Una Diada es una fiesta sosa, una romería para Ferreras, algo que pasó durante mucho tiempo y que los españoles nos teníamos que comer con las conexiones en directo y con aquellos periodistas que forzaban el acentazo chicloso, aunque fueran de La Palma del Condado. Diadas hemos visto muchas, sí, mientras que en septiembre y en 11 pasaba la Historia con mayúsculas, se atacaba al corazón de Occidente y un guardia civil era señalado en el Norte verde de Navarra.
Qué estampas aquellas de Iceta, levitando entre silbidos. O Artur Mas con su barbilla solemne, encantado de conocerse. Y las flores a los pies de Casanova, una tradición que anda entre la necrofilia y el delirio. Lo peor, claro, es que en esta Diada no estará Cristian Campos para hacernos el color ácido de una crónica que nos diga que cuando el catalán indepe se pone cursi, no hay quien lo supere.
Cristian se ha ido a Cádiz por eso mismo, porque Barcelona pudo ser Nueva York, pero se piensa Hong Kong y lleva camino de ser Maputo con Valls el posibilista y Colau, la blanca, la equidistante, la patrona del carterista reincidente y a punto de sindicarse.
Hoy hará fresco en Barcelona, atracarán a japoneses, un cateto del Prepirineo se creerá llamado por la Libertad, y Rufián se dará cuenta de que no lo quieren y de que ha ido cambiando el concepto mismo de montapollos en Polonia. Vivir es pasar Diadas mientras mis amigos se van casando y no me llevan a bodas a las que nadie me llamó.
Toda Diada no es más que ir al Rocío o a Santiago sin peregrinar, arrimar cebolleta, fotear a los convergentes bipolares y que Els Segadors se nos meta en el hipotálamo. Lo ideal es que salga ya la condena, haya emplumamiento por rebelión, y mis queridas tietas salgan con velitas y con retratos entrañables de Junqueras, ese preso modelo tan temeroso de Dios como amigo de Soraya. La Diada es el otoño catalán, la seña de que falta un mes para que mi hermano Farid y el carnero desfilen por La Castellana.
Muchos años, muchas Diadas en las que Madrid le puso el bebe y el alma a esa broma macabra que llaman catalanismo. Rahola irá a que la toquen y los CDR apedrearán semáforos y poco más. Podría estar yo ahora mismo en Barcelona reportajeando la cosa, pero es que sin Cristian ya nada volverá a ser como antes.
La Barcelona que fue... y la que es hoy, once del nueve, festividad de San Pafmucio de Egipto.