Ni el Partido Republicano ha conseguido un resultado a su favor tan contundente como el previsto por los sondeos ni el Partido Demócrata puede gritar victoria a pesar de haber reducido las pérdidas hasta un razonable y asumible mínimo. Joe Biden no sale derrotado de estas elecciones, pero tampoco reforzado. A su favor juega que el gran fracasado, siempre en relación con las expectativas generadas, ha sido Donald Trump.
Las sorpresas han sido mínimas, aunque en el momento de escribir este editorial parece seguro que la decisiva batalla en Georgia entre el candidato demócrata Raphael G. Warnock y el republicano Herschel Walker, que podría decantar la mayoría a favor de uno u otro partido en el Senado, se decidirá el próximo 6 de diciembre en una nueva convocatoria electoral (lo que en Estados Unidos se llama un runoff) al no haber conseguido ninguno de los dos aspirantes un mínimo del 50% de los votos.
Ninguno de los dos partidos ha conseguido entusiasmar a sus seguidores. El rechazo que genera Donald Trump puede haber jugado a favor de los demócratas, así como la reforma de las leyes sobre el aborto en varios estados republicanos. Pero Joe Biden es un candidato con unos índices de aprobación muy mejorables y que probablemente serían incluso peores de no ser porque a su favor juega la mera existencia de Trump.
Los republicanos, por su parte, lo tenían todo a favor y han fallado en el último momento, aunque su victoria en el Congreso les facilitará la obstaculización de los planes de Biden durante la segunda parte de su mandato.
Decía Donald Trump poco antes de las elecciones que si el Partido Republicano ganaba, el mérito sería todo suyo, y si perdía, culpa del partido. Pero, añadía luego, "creo que ocurrirá lo contrario: me echarán las culpas de la derrota y se atribuirán el mérito de la victoria".
Lo que ha ocurrido, sin embargo, ha sido bastante más complejo que la visión maniquea de la realidad de Trump. El Partido Republicano ha avanzado, pero el trumpismo ha ejercido en muchos casos de lastre, mientras que en Florida, el gobernador Ron DeSantis ha conseguido la victoria más arrolladora de la jornada con 20 puntos de diferencia sobre su rival. 15 puntos por encima del resultado de Trump en 2020.
El cántico de los seguidores de DeSantis tras conocerse los resultados en sus cuarteles de campaña lo dice todo: "Dos años más". Una invitación a que el gobernador republicano ejerza el cargo sólo durante la mitad de su mandato para presentarse a las elecciones en 2024, liderando al Grand Old Party (GOP) en lugar de Trump.
Más problemas tendrá el Partido Demócrata para renovar su liderazgo, si es que es esa su intención. Porque la derrota en el Congreso ha sido lo suficientemente dulce como para abortar la opción de una operación de sustitución del presidente como candidato del partido en 2024.
Pero, al mismo tiempo, los resultados no han sido lo suficientemente positivos como para convencer a nadie de que Biden sea un líder capaz de movilizar a las masas en 2024.
Si algo han demostrado estas elecciones de medio mandato es que la calidad de los candidatos importa. Y el trumpismo, con su inagotable colección de excéntricos liderados por el mayor de todos ellos, ha despreciado esa regla en la creencia de que el tirón de Trump sería suficiente para conducir al trumpismo de nuevo a la Casa Blanca.
Pero el Partido Republicano puede por lo menos consolarse con la evidencia de que tiene un aspirante a la presidencia con mucha pegada en Florida. "Un Trump con cerebro", como decían algunos medios demócratas ayer miércoles. El Partido Demócrata, sin embargo, tiene un problema mayor: Biden no funciona ni como presidente ni como candidato, pero tampoco puede decapitársele a fuego lento porque la amenaza de Trump dopa sus resultados electorales y los hace parecer mejores de lo que realmente son.