Si este enfrentamiento máximo en el Partido Popular hubiera seguido alargándose, habría llegado la inevitable fatiga del público general. Mucho toque en el centro del campo y un eterno empate no despiertan la pasión por el juego, aunque haya zancadillas y regates a la brasileña. La manifestación del domingo en calle Génova fue, más que otra cosa, un serio aviso de que el respetable comenzaba a impacientarse.
Algunos actores guardaron silencio. El de Pedro Sánchez lo interpreto sombrío, del estilo del maestro Joseph Fouché, referente histórico del político superviviente.
El de Vox fue doblemente juzgado como una educada y cautelosa discreción (entre familiares, a veces, existen tales comportamientos) o bien como un silencio estruendoso (para algunos, la citada manifestación frente a la sede del PP estaba sembrada de votantes de Santiago Abascal).
Sea como fuere, me permito un apunte personal. Cuando la derecha se echa a la calle, pierde aquella distinción de la que debería hacer gala, la de los individuos que nunca formarían un bulto.
Respecto a Podemos, claro está, la verborrea va siempre por delante de los hechos. El ínclito Juan Carlos Monedero publicó el pasado sábado un presunto texto (¿Por qué a la izquierda no le rinde la crisis de la derecha? en el diario Público) sobre la guerra civil pepera.
He debido leerlo, incluso repasarlo, y espero que esto se tenga en cuenta aquí o donde el Cristo Juez. Les haré un bonito resumen, no con afán masoquista sino de servicio público, para refrescar el jaez de los que hoy gobiernan con el PSOE. Advertir primero que el mojón de palabras está sembrado de erratas y que el estilo no pasaría ningún filtro de pureza literaria.
Aun así, el que fuera dirigente morado y siempre voz autorizada enciende la mecha de su arte poniéndose trascendente: la sociedad europea, y la española desde luego, “está anestesiada”. Es interesante cuando aplica este principio a cada uno de los pobres colectivos que la forman, víctimas de las democracias liberales insufribles. Claro, esto no es su querida Venezuela chavista, para la que laboró.
Así, los mayores se anestesian “para que el miedo les asuste menos” (sic); la juventud, por el oscuro futuro; los adultos, por todos los sueños rotos; las mujeres, por “la soledad de la reproducción”; y, colofón ineludible, los hombres, esos ogros, por la desazón de no poder cumplir como machos alfa.
Ya ven, el marxismo clásico de Monedero parte del análisis pormenorizado de la tragedia, un mundo deprimente en que las personas resultan meros peones sociales con los que montar una apocalíptica falacia. Nada nuevo, rancio discurso con el tufo posmoidentitario.
Luego tiene nuestro egregio juntaletras una caída poética. No diré que llegue a la dificultad de un Góngora, aunque comprender sus profundidades me ha recordado a los días de colegio en que tocaba pieza del viejo y barroco cordobés.
Con perlas como la que sigue se alza el politólogo de la Complutense: “Los intrusos anestesistas sólo anestesian contra el dolor que construye compasión”. Y, unas frases después, el camino de aforismos se detiene, cómo no, en el franquismo, que los malos quieren que olvidemos.
Llevado por la pasión, aquí aprieta las teclas Monedero, tildando a la izquierda de “demócrata” y a los demás (derecha y extrema derecha) de “nazis, corruptos, mentirosos y golpistas”. No incluye en ese golpismo a sus amigos independentistas, xenófoba y muy conservadora burguesía.
Yo no sé bien de dónde han salido estos chicos de Podemos, pero sí recuerdo aquella Transición en que estuvieron desde Santiago Carrillo hasta Blas Piñar, y también Miquel Roca. Siguiendo esa lógica argumental (perdón por lo de argumental), el secretario general del PCE debe de engrosar por fuerza la gloriosa lista podemita del fascismo español.
Un ingenuo podría suponer que Monedero ofrecería algo más allá del sobado ombliguismo ideológico, de ese rock’n’roll repetitivo y desafinado. Su análisis de la crisis del PP se queda en una afirmación que me recuerda mucho al autoritarismo desplegado por el nacionalismo catalán, los buenos y los malos catalanes.
Dice: “Los que votan a la derecha no son honrados ciudadanos”. Se recrea como un loro en hitos de la corrupción (no la de su partido, claro), tiene momentos de enorme lucidez periodística al escribir sobre la famiglia del PP (en mafioso italiano) y del dinero del narco, suelta, con que Manuel Fraga fundó Alianza Popular. No olvida citar a los medios de comunicación enemigos, grandes y modestos, un tic que debió interiorizar en alguna república bolivariana.
Dechado de virtudes éticas, pureza entre la general porquería (no queda en el tintero ni la División Azul), la batalla en calle Génova le da la oportunidad de desplegar un programa de deseos, digamos, no precisamente demócratas.
Mi sensación, al acabar de leer el texto del doctor Monedero, es que se trata de un conjunto deslavazado de odios, frustraciones y, lástima, pésimo estilo. Una cosa infantilizada, de muy difícil justificación y peor digestión. Finaliza el libelo en la melancolía, una especie de mea culpa: “No menos triste es que la izquierda no va a aprovechar esta debacle de la derecha”, se lamenta.