El libro más vendido hoy en la sección de Ciencia de Amazon es Dios, la ciencia, las pruebas, de Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies.
Dios, la ciencia, las pruebas, traducido al español tras su sorprendente éxito editorial en la laica Francia, defiende la existencia de Dios a partir de argumentos científicos y no teológicos. La tesis nuclear, al menos de la primera mitad del libro (sáltense sin ningún sentimiento de culpa la segunda), es la improbabilidad matemática de la existencia del universo y del surgimiento de la vida.
No es un argumento débil. Hasta el más ateo de los científicos reconocerá hoy que no se necesita más credulidad para sostener que el universo fue creado por una inteligencia superior que para defender que el universo se autogeneró a partir del vacío, como afirma por ejemplo Lawrence Krauss en su libro Un universo de la nada. Ambas posibilidades son científicamente indefendibles. Es decir, una cuestión de fe.
La pregunta interesante, más allá de la tesis central del libro, sobre la que cada cual pensará lo que se le antoje, es qué tecla han tocado Bolloré y Bonnassies en cientos de miles de ateos occidentales para convertir un libro destinado a un nicho presuntamente minúsculo de los lectores en el éxito editorial de la temporada.
Y digo "ateos" porque el creyente no necesita este libro para nada. Pero un ateo sí puede querer buscar en él, tras dos décadas de pensamiento débil y modernidad líquida, el asidero racional que le proporcione la excusa para "volver" a alguna forma de religión sin que su sensibilidad laica se sienta violentada.
Yo no tengo desde luego ninguna duda de que la clave del éxito del libro está en el cada vez mayor creciente hartazgo de muchos ciudadanos occidentales con el laicismo progresista y su carencia de valores sólidos sobre los que construir un proyecto personal, familiar y profesional que no pase por el nihilismo y la falta de sentido.
Ahora bien, ¿a qué religión en concreto van a volver esos ateos occidentales?
Dijo el matemático británico John Lennox, precisamente en un debate sobre ciencia y religión, que el judaísmo inventó la ética de la justicia y el cristianismo, la del amor.
Es una idea interesante.
El dios del judaísmo, el de la Torá, es en efecto un demiurgo positivista. Un dios guerrero, celoso y exclusivista. Pero, sobre todo, normativista. Como la justicia, representada habitualmente por una diosa, la griega Temis, por razones un tanto absurdas dado que sus valores son arquetípicamente masculinos. Como dicen los juristas, si va a juzgarte un tribunal popular, y eres culpable, reza para que esté compuesto por mujeres. Si eres inocente, pide que te juzguen hombres.
El del cristianismo es en cambio un dios iusnaturalista y, permítanme la herejía, más bien femenino. Y eso por más que se le suela representar como un entrañable anciano barbudo por herencia de la iconografía de Zeus. Porque la compasión, la piedad y la misericordia, los valores nucleares del cristianismo, son los de una madre, no los de un padre. Ana Zarzalejos, que barre para casa, me recordó que esa dualidad la resuelve Jesucristo, judío y hombre, mediante una alianza con su Iglesia, de naturaleza femenina.
De la dualidad judeocristiana surge la cultura occidental. Pero sobre todo los derechos humanos, que sin el judaísmo serían sólo una espiritualidad de los buenos sentimientos, y sin el cristianismo, poco más que rigorismo sin sustrato emocional.
La metáfora puede estirarse todo lo que quieran. Terrence Malick lo hizo en El árbol de la vida, probablemente la película que mejor ha tratado la idea de un dios dual, y que el director simboliza en los "caminos" de la naturaleza y la divinidad.
De esa dualidad se deduce una segunda. Los pares antagónicos de judaísmo y de cristianismo deben de ser entonces aquellas religiones, una masculina y otra femenina, que han tergiversado las ideas de la justicia y del amor hasta desnaturalizar sus conceptos originales.
No resulta difícil dar con la religión (masculina) que ha endurecido aún más la ética de la justicia hasta convertirla en un rigorismo despiadado. Algunos estudiosos de la historia de las religiones (Reza Aslan, por ejemplo) sostienen incluso que esa religión nació en los desiertos de Arabia como una secta herética del judaísmo.
Tampoco resulta difícil datar en 1848 el nacimiento de la religión (femenina) que despojó al cristianismo de cualquier noción de justicia y lo convirtió en una ética laica de la falsa piedad, que no suele ser más que el barniz del resentimiento.
Esas cuatro fuerzas, judaísmo, cristianismo, islam y socialismo, son las que, en diferentes grados y adoptando diferentes formas seculares, definen el mundo de hoy. Pueden ustedes verlo como un enfrentamiento entre religiones o, con más precisión, como una disputa entre los valores que se derivan de esas religiones.
Un solo ejemplo.
“En defensa del derecho a la vida, a la propiedad y a la libertad”. Está todo dicho. #Milei #Argentina pic.twitter.com/zI0uKscMCt
— Ana Requena Aguilar (@RequenaAguilar) December 10, 2023
La vida, la propiedad y la libertad como valores despreciables que descalifican a quien se arroga su defensa. En este caso, Milei.
En la Francia, la Alemania o la Inglaterra de la Ilustración, este tuit habría sido llanamente incomprensible y nadie habría entendido su ironía. Y menos que nadie John Locke, el autor original de la frase. Porque las dos religiones que hoy niegan la vida, la propiedad y la libertad iban a tardar todavía cien y doscientos años, respectivamente, en llegar a la Europa de la Ilustración.
[Otros dirán que es precisamente la Ilustración la que generó la condición de posibilidad de una de esas religiones, el socialismo, pero ese es otro tema].
En 2023, sin embargo, cualquier socialista comprenderá lo qué está diciendo la autora del tuit. Un tuit que no niega tanto el conservadurismo y el liberalismo como los valores en los que se basan, y que son los mismos que los del judeocristianismo.
El ejemplo resume bastante bien la grieta que separa hoy las nuevas de las viejas religiones y que lleva a que ni siquiera haya consenso entre ellas en los valores morales más elementales. Si incluso la vida, la propiedad y la libertad están sometidas a debate es que no hay acuerdo posible entre ambas parejas: la del judeocristianismo por un lado, y la del socialismo y el islam, por el otro.
Por eso en las futuras guerras no se enfrentarán civilizaciones, sino religiones. Es decir valores, como debería quedarle claro a cualquiera que vea hoy cómo el socialismo, el progresismo, el movimiento woke, o como quieran llamarlo sus seguidores, se ha posicionado en Gaza al lado del islamismo y en contra de Israel, amparándose en una idea de la compasión que no es más que antisemitismo con pretexto.
Lo vemos también en la demoscopia electoral española (si sólo votaran las mujeres ganaría siempre el PSOE por poco y si sólo votaran los hombres, ganaría siempre por aplastamiento el PP).
Y lo vemos, incluso, en ese cuestionamiento de la izquierda de los fundamentos más elementales del Estado de derecho, del Poder Judicial e incluso del derecho a la presunción de inocencia. Una consecuencia, más intuitiva que consciente, del rechazo por una idea de la justicia positivista que el socialismo interpreta como una invención burguesa que se interpone entre él y la justicia "emocional" de las masas populares.
El elemento discordante en esta ecuación es esa parte del cristianismo al que su odio medieval a los judíos le impide darse cuenta de cuál es la lucha real en Gaza. Es ese cristianismo rigorista que cree tener más en común con el islam que con el judaísmo, que ha leído torcido a Léon Bloy y al que hasta Joseph de Maistre se le queda corto.
Para cuando se dé cuenta de lo que está en realidad en juego, ya será tarde para él.