Debemos hablar sobre el modelo migratorio en España. Y hay que hacerlo desde las izquierdas. No podemos asumir los relatos de extrema derecha que criminalizan la inmigración. Pero tampoco el relato de piruleta de la izquierda que ha aceptado acríticamente la tesis del multiculturalismo y la fantasía de la alianza de civilizaciones.
Un asunto que impacta en áreas vitales para la estabilidad de la nación como el mercado de trabajo, el orden público y la paz social no puede ser abandonado ni tratado indebidamente por ningún grupo político. Mucho menos si tiene representación parlamentaria.
De nuevo nos encontramos ante un debate sociopolítico maniqueo y crispado que impide el análisis riguroso y la implementación de políticas realistas alejadas de uno y otro relato.
Veamos algunos datos.
La inmigración irregular creció en un 82,1% en 2023. [1]
En 2023, Naciones Unidas informó sobre un total de 2.498 muertes en las rutas migratorias del Mediterráneo Central, un 76% más que en el año 2022 (1.417). Un drama humanitario que tiene responsables, fundamentalmente el gran capital neocolonial que expolia naciones enteras.
Estamos viendo estos días los problemas de seguridad en Alcalá de Henares, que se ha visto desbordada por la acogida de inmigrantes que han sido expulsados de los Centros de Acogida, Emergencia y Derivación (CAED) con la "ayuda" de 125 € en el bolsillo.
Sin vivienda, trabajo ni dinero, es bastante obvio a qué se está abocando a esos inmigrantes.
La situación en Canarias es insostenible. Más de 40.500 personas inmigrantes han llegado a las islas durante 2023. En enero de 2024 han sido 7.000 inmigrantes los que han entrado de forma irregular a Canarias, un incremento del 1.184,5% respecto a enero de 2023.
Como afirmó Fernando Clavijo, el presidente del Gobierno de Canarias, "no puede estar el país parado con la que está cayendo. Que se pueda sacar la amnistía de manera tan inmediata mientras tenemos otros problemas como el desempleo o la crisis migratoria… al final, hemos perdido el norte".
España atraviesa una crisis migratoria. Vivimos una llegada masiva de inmigrantes que España no puede asumir. Con una deuda pública del 111,6% del PIB, estamos entre los países del mundo con más deuda respecto al PIB.
Nuestra deuda per cápita es de 31.277 € euros por habitante. España fue en 2023 el país con más desempleo del mundo desarrollado (datos OCDE).
¿Son estas las mejores condiciones para primar el principio de solidaridad?
Este contexto no favorece a la población trabajadora autóctona ni a la inmigrante. En todo caso, serán los empresarios los beneficiados, pues podrán explotar sin miramientos, ofrecer unas condiciones laborales paupérrimas a la mano de obra barata importada y, de paso, devaluar y precarizar el mercado laboral reduciendo el poder de negociación de la clase trabajadora autóctona.
Ya lo decía Marx, "Irlanda envía constantemente su propio excedente hacia el mercado laboral inglés y, por tanto, fuerza a la baja los salarios y la posición material y moral de la clase obrera inglesa" [2].
Debe quedar claro (y he aquí la posición marxista) que la inmigración masiva es parte de la lucha de clases que el capital libra contra la clase trabajadora inmigrante y nativa. Por tanto, no se trata de señalarnos recíprocamente y enfrentarnos, sino de apuntar a los responsables.
Y la inmigración masiva no sólo trae consigo la devaluación del mercado laboral por parte de la clase extractiva de la gran empresa, sino también problemas de orden público y seguridad ciudadana.
Esto que se nos ha prohibido decir a las gentes de izquierdas so pena de ser señaladas como "viles rojipardas racistas" es un hecho que podría entender un infante.
Si introduces de forma masiva en una población nacional una población alógena que no comparte (y en algunos casos problemáticos no respeta) los valores culturales y las normas de la sociedad de acogida, la espontánea convivencia pacífica es triturada por la realidad del incremento de la tasa de criminalidad allí donde la inmigración es más masiva.
Y eso, ya sea por la pobreza que sufren los inmigrantes, que los aboca a la conducta delictiva (de nuevo señalamos aquí al modelo migratorio y no al inmigrante), o por esa falta de respeto a nuestras normas sociales. Falta de respeto que fundamentalmente proviene de la inmigración de contextos islámicos.
Me van a disculpar que, como laicista, me niegue a tolerar, en nombre del progresismo multiculturalista, la introducción del islam en las escuelas o la normalización de velos y hiyabs en suelo español. Y no por la prenda, sino por la vulneración de derechos y la discriminación que sufren las mujeres que lo portan.
Entiéndase también que cuando hablamos de contextos islámicos no se señala a todos los musulmanes, sino a la incompatibilidad de nuestros valores con los de los patriarcados más duros y coercitivos.
Por tanto, debemos ser especialmente cautelosos con la inmigración de acogida y poner requisitos de entrada que sean taxativamente cumplidos. Esta sería la política migratoria de un Estado que pretendiera proteger a su ciudadanía.
Como también lo sería, y sería además expresión de soberanía, plantarse ante los chantajes y amenazas de Marruecos, que arroja al mar a sus propios ciudadanos enviando a miles de personas a España cada vez que se le antoja inconveniente una decisión de nuestro Gobierno.
Pero el arrodillamiento continuo frente a Marruecos y el qué-le-debe-el-PSOE-a-Rabat es material para otro artículo.
El hecho migratorio es un fenómeno natural que a veces se convierte en un problema para el país de acogida. Además, es un drama para quienes lo sufren.
Reconociendo y queriendo acabar con ese drama, debemos exigir a la izquierda que deje de instrumentalizarlo para impedir el debate. No se puede solucionar nada con relatos ni con la política del sentimiento.
Con el respeto debido a los derechos de las personas inmigrantes, ponderemos y primemos la prudencia política frente a una solidaridad naif, irresponsable e infundada.
[1] Dato del Real Decreto 48/2024, de 16 de enero, por el que se crea la Comisión Interministerial de Inmigración y se establece su composición y funcionamiento.
[2] Karl Marx, carta a Sigfrid Meyer y August Vogt, 1870.