Hay campañas publicitarias que las carga el diablo. La que ha presentado esta semana en España Oxfam Intermón, oenegé que hace una labor encomiable para mitigar la pobreza en todo el mundo, es el ejemplo perfecto.
Cabría analizar por qué, pese a ser un disparate, su mensaje contra la desigualdad ha tenido tan buena acogida en los medios. A la espera de mejores argumentos, arriesgaré dos: el fin humanitario que defienden sus promotores -la causa es buena- y la inclinación natural de los humanos por las tesis simples.
El caso es que estos días hemos podido leer en periódicos, oír en radios y ver en las televisiones que los tres españoles más ricos acumulan tanto dinero como el treinta por ciento de la población del país. Esos tres multimillonarios son Amancio Ortega, su hija Sandra y Juan Roig.
Medir la riqueza individual entraña enormes dificultades, pero aun en el supuesto de que el cálculo publicado se aproximara a la realidad, exponer los datos como lo hace Oxfam equivale a presentar a los propietarios de Inditex y al dueño de Mercadona como a unos desaprensivos que nadan en la abundancia mientras asfixian bajo su bota cruel a más de catorce millones de españoles.
Ocurre justo lo contrario. Sin empresarios como Ortega y Roig, que dan empleo a miles de personas, habría más miseria a repartir y más gente desesperada. Oxfam, y con ella quienes le han seguido la corriente, yerran al contribuir a crear la ficción de que la lucha contra la pobreza equivale a combatir a los emprendedores de éxito.
Aceptar el dilema que nos plantea esta campaña a favor de la solidaridad da pie a ver la realidad desde el ángulo opuesto. ¿Son los ricos verdaderamente los causantes de la pobreza? Y entonces la duda que nos asalta es terrible. ¿Será que millones de españoles malviven ante su incapacidad para ganarse mejor la vida? Yo no lo creo.