Palmero Sánchez, la sobrina de la Reina y dos grandes del cine español
Pedro Sánchez, Antonio Resines, Carla Vigo y Javier Cámara; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Pedro Sánchez
Es un hombre oportuno, que no pierde comba. Cuando al volcán se le revolvieron las tripas, el presidente estaba ahí. Cuando la lava corría ladera abajo, como un río de sangre, también. Con el apagón, las prisas de los palmeros por recibir las ayudas ofrecidas, chocaron con el decepcionante salmo de Sánchez: “Paciencia” y
“comprensión”.
El 19 de septiembre, domingo, se produjo la primera erupción del Cumbre Vieja. Eran las tres y diez de la tarde y los palmeros que vieron humear el cráter del volcán, hicieron correr la voz y las casas de los pueblos vecinos temblaron al unísono. Las erupciones eran cada vez más potentes y los rugidos, más profundos. Llegaban los primeros soldados de la UME a la zona de exclusión. También los primeros bomberos, los primeros policías y los primeros periodistas.
Aquel día, el presidente tuvo palabras de consuelo para todos. Las casas cayeron como castillos de naipes y la iglesia se plegó bajo sus pies. La periodista Lidia
Lozano, que tiene sus antecedentes familiares en la Isla Bonita, tomó el primer avión deseosa de ofrecerles el hombro a sus paisanos. Días atrás, en El Paso, se
había celebrado un homenaje dedicado a su hermano, Jorge Lozano, catedrático de semiología vinculado a Umberto Eco y uno de los intelectuales más sólidos del
panorama español.
Jorge, nombrado hijo predilecto de El Paso, fue el alma de la isla mientras rugió el volcán. Los vecinos iban de un lado a otro conduciendo camionetas y trasladando
enseres para escapar de la pesadilla, mientras Pedro Sánchez prometía ayuda para reconstruir viviendas, barrer cenizas, repartir alimentos... El primer día que el presidente bajó a La Palma fue el 23 de septiembre. El último, el 26 de diciembre, ya con el infierno apagado. Ese día, todo había cambiado.
Los palmeros, lejos de acoger con amabilidad a Sánchez, le sacaron los colores recordándole las promesas incumplidas. Había tenido más prisa por cobrar dividendos electorales que por activar la burocracia que le estaba dejando por mentiroso.
Antonio Resines
El otro día leí en un periódico un titular que decía “Si los niños tienen mocos, sospeche que es Covid”. No es que yo me crea todo lo que dicen los periódicos, pero
casi. La primera ola de la pandemia nos atrapó a la mayoría, a unos por miedo y a otros por sorteo. Las UCI estaban petadas y las residencias de ancianos no
digamos. Pero lo peor fueron los funerales.
Recuerdo el de Plácido Arango, celebrado en los Jerónimos al comienzo de la pandemia. A la salida del templo, muchos de los asistentes fueron directos al hospital y no salieron hasta pasados tres meses (si es que salieron). Una amiga que se había acostado con sus nietos y le mordió la Covid, entró en la Fundación Jiménez Díaz y por poco no despierta.
Antonio Resines ha sido el último en tocar madera. Consume sus largas horas de Covid en el Hospital Gregorio Marañón y todo el mundo está pendiente de él.
Resines es el actor de la eterna sonrisa. Incluso cuando llora, ríe. El día que comunicaron su ingreso en la UCI hasta yo quise llorar. Coincidiendo con la Nochevieja, TVE1 ofreció el clásico elenco para animar a los españoles. Por un lado, Anne Igartiburu y Ramontxu, con Ana Obregón en la cuneta
por culpa de la puta Covid. Ahora pegas una patada a las piedras y te da positivo. En mala hora.
Carla Vigo
Carla Vigo, la sobrina de la Reina Letizia, está de enhorabuena. En otras palabras, triunfa. Ella forma parte del elenco de Yerma, donde obtuvo un papel gracias a la mediación del bailarín Rafael Amargo, que lleva un año amargado con la Justicia.
Carla confiesa su entusiasmo teatral. Lo declara en una entrevista concedida a
Semana en la que niega que la Reina Letizia le haya exigido silencio ante los medios. La familia real (o irreal, no me hagan mucho caso) se sabe dónde empieza,
pero no dónde termina.
Carla es hija de una hermana de la Reina, aquella Erika Ortiz que se quitó la vida en el piso de soltera que le cedió Letizia. En la tarde del funeral, el entonces Rey Juan Carlos recibió duras palabras de algunos familiares de Erika. Antonio Vigo, su pareja, terminó sentenciando: “La habéis matado vosotros”, dijo mirando al monarca.
La hija de Erika y Antonio es hoy una joven desmadrada, inquieta, con muchas ganas de hacerse notar. Los fotógrafos la han pillado paseando con la abuela Rocasolano, que a su vez camina adosada a un novio del que no se despega ni a tiros.
Tampoco Carla pierde el tiempo en cuestión de amores. La última noticia, que podría ser la primera, es una presunta relación con Alejandro Reyes, hijo de Ivonne Reyes y de Pepe Navarro (presuntamente). Que les cunda.
Javier Cámara
Empezó de acomodador y acabó siendo, junto a Bardem, Tosar y Resines, uno de los mejores actores del cine español, si no el mejor. Lo supe desde el primer instante en que su habla paisa se coló en la película El olvido que seremos, en la que los espectadores quedamos arrullados por las hospitalarias montañas de Medellín.
Absténganse quienes incurren en la mostrenca asociación de Javier Cámara con el hombre que regatea con el colesterol a la española. O sea, en la barra de un bar.
Hablo de otra cosa. La película que cito debería ser de pase obligatorio en las escuelas.
En ella, Javier Cámara, cercano, creíble, conmovedor, se mete en la piel del
médico colombiano Héctor Abad, asesinado en 1987 por su activismo en pro de los derechos humanos. Confieso que la historia, escrita por su propio hijo, me pone
los pelos de punta. Seguramente por el derroche de talento que demuestra Cámara para abolir la distancia entre la historia real y su recreación cinematográfica.