Cinco razones para aplaudir el Nobel a Santos
El Comité noruego ha concedido el Nobel de la Paz al presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, por su decidido empeño en poner punto final a más de 50 años de guerra civil en su país. No cabe duda de que la concesión del galardón va a levantar polémica puesto que, como es sabido, han sido recientemente los propios colombianos quienes han frenado el plan de paz con las FARC tras ganar el no por una estrecha mayoría en el reciente referéndum.
Es cierto que el Premio Nobel de la Paz está muy cuestionado. Y no faltan razones de peso para ello. En la lista de galardonados, sin duda, hay puntos negros y zonas oscuras. Basta pensar en un Menájem Beguín o un Yasir Arafat. Por lo demás, omisiones tan alarmantes como Mahatma Gandhi, Eleanor Roosvelt, Cory Aquino, Dorothy Day, Juan Pablo II o el nigeriano Ken Saro-Wiva ponen de manifiesto la no poco infrecuente falta de acierto y de perspectiva del comité noruego. En modo alguno se puede repasar la historia de la paz en el siglo XX siguiendo la trayectoria de los galardonados con el Nobel de la Paz, como sí, en cambio, se puede seguir la evolución de la Medicina y la Fisiología analizando la lista de los galardonados con el Nobel de Medicina, por ejemplo. Y es que, aunque sobre la paz todo ser humano tiene una idea interpretativa, que no tiene por qué coincidir necesariamente con la del vecino, la paz como tal es también un valor objetivo. Y, en ocasiones, esta necesaria objetividad ha sido desatendida por el comité noruego.
No se puede repasar la historia de la paz en el siglo XX siguiendo la trayectoria de los galardonados con el Nobel
Dicho esto, me parece que, esta vez la concesión del Nobel de la Paz al presidente colombiano, Juan Manuel Santos, constituye un gran acierto. Aquí van mis motivos.
Primero: en mi opinión el Nobel de la Paz debe galardonar a una persona que trabaje por la concordia en un área del planeta donde ésta brilla por su ausencia. Es decir, el comité tiene que definir primero la zona y sólo después elegir a la persona galardonada. El comité noruego ha hecho muy bien fijándose en Colombia, donde la vulneración de los derechos humanos es sangrante desde hace décadas. La guerra civil colombiana ha costado la vida de más de 220.000 colombianos y provocado el desplazamiento de cerca de seis millones de personas. El narcotráfico, la violencia partidista, la desigualdad social, el secuestro de civiles, las desapariciones forzadas, el reclutamiento de menores, las torturas y asesinatos hacen de Colombia un país que necesita todo el apoyo internacional para logran salir de esa espiral de crueldad.
Segundo: el comité ha acertado centrando su atención, no sólo en Colombia, sino en Latinoamérica. Los Premios Nobel se habían otorgado recientemente a líderes sociales de países convulsos y emergentes como China, Liberia, Yemen, India, Pakistán, Túnez, pero ya se venía echando en falta la presencia de un líder latinoamericano. Desde que en 1992 Rigoberta Menchú, defensora de los pueblos indígenas en Guatemala, ganara el premio Nobel no se había otorgado este galardón a un latinoamericano. Que el comité se acuerde de nuevo del importante papel que desempeña el espacio hispano a nivel global es encomiable. Latinoamérica es una zona emergente y grandes líderes mundiales, constructores de la paz, están formándose hoy en día en esas tierras. El futuro del mundo pasa por América Latina, y este galardón así lo reconoce en cierta manera. ¡América Latina cuenta -y mucho- en el mundo global!
El Nobel de la Paz no tiene por qué premiar un resultado final, sino un proyecto del que se esperan resultados
Tercero: el premio no debe otorgarse a una persona por su trayectoria inmaculada, sino por su esfuerzo denodado y sobrehumano por alcanzar la concordia entre las personas y pueblos. En efecto, el Nobel de la Paz no tiene por qué premiar un resultado final conseguido, una obra acabada, un opus factum, sino un proyecto de paz del que se esperan ulteriores resultados. Si la paz es una aspiración de todos los pueblos, el propio deseo de promover esa aspiración es ya una fuente de paz, que puede ser reconocida y galardonada. El presidente de Colombia ha trabajado con denuedo en el proceso de paz de ese querido país. Como bien recuerda el propio comité, Santos inició las negociaciones que culminaron en el acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC, jugó un papel decisivo en el desarme y en la convocatoria del referéndum y continua siendo una persona clave en la culminación del este largo proceso.
Cuarto: el comité no se ha equivocado apostando por Santos. El presidente de Colombia es la persona idónea para alcanzar la paz. Es cierto que es persona polémica, que no deja indiferente con sus actuaciones, pero también es verdad que hasta ahora ha sabido mediar como pocos en un conflicto armado que refleja sin tapujos el límite al que puede llegar la barbarie humana. Santos se ha tomado en serio la paz de Colombia y yo creo que va a conseguir poner punto final al conflicto. Que el comité de Noruega le haya dado su apoyo incondicional dice mucho a favor de su buena y comprometida actuación.
Es una persona polémica, pero ha sabido mediar en un conflicto que refleja la ilimitada barbarie humana
Quinto: me parece inteligente que el propio comité decisor del Premio Nobel se involucre, el mismo y en cuanto tal, en la consecución de la paz. El galardón ha dejado de ser un mero reconocimiento para convertirse en un verdadero actor internacional vivo en favor la paz en el mundo. La decisión de otorgar el premio al presidente Santos reaviva las esperanzas para poner punto final a un conflicto que puede constituir el último capítulo de lucha guerrillera en América Latina.
Vaya, pues, desde aquí, mi enhorabuena al presidente Santos por este preciado galardón, al comité noruego que ha tomado la feliz decisión, y a todo el pueblo colombiano, que tanta sangre ha derramado y llorado desde que comenzó este terrible conflicto social hace ya más de medio siglo.
*** Rafael Domingo Oslé es catedrático de la Universidad de Navarra y profesor investigador de la Universidad de Emory.