No está claro que la Cumbre por la Paz de este sábado, convocada por el presidente de Egipto para buscar soluciones para el polvorín de Oriente Medio, haya resultado demasiado fecunda. Pero sí le ha permitido a Pedro Sánchez recuperar protagonismo en la arena internacional, donde la rémora de sus socios propalestinos le había condenado a una cierta marginalidad.
Sánchez ha podido presentarse en El Cairo como un facilitador del entendimiento en la cumbre entre el bloque oriental y el occidental a propósito de la crisis de Israel, para que "no se convierta en una crisis regional".
Sin embargo, la insistencia del presidente en la solución de los dos Estados para que Israel y Palestina puedan "coexistir de forma pacífica" apunta a una perseverancia en la política del equilibrismo que no parece la más propicia para restablecer la normalidad diplomática con Tel Aviv, después del agrio intercambio de comunicados con el que el Gobierno se defendió de las acusaciones de albergar en su seno posiciones alineadas con el terrorismo de Hamás.
Como ha señalado este periódico en editoriales anteriores, la posibilidad de los dos Estados se antoja difícilmente viable si Hamás no es aniquilado, que es de lo que ahora se trata. Y tampoco es este el mejor momento para plantear una solución pacífica al "terrible ciclo de violencia", cuando Israel está inmerso en la respuesta a la mayor masacre que ha sufrido desde el Holocausto.
Desgraciadamente, las dependencias de Sánchez en la política española han supuesto en no pocas ocasiones que la posición de España en la UE no haya estado determinada por el interés nacional, sino por necesidades partidistas que se han traducido en la cooptación de los foros internacionales como una prolongación para resolver cuitas internas.
Ser el único Gobierno occidental con miembros abiertamente antisionistas que simpatizan con la causa palestina se paga con el deterioro de la relevancia diplomática, como demostró la exclusión de España de la declaración conjunta de rechazo a los atentados de Hamás que firmada por Francia, Alemania, Italia, Reino Unido y Estados Unidos.
Como ha explicado el experto en terrorismo Luis de la Corte en este periódico, "un Gobierno que no tiene una posición unívoca es un Gobierno con menos capacidad de influencia". Es por tanto hora de atajar los disensos que llevan años lastrando la política exterior de España, impidiendo alcanzar consensos de Estado en esta materia.
Sánchez no puede desaprovechar la oportunidad de proyección global que le brinda la presidencia de turno de la UE. Y más cuando ya se ha demostrado un líder avezado y habilidoso en el ámbito internacional. Si no quiere dilapidar este capital político tan caro para él, haría bien en desvincular su política exterior de los condicionantes que representan sus socios.
Por eso, es inaplazable que desautorice los pronunciamientos antiisraelíes de su ministra Ione Belarra y de su vicepresidenta Yolanda Díaz. Además, resulta inexplicable que Sánchez sea el único de los representantes europeos que no ha establecido todavía ningún contacto con el gobierno israelí, mientras que sí se ha reunido con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina.
De ahí que el segundo movimiento lógico para Sánchez sería establecer interlocución con Tel Aviv y, emulando a sus homólogos, viajar a Israel para reunirse con Benjamin Netanyahu.
Como ha demostrado con su participación en la cumbre de El Cairo, España está en buenas condiciones, por sus vínculos históricos con el mundo árabe y su posición geoestratégica como enclave en el Mediterráneo, para desempeñarse como un actor diplomático influyente. Nuestro país ya tiene el precedente de haber ejercido una importante mediación en la Conferencia de Madrid de 1991 que condujo a los acuerdos de paz de Oslo entre Israel y Palestina.
Una política exterior errática es incompatible con la recuperación del peso geopolítico para España. Sánchez sólo podrá obtenerlo, para la crisis actual, si se alinea con el consenso europeo y atlántico y acompaña su preocupación por la ayuda humanitaria a Palestina con el apoyo inequívoco a Israel.