Qué gran verdad aquella de que el sueño de la razón produce monstruos. Hay que ver cuántas veces la persecución de un ideal desemboca en la peor astracanada. El último ejemplo nos lo ha brindado el Ministerio de Sanidad con su Estrategia en Salud Cardiovascular, una guía para cuidar nuestros corazones.
Hay que decir, en favor de la ministra Darias, que bastaron no más de diez horas para que se retirase de ese documento de buenos hábitos la recomendación de servir más agua del grifo en los menús de los bares y menos bebidas alcohólicas. O sea, que mandaba el vino y la cerveza a tomar por saco.
Dejando a un lado que hay agua del grifo en España mucho más tóxica que un chupito de Larios, la obsesión de algunos políticos por prohibirnos el pan y la sal es tremenda. No es una frase hecha: acaba de entrar en vigor la norma que limita el contenido máximo de sal en el pan a 13,1 gramos por kilo. Me jode hasta la exactitud del decimal.
Lo cierto es que hacía tiempo que no veía una escandalera en las redes sociales como la de este miércoles por la guía de marras de Sanidad. Porque en España te pueden poner a Bildu a revisar los secretos del CNI, pero si te hurtan el placer de una caña en la terracita o el vinito del aperitivo te vas inmediatamente a Twitter a jurar en arameo.
Para mí que la culpa la tienen los expertos. Le das galones a un experto y empieza a bullirle la cabeza imaginando cómo sería el mundo ideal: si es cardiólogo, sin alimentos con grasa; si es climatólogo, sin viajes en avión que aumenten la huella de carbono; si es biólogo, sin zoológicos ni acuarios.
Yo pediría a los gobiernos que ficharan expertos en vivir. O por lo menos en aceras, para no tener que ir sorteando a saltos los excrementos de los perros, auténtico deporte nacional. Si los expertos de la DGT dedicaran su talento en multas a controlar las deposiciones caninas se acababa con el déficit público.
Cada día me reconcilia más con la vida tropezarme con un neumólogo que fuma, un odontólogo que come conguitos y un cura agnóstico, que de todo hay en la viña del Señor. ¿Un mundo perfecto y feliz lleno de tabúes, vetos, prohibiciones y consejitos? Anda ya.