Encajo cumplir años preparándome con seis meses de antelación. Desde enero del año en curso hago como si tuviera los que me caen en julio. La opción de no cumplirlos ni la contemplo. Acudo a mis revisiones, cumplo con mi compromiso como ciudadana pagando los impuestos que me corresponden y cometo pecados y actos impuros no vaya a elegir “muerte” llegado el caso.
Ni siquiera me permito el lujo de tener miedo. Llegue cuando llegue solo pido que sea efectiva y me lleve consigo al primer intento. La muerte en sí no me impresiona; lo que me aterra es el dolor que pudiera precederla.
Uno de cada tres españoles tendrá cáncer a lo largo de su vida y nadie me garantiza que, si me toca, no seré una de las 54.000 personas que mueren cada año sin cuidados paliativos. No solo el cáncer es capaz de hacernos retorcer de dolor aunque sí es la enfermedad más frecuente de las que pueden terminar en agonía.
Si fuera menor lo tendría aún más jodido: Nueve unidades pediátricas es lo único que hay para mitigar la muerte lenta y dolorosa de niños en una cama de hospital. Somos más de cuarenta y seis millones de españoles y debemos repartirnos en 284 recursos asistenciales específicos para que el tránsito hacia la nada no sea un suplicio.
Bueno no, quiten 94 que al parecer ni siquiera todas las unidades cumplen los requisitos para ser consideradas efectivas según la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL), los que intentan convencer al gobierno en funciones y aspirantes de que la sanidad pública debe apostar por los cuidados paliativos a fin de ahorrar tanto sufrimiento pero también dinero.
El sueldo de un mes de trabajo de un enfermero especializado sale por lo que tres días de hospital de un enfermo en estado terminal. Ahora mismo ni siquiera existe una especialidad como tal y la mayoría de los paliativistas se forman por su cuenta.
Imagino lo que debió de ser el martirio de santa Águeda de Catania, a la que le arrancaron los senos por negarse a perder la virginidad. En Sicilia la veneran. Su agonía debió de ser muy parecida a la de cualquier mujer con cáncer de mama a la que el tumor devora por dentro.
Entiendan mi temblor de glúteos; ya sabemos lo que gusta una santa en Moncloa y aledaños. Rajoy ha prometido a Bruselas que en cuanto revalide empezará a tomar medidas y lo temo más que a la vara verde. Por mucho que preconice que no recortará, tiemblo imaginando a Andrea Levy justificando martirios para algo más que para vender estampitas en la puerta de la iglesia.