Se me hace injusto que las siete maravillas del mundo no puedan ser ocho. U ochenta. Es una pena que una categoría internacional de excelencia quede constreñida a un número tan bonito como el siete.
Le sucedió al director John Sturges con su película Los siete magníficos (si no conoce el álbum de The Clash del mismo nombre aprovechen las navidades para escucharlo), a Los siete samurais de Akira Kurosawa, a los siete enanitos de Blancanieves.
Las siete y media intentaron romper la categoría, pero en sólo medio punto.
Algo debe tener el número siete que no alcanza a tener el seis. De haber sido esta etiqueta más flexible, los buzones de correo del bar Ca n'Annetta en San Carlos (Ibiza) serían dignos de aparecer en el listado de maravillas.
¿Quién lo dice? Lo dicen todos los que en cuanto pisamos la isla, turistas, bailongos, mochilitas, pastilleros, nuevos hippies, parejitas, jubilados o divorciadas, vamos a tomarnos un refrigerio y cada vez nos admiramos al verlos.
Los payeses que comen en Ca n'Annetta desde 1942 no sé si estarían de acuerdo. Es raro que el estrés se quede a comer en Casa Anita, pero el Día de los Inocentes puede pasar de todo.
El encargado (su hijo es el segundo de a bordo) me suelta un bufido que suena a esa ola que en marejada se cuela en la costa por algún hueco de la roca y te salpica de espuma. Y eso es muy raro que pase en Casa Anita. "Sólo tenemos dos manos", me bufa en defensa propia.
Como es el Día de los Inocentes, me lo tomo con humor. "Sólo quiero pagarte", le respondo. "Ay, perdona, pensé que querías una mesa. Es que estamos a tope".
Pago y digo "greacies". Aquí en Ibiza, como están hasta el moño de turistas, pero los adoran porque son un maná de pasta recurrente, si saludas primero bon dia, das siempre las greacies y te despides con adéu, la vida parece más fácil. El idioma engrasa la convivencia.
Ana Marí Torres, "Anita/Anneta", y su marido Bartolomé Noguera Torres abrieron Casa Anneta cuando se casaron en 1942, sobre la tienda de ultramarinos de los padres de él. Antes lo había sido del padre de su marido, y antes del padre de su suegro. Así eran las cosas en el norte de Ibiza a mediados de los 20.
Tras la guerra, Franco se olvidó de la isla. Se pasaba hambre. El turismo era una palabrota. Los hijos mayores heredaban las tierras, las hijas las fincas de costa que no valían nada. Hoy las hijas son ricas y los varones, también. Los payeses se casaban entre ellos y para recorrer la isla desde el islote de Es Vedrá al Puerto de San Miguel se iba en carro tirado por mulas. No hace tanto.
Casa Anita ha visto todo eso pasar. Por eso sus chuletas de cordero te hacen volver a creer en el más allá. Por eso le escribo este artículo, porque las tres mesas de su fachada son el mejor sitio publicable de la isla. Hay otros, pero no se habla de ellos.
Si además de lector te consideras amigo, te aconsejaría que a Casa Anita vayas en invierno, en uno de esos días de invierno ibicenco que rondan los veinte grados. Mete en el morral buena lectura, quizá un cuaderno para dibujar o tomar notas (antes comparaba la prensa en el ultramarinos de al lado, pero ha cerrado), y apagues el móvil. O al menos dale la vuelta.
Espera a que una de las tres mesas de la fachada queden libres (no se reservan esas mesas) y disponte a echar la mañana. Si dibujas, no te faltarán motivos. La iglesia de San Carlos enfrente, tan blanca, tan recoleta. Las señales de tráfico que mandan a Santa Eulalia o a Ibiza, sepultadas por pegatinas porque esta, no te olvides, es la isla del baile. O el viejo cartel de Casa Anita con su anuncio: "Desayunos, bocadillos, montaditos, tapas, pizzas, comidas y postres caseros. Platos combinados. Licor de Hierbas Ca n'Anneta".
Y la curva, la curva de 45 grados que parece no estar, pero que es media vida para el local. El periodismo local en Ibiza está en la mesa más pegada a la curva desde la que se escucha al que viene, pero no se le ve.
Pídete lo que entre en gana. Si vas de mañana, tostadas con aceite y un cafelito con leche en vaso de caña. Si llegas de media mañana, aceitunas machacadas y pan con alioli. ¡Atento que aquí el ajoaceite aquí es fortachón!
Al medio día, huevos fritos con patatas frescas (nada de congelados) o chuletas. Y de noche, lo que te apetezca. ¡Ojo con las hierbas (herbes eivissenques) que son un buen digestivo, pero no soportan una cogorza!
Las crónicas locales cuentan que los ibicencos iban por la noche en los 50 y los 60 a jugar al Burro, a tres o cuatro pesetas la partida. Y cuenta la leyenda que Anita vio a un señor jugarse la finca en una partida y la perdió.
Ahora no veras a Anita por allí, pero sí a los payeses en invierno y a los turistas ilustrados en verano. Aquí en San Carlos el verano empieza en abril y acaba en octubre. Le sigue medio otoño y medio invierno. A lo meses que van de abril a octubre se les llama "la temporada".
Ca n'Anneta apareció en Cuéntame, Chat GPT 4 sabrá en que capítulo (en alguno sobre los hippies digo yo). Pero claro, con lo larga que ha sido la serie, no es raro.
Lo extraño es que con tanta popularidad sigan ahí sus buzones, que pugnan por ser incluidos entre las siete maravillas del mundo. Pero el regulador se niega. ¡Allá él!
Los buzones de correos de madera, en la sala de entrada, se instalaron para que los vecinos de las casas aledañas recibiesen allí su correspondencia. Antes de instalarlos, el cartero llevaba las cartas a montones y los vecinos pasaban a ver si alguien les había mandado una carta de amor o una factura.
Anita decidió ordenar aquello con veinte o treinta buzones propios. Fue cuando tomó las riendas del negocio, sola, con sus tres hijos. Porque Bartolomé tuvo que emigrar a Francia por razones políticas.
Y entonces, en el 68, llegaron los hippies. No querían ir a Vietnam y Anita les dio de comer. Para que recibieran cartas de la familia, Anneta les alquiló los buzones. Además de cartas de amor y facturas, empezaron a llegar cheques de los padres que enviaban remesas a los objetores.
Entre cheque y cheque, Anita dio de comer a los primeros hippies de Ibiza. Unas veces, si el cheque se agotaba, apuntaba las deudas.Otras, cobraba algunos cheques que venían a su nombre y de cuando en cuando echaban cuentas.
Por eso no es justo que las maravillas del mundo sean sólo siete.