El primer sorprendido de que la plaza de Felipe II se quedase pequeña ha sido el propio Partido Popular, que el sábado todavía no sabía si había convocado una manifestación, un mitin o una partida de mus. Había miedo de que alguno, o alguna, se tirase un órdago. Y había también mucho complejo de jugador de chica.
La sorpresa la ha provocado la buena respuesta de las bases de provincias, la unidad de los líderes presentes y la buena respuesta de los asistentes. Y ahora toca responder a la sorpresa que ha provocado la sorpresa. ¿Por qué se dudaba de la capacidad de respuesta de los propios?
El error en la convocatoria es que desde el principio nos pareció a propios y a extraños que no tenía buenas cartas. Las urnas habían hablado hacía demasiado poco y se convocaba solo dos días antes de una investidura para presidir el Gobierno. Sin embargo, el contexto convertía a esta semana que empieza en la investidura para presidir la oposición.
Presentarse a candidato a presidente de la oposición en una investidura de Gobierno es como pedirle a un delantero que no te tire el penalti demasiado fuerte. Te la va a meter por la escuadra.
La duda, hasta ayer, es si había partido. No si se podía ganar, sino si se podía jugar. De ahí la sorpresa. Lo normal es pedirle al jugador de mus que juegue con malas cartas, y al entrenador que sea él el que convenza a los jugadores. Pero tampoco está mal descubrir que tu vestuario quiere jugar. Y esto es lo que hay, un partido que venía de una profunda división y que poco a poco se va convenciendo a sí mismo de que existe.
Lo de este domingo no fue ni una manifestación, ni un mitin, ni una fiesta por la unidad nacional. Fue un congreso general. Era una pregunta dirigida a los del partido sobre el partido. Fue, por tanto, el congreso general del partido que se venía gestando después del fiasco de julio. Y sucedió de un modo más natural y pacífico que si se hubiese convocado formalmente.
Quién sabe qué hubiese pasado, o qué pasaría, si se hubiesen juntado para pensarse a sí mismos y a España. Probablemente se hubiesen convertido en carne de cañón para los ajenos. Y, sobre todo, para los amigos, que ya se sabe que son siempre los peores.
Ayer pasaron las dos cosas que tenían que pasar para fortalecer un partido de oposición. La primera, relativa a la organización de partido, se resume en dos hechos: que la estructura territorial respondió y que los líderes autonómicos mostraron unidad en torno al líder. Y la segunda, que se puede construir un proyecto sólido sobre un modelo de Estado alternativo al independentismo.
Si hay estructura, y hay proyecto, hay partido. Esta fue la sorpresa de ayer.
El ser humano es el único animal que se alegra de su propia alegría, se entristece de su tristeza y se asombra del asombro. Esa es la inteligencia natural, pensar sobre lo que se piensa. Y por eso, ahora, lo que les toca a los responsables del Partido Popular es sorprenderse de su propia sorpresa, y sacar conclusiones.
La mía la resumiría en que la investidura que Feijóo no tendrá pasado mañana como presidente del Gobierno la tuvo ayer como líder de la oposición.