El PP no va a gobernar ni gracias a la amnistía ni a la corrupción. Si lo hace, será por otras razones. Por mucho clickbait que generen los casos de corrupción política o económica, las urnas no dirán no a Pedro Sánchez sólo por eso. 

Insistir en los razonamientos legales, es decir, en las ilegalidades del Gobierno, es confiárselo todo a los jueces y poco a las urnas. ¿Pero es razonable pensar que serán los jueces nacionales y europeos los que derroten al gobierno?

Ni siquiera sabemos todavía si eso le sucederá a Donald Trump en los Estados Unidos, así que esperarlo aquí es de ingenuos. Y, además de ingenuos, de irresponsables.

Porque los jueces no están para hacer el trabajo de los políticos. Ellos sólo tienen el Código Penal, que no es el bálsamo de Fierabrás. Hay muchísimas cosas que son repugnantes, inmorales y condenables y, sin embargo, no son punibles.

Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados.

Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados. EFE

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Que la presidenta del Congreso acuse de lawfare a los jueces es indecente, y mucho más, pero no es un delito. La señora Armengol disfruta de inviolabilidad parlamentaria y punto, nos parezca lo que nos parezca.

Y lo mismo sucede con la ruptura del pacto de la Transición, los cambios en el modelo de Estado permitidos por la Constitución o los nombramientos de algunos altos cargos y asesores.

Serán discutibles moralmente, de dudosa estética democrática, y poco caballerosos, pero no son ilegales. Los jueces no son la mamá del niño en el parque que siempre acude a salvarle la papeleta. Y los políticos tampoco son esos niños llorones.

Si quieren gobernar, tienen que ganar las elecciones en las urnas y no en los tribunales, que de eso se trata este invento bicentenario que se llama democracia liberal

Galicia sólo ha sido un primer aviso a navegantes, pero vendrán más. El bloque de derechas ha pasado de un 48% de los votos a un 47%, mientras que el de izquierdas ha pasado de un 43% a un 46%. En cuatro años, la derecha ha visto reducida su ventaja frente a la izquierda en un 50%.

Veremos qué pasa en el País Vasco, pero es de esperar que se note aún más el poco reflejo que tienen en las urnas ciertos escándalos.

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Los asesores del Partido Republicano estadounidense se enfrentaron a algo parecido en 2013, y publicaron un informe durísimo conocido como La autopsia después de la derrota del año anterior contra Barack Obama.

'Los años peligrosos', de Ramón González Férriz.

'Los años peligrosos', de Ramón González Férriz.

Lo cuenta Ramón González Férriz en su último libro, Los años peligrosos. Por qué la política se ha vuelto radical (Debate, 2024). El informe me da cierta envidia por esa capacidad de autocrítica que tanto echo de menos. En él se decía que "el Partido Republicano tiene que dejar de hablar para sí mismo. Nos hemos vuelto expertos en reforzar ideológicamente a personas que ya piensan como nosotros".

O sea, que se les daba muy bien convencerse de lo que ya estaban convencidos.

En la parte propositiva que todo informe debe contener, se decía que "América está cambiando demográficamente, y si los republicanos no somos capaces de aumentar nuestro atractivo, esos cambios inclinan la balanza aún más a favor de los demócratas".

Se trataba de pensar algo que a menudo se nos olvida, pero que es evidente: si no se ensancha la base electoral, no se ganan elecciones.

El problema es que este informe no se tomó en serio en su totalidad y, por influencia del Tea Party, se apostó estratégicamente por defender a "los blancos ausentes". Es decir, por victimizar a su electorado, alimentando la paranoia del gran remplazo cultural y racial, y por autoproponerse como los últimos defensores de las esencias estadounidenses.

Aquí, en España, el trumpismo no ha funcionado y, afortunadamente, ya estamos a otra cosa.

No se puede confiar la victoria a todo lo malo que hace Pedro Sánchez. La crítica que no se acompaña de una propuesta no da victorias. Hasta Trump lo comprendió y dejó de centrarse sólo en Obama para ofrecer también una alternativa.

Guste o no guste, Sánchez no va a caer por su propio peso. Pensar así hace que la derecha parezca cada vez más liviana.