El presidente checheno Ramzan Kadyrov frente a sus tropas

El presidente checheno Ramzan Kadyrov frente a sus tropas Twitter

Europa

Los fiascos en Azerbaiyán y Ucrania ponen en manos de un enfermo Kadyrov el poder ruso en su entorno

La debilidad de Rusia para influir en los países de su entorno pone en jaque a Putin, pero también amenaza la estabilidad de Occidente. 

22 septiembre, 2023 03:01

De alguna manera, Rusia lleva más de veinte años soñando con que la URSS nunca desapareció y aspirando a "tutelar", cuando no dirigir, las políticas de los países de su entorno. Así fue durante décadas con Ucrania, gracias a la corrupción sistemática de los gobiernos de Kiev, su nula tradición democrática y el poder de los oligarcas de las regiones del Donbás y de Járkov, con mayoría de origen rusófono. Putin intentó envenenar en 2004 a Viktor Yushchenko y colocó en la presidencia como marioneta a Viktor Yanukovich en 2010. La idea era hacer del país vecino algo parecido a Bielorrusia: un estado ficticio dominado de facto por el Kremlin.

Las cosas no salieron bien, como sabemos. Yanukovich se negó a firmar en 2014 los acuerdos con la UE después de una extraña reunión con el mismísimo Putin en Minsk y tuvo que huir a Crimea y de ahí, a tierra rusa.

El llamado Euromaidán fue un desastre diplomático para Moscú, maquillado solamente por las conquistas militares en Donetsk, Lugansk y la propia Crimea. Cuando se decidió a completar la jugada con una ocupación total del territorio ucraniano, se encontró con una resistencia inesperada que aún continúa, consumiendo recursos de todo tipo que no se pueden dedicar en otros lugares.

[Azerbaiyán ataca Armenia y amenaza con una limpieza étnica: ya van al menos 29 muertos]

Lugares como, por ejemplo, en Azerbaiyán. El acuerdo ruso de defensa con Armenia y las continuas escaramuzas entre azeríes y armenios ha hecho durante años de Rusia el garante de la paz en la zona. Eso, al menos, mientras ha podido tener una fuerza digna de ese nombre capaz de mantener la independencia de la región de Nagorno Karabaj y el corredor que la unía con la propia Armenia.

En cuanto Azerbaiyán ha notado que Rusia flaqueaba, no solo ha taponado dicho corredor, sino que se ha apoderado de la región entera, ha obligado a las autoridades armenias a firmar un alto en fuego que no esconde sino una rendición, e incluso se ha atrevido a matar por el camino a varios soldados rusos.

Todo esto, sorprendentemente, con la aquiescencia de la propia Rusia, que no ha reaccionado con amenazas de represalias, sino con el reconocimiento del statu quo: Nagorno Karabaj pertenece a Azerbaiyán según la legislación internacional y no hay más que hablar al respecto, afirmó el ministro de asuntos exteriores, Sergei Lavrov, el pasado miércoles. La aceptación con la que Rusia ha asumido su impotencia para influir en la zona es una nueva muestra de la vulnerabilidad de su proyecto imperial. Como sabemos, no es el único.

El Euromaidán georgiano

Vayamos, por ejemplo, a Georgia. Los enfrentamientos territoriales con la gran superpotencia han sido constantes prácticamente desde la formación de los dos Estados. En 2008, el gobierno de Lado Gurgenidze intentó recuperar por la fuerza las autoproclamadas repúblicas de Abjasia y Osetia del Sur. Hablamos de territorios prorrusos que se habían desgajado de Tiflis y funcionaban de manera independiente, tal y como sucedería posteriormente con las citadas repúblicas del Donbás.

[Mamuka, líder de la Legión Georgiana de Ucrania: "En Bucha vimos niños atados y violados"]

La guerra duró poco más de diez días y acabó con las fuerzas rusas sitiando la capital georgiana. Exactamente lo que pretendieron catorce años después en Ucrania. Sin embargo, esa demostración de poder no ha servido para doblegar a sus vecinos del sur. El pasado mes de marzo, Georgia estuvo a punto de vivir su propio Euromaidán, con movilizaciones masivas en torno al parlamento de la nación durante la votación de una propuesta de ley que se entendió como una imposición rusa para alejar a Georgia de la Unión Europea.

