Si una imagen vale más que mil palabras, la de El Carnicero de Mondragón, Josu Zabarte, en el mismo escenario en el que los mediadores festejaban la entrega de armas de ETA como si de un acto benéfico se tratara, lo dice todo. Zabarte, que nunca ha mostrado arrepentimiento, es autor de 17 asesinatos, entre ellos el de un niño de 13 años. Ese es el listón moral de muchos de quienes este sábado trataban de presentarse ante la opinión pública como adalides de la paz.
Pero esa teatralización ha sido posible por la pasividad de los gobiernos francés y, sobre todo, español, que han dejado hacer a los organizadores, convencidos de que convenía ser pragmáticos y facilitar el último paso antes de la disolución oficial de la banda. Los mediadores han contado además con la complicidad de los gobiernos vasco y navarro, cuyos presidentes se prestaron a reunirse con ellos, alentando así las expectativas.
Puro teatro
La realidad, para vergüenza de las víctimas e indignación de las Fuerzas de Seguridad, es que a ETA, ya derrotada, se le ha permitido escenificar un espectáculo con todos los ingredientes del teatro: la intriga, el despliegue policial, la incertidumbre sobre la localización de los zulos y la importancia de las armas, la fiesta final... Eso ha proporcionado a la banda, tan acabada que ha sido incapaz de identificar la totalidad de su propio arsenal, la posibilidad de volver a ocupar el centro de la vida española.
Hay quien da por bien empleado que se conceda a los etarras escribir su epílogo con el argumento de que este desarme se produce a cambio de nada. Pero es falso que no se esté pagando un precio. De entrada, se deja a los terroristas poner una baldosa más en el itinerario de su relato. Y queda por ver qué pasa con los presos, cuyo acercamiento -un clamor en el entorno de ETA y partidos como Podemos- estará sobre la mesa en la negociación de los Presupuestos con el PNV.
De Zapatero a Rajoy
El esperpéntico episodio vivido este sábado es el colofón a un itinerario que comenzó con unas negociaciones con la banda del Gobierno de Zapatero, a las que se sumó Rajoy. A ellas siguieron la legalización de Bildu, la excarcelación de Bolinaga, la aplicación de la doctrina Parot....
Nadie hubiera podido imaginar que una banda criminal tuviera la oportunidad de escenificar su final para intentar blanquearse y utilizar su esquela como trampolín para hacerse fuerte en la vida política, ya sin pistolas pero con los mismos objetivos y sectarismo. No le debemos nada y, por tanto, nada hay que pagar. La entrega de armas sólo sería válida si sirviera para esclarecer los más de 300 asesinatos que aún no han sido resueltos. Es ETA, por tanto, la que sigue en deuda.