A nuestra izquierda más auténtica le pasa con las tetas lo mismo que con las herencias, las vacaciones o los viajes en avión a países exóticos. Que sólo le gustan cuando son las suyas.
Las tetas de Amaral han gustado mucho más, por ejemplo, que las nalgas de Chanel. Cuando aquella polémica de Eurovisión, el suyo era un culo oprimido. Prostituido, incluso, el pobre. Pero cada teta que enseña un cantante de izquierdas, declaradamente de izquierdas, suficientemente de izquierdas, es una teta revolucionaria. Y es la mismísima libertad guiando al pueblo ("hasta la vergüenza ajena", como decía Carlos Moliner).
Porque a la izquierda más auténtica, como a los que leían el Playboy por los artículos, lo que de verdad les encanta no son las tetas, sino la explicación que las acompaña. Las tetas y sus circunstancias sólo son auténticamente libres cuando van acompañadas del discurso adecuado, resumido en estos lemas del no pasarán, el somos muchas más y la revolución.
Lo que les encanta es que reciten sus tópicos como si estuviesen en una misa pagana. Porque ese va siendo el imaginario con el que luchan contra esa nueva inquisición a la que nadie espera en realidad. El de las brujas que no pudimos quemar, el de las tetas sueltas así como de tribu originaria. El de las drogas naturales, incluso, como la moda esta de la ayahuasca y las setas y hasta los sapos y el matriarcado y tantas otras cosas.
Pero el problema del paganismo, del que fue tanto como del que viene, es que fácilmente confunde el pluralismo con la titanomaquia, la guerra entre dioses. Y la única solución al caos es la imposición de unas únicas filias, unas únicas fobias y unos únicos discursos.
De ahí esta impostada urgencia en la lucha antifascista. Y de ahí esta impostada ilusión ante un par de tetas sueltas como tantas hay estos días en cualquier playa o piscina, donde las viejas feministas se excitan y gritan y aplauden y silban como jóvenes machitos adolescentes.
Forma parte de la misma impostura que la lucha contra el fascismo, que sólo sirve para mantener prietas… las filas. Porque el fascismo al que se refieren no parece tener ningún problema con las tetas. A ese patriarcado que imaginan nada podría gustarle más que su constante exhibición. Y a la derecha real lo que le producen espectáculos y discursitos como los de Amaral son más bien chistes, memes, risas y, a los más compasivos, incluso algún que otro sonrojo de vergüenza ajena.
Aquí no hay nada que ver. A lo sumo, un muñeco de paja cada vez más deshilachado, el pobre. No hay ningún movimiento político ni ciudadano significativo pidiendo playas familiares, con mujeres tapadas (al menos, lo que tapa un bikini).
El drama para las tetas este verano ha sido muy otro. Por un lado, que parece que las jovenzuelas se destapan menos que sus madres. Por el otro, que las playas nudistas se están llenando de gente en bañador. Y por la derecha conservadora, un poco alineada aquí con los nudistas, ya ven qué cosas, es con el ocasional exceso de ropa en el entorno acuático que suponen el velo o el burkini.
Y es una preocupación (¿todavía?) bastante menor. Una preocupación que en su mejor versión lo es por la posibilidad de la libre convivencia en el espacio público entre mujeres en burka y mujeres en tetas. Y que en la peor versión es lo que dicen que ha pasado en una piscina valenciana, donde unos taquilleros mandaron a su casa, y presuntamente y ya de paso a su país, a una mujer musulmana que pretendía entrar con velo.
La izquierda se queda aquí muda, casi en tetas, un poco por la cobardía típica al tratar estas cuestiones. Y un poco también por la ingenuidad liberal de creer que todos los derechos (de las mujeres) son compatibles en la práctica si logran serlo sobre el papel.
Por mucho que quieran olvidarlo, no es a la derecha a quien le molestan las mujeres en tetas.