Una estatua para el Fuerte Mosé
El autor rechaza la furia iconoclasta desatada en EEUU y recuerda que los primeros afroamericanos libres en Norteamérica lo fueron gracias a España.
Desde que el pasado 25 de mayo George Floyd, un ciudadano negro norteamericano de 47 años de edad, murió en Mineápolis víctima de un nuevo caso de brutalidad policial, se han sucedido protestas y manifestaciones en EEUU y en muchos lugares del mundo para denunciar la situación de discriminación y violencia que sufre la población negra. Estas protestas han derivado en ocasiones en una furia iconoclasta indiscriminada contra estatuas y monumentos de personajes históricos vinculados al esclavismo o al racismo. Una violencia simbólica que también ha afectado a estatuas que representaban la herencia histórica y cultural española en EEUU.
Así, una ola de revisionismo simplificador y dogmático, fruto de la ignorancia o de agendas ideológicas ocultas, ha propiciado ataques contra símbolos que encarnan y reflejan distintos momentos de la historia. Y pocas cosas hay que repugnen tanto como la manipulación de la historia para justificar posiciones políticas e ideológicas del presente.
En este contexto, me gustaría recordar un hecho poco conocido pero muy interesante para la reflexión en estos tiempos turbulentos. Se trata de la historia del Fuerte Mosé, el primer pueblo de afroamericanos libres, hombres y mujeres, en el territorio de los actuales EEUU. Un asentamiento español que permitió, hace 300 años, vivir por primera vez en libertad y con derechos civiles a los afroamericanos en Norteamérica.
He tenido el honor de colaborar con The Hispanic Council en la publicación de un informe que hoy se presenta sobre la historia de Gracia Real de Santa Teresa de Mosé, el nombre oficial de ese asentamiento fundado en 1738 por el gobernador de La Florida, Manuel de Montiano. Su objetivo era dar protección a los esclavos negros que ya desde 1687 –primera fecha de la que se tiene constancia— escapaban de las plantaciones de las colonias británicas situadas en lo que hoy es Georgia y las Carolinas, para buscar refugio y libertad en la Florida española.
La legislación española reconocía personalidad moral y jurídica a los esclavos, además de algunos derechos
¿Por qué se producía esa situación? Españoles y británicos tenían criterios distintos sobre la esclavitud. La legislación española reconocía personalidad moral y jurídica a los esclavos, además de algunos derechos -como el derecho de autocompra y a la seguridad personal, la prohibición de separar las unidades familiares y la posibilidad de acceder a los tribunales- que no tenían los esclavos en las colonias británicas.
Esas diferencias actuaron como un imán para los esclavos que desde 1687, como decía, habían empezado a huir hacia territorio español cada vez en mayor número. La situación adquirió tal dimensión que, en 1693, Carlos II promulgó una Real Cédula en la que a los hombres y mujeres huidos se les reconocía la libertad a cambio de abrazar la fe católica, y se les protegía de los intentos de recuperación por parte de los ingleses, que reaccionaron con enorme furia y aprobaron leyes más duras contra los fugitivos. Pero el anhelo de libertad fue siempre más fuerte que el miedo al látigo.
Hubo pasos atrás por las presiones británicas y los cambios políticos en Florida: en 1729, el gobernador Antonio de Benavides tomó medidas contrarias a lo estipulado en la Real Cédula y vendió algunos fugitivos en subasta pública para indemnizar a los británicos. La resistencia de los esclavos, liderados por el mandinga liberto Francisco Menéndez, logró algunas mejoras a través de otras dos Cédulas reales en 1733: se prohibió el reembolso a los británicos y se aseguró que los esclavos revendidos ganarían su libertad, después de hacer cuatro años de servicio militar.
Los problemas no se resolvieron hasta que llegó Manuel de Montiano, nombrado gobernador en 1737. Después de familiarizarse con la situación, Montiano recibió a Menéndez, escuchó sus servicios a la Corona, entendió sus quejas –incluidas las del comportamiento de algunos colonos– y en 1738 decretó la libertad de todos los esclavos. Y para consolidar su decisión, mandó establecer un fuerte cerca de San Agustín –la ciudad más antigua de América, fundada por Pedro Menéndez de Avilés en 1565– en el que los esclavos huidos pudieran vivir como personas libres. Así nació la Gracia Real de Santa Teresa de Mosé.
Este fue el inicio del Fuerte Mosé: una veintena de barracones y una iglesia rodeados por un muro de piedra, con las tierras de cultivo en el exterior y una estrecha relación, durante decenas de años y con cruces familiares, con la población de San Agustín.
Los españoles evacuaron a los pobladores a Cuba, donde reanudaron sus vidas como hombres libres
Menéndez estaba al frente del centenar de habitantes. Todos ellos juraron que iban a ser “los más crueles enemigos de los ingleses” y que no dudarían en “derramar su sangre por la Gran Corona Española y la Santa Fe”, se lee en una carta de Montiano al rey. Y lo hicieron: en la radicalización del conflicto con los británicos, el Fuerte Mosé cayó en sus manos en 1740, pero fue reconquistado gracias a la colaboración de los españoles con los milicianos negros.
La suerte del Fuerte Mosé tuvo muchos altibajos hasta la entrega pacífica de Florida a los británicos en 1763, tras la Guerra de los Siete Años. Los españoles evacuaron a los pobladores a Cuba, donde reanudaron sus vidas como hombres libres. La posterior recuperación de La Florida por parte española ya no remedió el desmantelamiento, y la definitiva cesión del territorio a la nueva nación americana en 1821 mediante el Tratado de Adams-Onís, que estableció la frontera entre Estados Unidos y el virreinato de la Nueva España, puso punto final a la presencia española.
Los habitantes de San Agustín, que recuerdan cada año este legado, no han derribado ninguna estatua. Estarían seguramente a favor de levantar una. Desde luego, están orgullosos de vivir donde se formó el primer asentamiento de negros libres en EEUU, y agradecidos a un lejano país que, con sus contradicciones y errores, sentó allí las bases de una convivencia distinta, de un modelo revolucionario de relación humana, de un santuario de libertad que se reprodujo en otros lugares del Caribe.
Todo esto, también, forma parte de una rica y compleja historia y herencia española en los EEUU que los que derriban las estatuas deberían conocer, y los que defienden el legado que representan, también.
Es el momento de que contribuyamos a hacerlo.
*** Jordi Cañas es eurodiputado de Ciudadanos en el Parlamento europeo.