitana Sánchez Gijón y Macarena Gómez. La dirige Paco Arango, hijo del fallecido Plácido. Paco, que a su vez es filántropo, cantante, guionista y recaudador de fondos para fines solidarios (la Fundación Aladina, sin ir más lejos) vive para ayudar a los demás. Los niños de Aladina no solo le dan protagonismo a su vida. También lo dan a la investigación en la lucha contra el cáncer, amén de haber sido de gran ayuda para los damnificados del volcán de la Palma, que estos días cumple un año de su pavorosa explosión.
La película Mi otro Jon, cuyo rodaje ha terminado este mes, ha dado ocasión a que un político interviniera en la película de Arango con un papelito gracioso. El expresidente Rajoy aceptó gracias a la mediación de su amigo Iñigo Méndez de Vigo, que conocía los antecedentes del registrador de la propiedad en el mundo de los cameos. Precisamente en el año 2000 trabajó con Juan Luis Galiardo en en una divertida comedia.
El ex presidente Rajoy ha hecho muchos papeles institucionales a lo largo de su vida, pero papeles de cine, pocos. Todo es cuestión de esperar, como hicieron Polanski, Hitchcock, y demás actores y directores empeñados en hacer de sí mismos.