Las protestas se extendieron a todo el país y aunque Rusia se dio por aludida, condenó los actos y acusó a Estados Unidos de estar promoviendo un golpe de Estado, el gobierno de Irakli Garibashvili se vio obligado a dar marcha atrás a su proyecto legislativo. Otro varapalo para Moscú y su diplomacia, incapaz de conseguir acuerdos sin un ejército detrás que los respalde.

La estabilidad de Chechenia

Los fiascos en Ucrania, Azerbaiyán y Georgia, todos ellos en aproximadamente un año y medio, nos invitan a mirar hacia Chechenia, otro foco constante de conflicto étnico y territorial. Después de dos guerras de dominación, Rusia ha parecido encontrar su hombre de paja ideal en Ramzan Kadyrov, presidente de la república desde 2007 y con una relación de auténtica veneración hacia Putin.

Kadyrov no solo ha acabado en Chechenia con todo tipo de oposición al dominio ruso, sino que incluso se ha permitido enviar algunas de sus guerrillas al frente de Ucrania, aunque fuera para subir vídeos a las redes sociales y poco más. Ahora bien, el problema es que Kadyrov parece estar enfermo. Recientemente, se disparó el bulo de que estaba en coma en un hospital de Moscú, al borde de la muerte. Un bulo que el propio Kadyrov se encargó de desmentir en primera persona publicando un vídeo en plena calle.

No, Kadyrov no se está muriendo... pero sí es cierto que tiene problemas de salud indefinidos a sus 46 años. En su última aparición, junto a su tío en un hospital, Kadyrov reflexiona sobre los rumores de las últimas semanas de una manera ambigua, sin negar la enfermedad, pero dejando claro que tal vez no sea para tanto.

En otras circunstancias, la vida o la muerte de Kadyrov sería intrascendente. En un contexto de supremacía rusa, la transmisión de poderes a su hijo mayor Ajmad, de diecisiete años, se haría sin peligros ni traumas, ante la vigilancia del propio Putin y en armonía con las directrices del Kremlin.

Peligros de una Rusia débil

Sin embargo, esa supremacía ha desaparecido. Rusia es un país a la defensiva: lo es en Ucrania, donde su único objetivo ha pasado a ser mantener Crimea y el resto de lo apropiado en 2014; lo es en Azerbaiyán, donde ni ha pestañeado ante el ataque a su aliada Armenia; lo es en Georgia, donde no fue capaz de frenar las protestas populares... y lo sería en Chechenia si Kadyrov falleciera. En otras palabras, Putin y sus sueños imperiales están ahora mismo en las manos de un hombre enfermo y visiblemente cansado. Todo lo construido durante veinte años se le escapa entre los dedos.

La situación es problemática incluso en África, donde la caída en desgracia del Grupo Wagner va a obligar a Rusia a mandar sus propios soldados para apoyar a los distintos dictadores que ha ido manteniendo en el gobierno de países como Sudán del Sur, Libia, República Centroafricana o, más recientemente, Níger. Lo que no sabemos es de dónde van a salir estos soldados: bien tendrá que derivarlos Putin del frente de Ucrania, gastarse un dineral en reclutar sus propios mercenarios o heredar a precio de oro los de Prigozhin.

Por supuesto, nada de esto habría pasado sin la heroica resistencia de Ucrania. Ahí está ahora mismo el dilema de Occidente: continuar el apoyo a Kiev y debilitar en consecuencia a Rusia o seguir permitiendo que Putin ejerza de garante del statu quo para que la inestabilidad no se dispare en medio planeta. Parece que eso es lo que ha estado sobre la mesa durante los últimos años: Putin era un sátrapa, pero, en principio, era un sátrapa que controlaba otras amenazas potencialmente mayores, incluida la del Estado Islámico.

Una Rusia débil no da tanto miedo como una Rusia fuerte e imperialista, pero provoca ciertos tembleques. Hay demasiados países donde Occidente prefiere no poner siquiera el pie. Cuando lo ha hecho -Afganistán, por ejemplo- ha tenido que salir por las bravas, dejando a la población autóctona vendida ante el terror.

Hay una parte del mundo "entregada" a Rusia, pero de la que Rusia ya no puede cuidar. De ahí los equilibrios y los titubeos. De ahí, las propuestas de negociaciones y treguas-parche. El mundo de ayer, parece, ya no se sostiene. Y el vértigo va por barrios.