El globalismo es un concepto acuñado por el politólogo norteamericano, Joseph Nye, colaborador de la Administración Clinton y Obama, con el que describe un proceso cuyo objetivo es acabar con los históricos Estados-Nación europeos.
El agitador internacional Soros es uno de los principales impulsores del globalismo y del invento de una suerte inviable de “gobernanza mundial” intervencionista. En este camino, Soros, encuentra la convergencia con una izquierda radical, nacionalistas-separatistas totalitarios, movimientos ácratas y antisistema; en definitiva, todo lo que sea contrario al orden demoliberal establecido.
Parte de la derecha política española confunde en ocasiones globalismo con la globalización, pero son dos conceptos opuestos. España y Portugal tienen el honor de haber sido los iniciadores de la globalización en 1492 y, posteriormente, con la primera circunvalación de la Tierra de Magallanes-Elcano.
Desde este punto de vista, a lo que asistimos es a un desarrollo de la libertad, de la democracia y del capitalismo a escala planetaria. Una globalización que no es incompatible con los Estados Nación sino todo lo contrario; una globalización que genera mayor crecimiento económico y un beneficio para los consumidores.
Al día de hoy, los Estados nacionales tienen límites para imponer a sus ciudadanos ciertas condiciones que resulten no competitivas, tales como elevados impuestos o condiciones de producción inseguras, inestables u onerosas. El capital viaja por todo el planeta sin limitaciones y se instala allí donde percibe confianza, recibe mayor seguridad y mejores condiciones de negocio. Y esto sirve tanto para el capital financiero como para el capital industrial y humano.
Actualmente, la economía, el capital financiero, la industria, los bienes y servicios tienen más capacidad que los gobiernos intervencionistas y controladores para desarrollar iniciativas empresariales realistas y operativas en cualquier parte del mundo; los ahorradores y emprendedores tienen la libertad completa de movimientos. De ahí el desconcierto histórico de la izquierda y la búsqueda de una gobernanza mundial intervencionista.
El marco de competencia del siglo XXI es un nuevo equilibrio entre las soberanías nacionales, territoriales, y la soberanía de los ciudadanos de la economía global. Los Estados Nación surgieron en el siglo XV para garantizar seguridad y desarrollo en un ámbito territorial delimitado por las fronteras. Las guerras, los tratados y el derecho internacional fueron expresión e instrumentos de la concurrencia entre las naciones entendida en términos de lucha por la hegemonía. Hoy la hegemonía no es el resultado de una superioridad militar sino de la capacidad tecnológica y de las mejores posiciones en la economía globalizada.
El siglo XX ha demostrado la imposibilidad de un imperialismo hegemónico, lo que ha costado la dura lección de dos guerras mundiales y largas décadas de tiranía del comunismo sobre más de la mitad de la humanidad.
A diferencia del siglo XX, el siglo XXI se anuncia como el escenario de una dura batalla económica entre los ciudadanos del mundo, a la vez pacífica y generadora de progreso y bienestar.
¿Quiere esto decir que los Estados Nación han perdido por ello su operatividad, su sentido histórico? En absoluto. Esto quiere decir que los Estados, que los sistemas políticos en los que es posible la democracia, deben ser conscientes de esta nueva realidad y facilitar el ámbito de competencia de su territorio, de su soberanía, para ganar posiciones de sus ciudadanos e instituciones en la economía globalizada.
Por ello, la competencia internacional se plantea en un doble nivel: por un lado, los ciudadanos globales entre sí y, por otro, los antiguos Estados Nación entre sí, tratando de ofrecer los ámbitos más favorables para la inversión y la producción. Y es que los mercados castigan duramente la inseguridad, la inestabilidad y los altos costes agregados a los productos por la sencilla razón de que es relativamente fácil encontrar otros espacios territoriales que ofrezcan confianza, seguridad, estabilidad y menores costes.
En los países en los que la estabilidad y seguridad se da por garantizada, los costes son el dato fundamental. Por eso, los políticos tienen tantas dificultades en aumentar los costes generales (seguridad social, salarios, impuestos, etc.). Llega un momento en que un país “no es competitivo” y en vez de ser un reclamo de inversión doméstica e internacional se convierte en una zona de expulsión de capitales.
Del mismo modo que el capitalismo es una creación espontánea de la sociedad, la globalización es su evolución natural. La globalización, la libre concurrencia y los Estados-Nación eficientes son el resultado de la Historia y el marco en el que es posible la libertad y la democracia.
La globalización es libertad y respeto por las identidades nacionales resultado de siglos de convivencia. El globalismo, el socialismo radical y el populismo, sí son un producto intelectual; son el diseño de la izquierda antiliberal y anti Estado-Nación. Conviene no confundir globalización y globalismo pues un análisis erróneo o un desenfoque del problema lleva a propuestas políticas equivocadas.