Crónica desde el epicentro del Apocalipsis: 60.000 rescatistas son pocos para tanta destrucción
En la ciudad de Kahramanmaras, a pocos kilómetros del epicentro del seísmo, miles de personas continúan la búsqueda de supervivientes desafiando al tiempo y al frío.
9 febrero, 2023 03:15En el éxodo masivo de personas que recorre el sureste de Turquía, hay quienes huyen del peligro y hay quienes corren hacia él. A los segundos, nada les detiene. Pasadas 72 horas del terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter que asoló la región, van en búsqueda de sus familiares en contra de toda lógica. Las esperanzas de encontrarlos con vida son ya prácticamente nulas. Menos para ellos y 60.000 rescatistas que trabajan día y noche con el objetivo de dar con un hilo de vida debajo de los escombros.
En Kahramanmaras, a pocos kilómetros del epicentro del seísmo, la destrucción es total. Los edificios que se mantienen en pie están vacíos y resquebrajados. Son el reflejo de una ciudad fantasma. A pie de calle, sin embargo, en la zona más afectada de la ciudad junto al centro comercial Piazza, el ajetreo es atronador: el martilleo de las excavadoras, las voces de los soldados y las sirenas de los vehículos de emergencias no se detienen.
La gasolinera cercana a este barrio arrasado casi por completo se ha convertido en un centro de mando del Ejército. Mientras, decenas de vehículos de civiles se amontonan con la esperanza de que llegue combustible. Al caer la noche, una decena de fogatas hechas con la ropa que queda entre las ruinas se extienden por las calles improvisadas en medio de un mar de escombros. En pequeños círculos alrededor del fuego, civiles y militares se protegen de temperaturas bajo cero.
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Hasta este escenario apocalíptico llegó en la mañana de este miércoles Mustafa Saka, de 24 años, estudiante de Comercio Internacional en Estambul. Junto a su hermano Emre y su primo Mustafa, ambos de 30, deambulaban frente a los restos de la que fuera la casa del mayor de sus hermanos, Melsha. El bloque de siete pisos donde vivía con su mujer y sus dos hijos pequeños, se vino abajo. El edificio quedó aplastado como un acordeón.
“Vine aquí pensando que los encontraríamos, pero no tenemos noticias de ellos. Seguramente estén muertos”, lamenta en conversación con EL ESPAÑOL al pie de una excavadora. Su historia es solo una más entre las 11.200 víctimas mortales que ya se contabilizan por el terremoto. De estas, 8.574 se han producido en Turquía y 2.662 en Siria. Los heridos totales ascienden a 55.000.
Críticas a la respuesta
En el mismo lugar donde los anónimos Mustafa y Emre buscaban a su hermano, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, daba los datos oficiales, durante una visita acompañado de la prensa durante la mañana de este mismo miércoles: “Aquí en Kahramanmaras, en el epicentro del terremoto que golpeó a diez provincias, puedo decir que, por ahora, hay 8.574 muertos y 49.133 heridos”.
El mandatario también destacó la ayuda del despliegue civil y militar para hacer frente a la situación, en medio de críticas crecientes por una respuesta tardía y voces que señalan que la tragedia podría haberse minimizado de haberse hecho inversiones necesarias en la zona.
“Creo que mis ciudadanos, que siempre fueron pacientes, seguirán siéndolo, bajo la coordinación de la AFAD (la agencia de emergencias turca) el Estado está aquí”, dijo Erdogan ante los micrófonos de los periodistas en la zona cero del desastre.
“El primer día hubo algunos problemas, pero el segundo y hoy (miércoles) las cosas están bajo control. Empezaremos a retirar los escombros y nuestro objetivo es reconstruir las viviendas de Kahramanmaras y las otras ciudades afectadas en el plazo de un año”, añadió el presidente, que se enfrenta a unas elecciones decisivas en mayo.
Por el contrario, los hermanos Saka son escépticos y se sienten abandonados. “Hemos estado dos días solos. La gente trataba de sacar los escombros con sus propias manos, estaban desesperados. No han venido a ayudarnos hasta hoy (miércoles)”, explica Mustafa. “Estoy muy confuso, no sabemos qué vamos a hacer mañana”, prosigue.
El mismo sentir expresaban otros vecinos presentes en la zona más devastada de Kahramanmaras, donde se enfrentan a una tercera noche de incertidumbre. Los que no han podido abandonar la ciudad, se refugian en polideportivos, escuelas y campamentos improvisados por el Ejército y las agencias de protección civil. Algunos incluso lo hacen en el compartimento de carga de camiones, en medio de la más absoluta oscuridad. Los hermanos Saka, por ejemplo, se alojan en la casa de un familiar en un pueblo cercano que no se ha visto afectado.
Mientras las horas pasan, los 60.000 rescatistas desplegados en la zona hacen turnos ininterrumpidos para llegar hasta el último rincón y dar con los últimos supervivientes. El miércoles aún seguían sacando a personas vivas entre las ruinas. La mayoría forman parte de AFAD, cuerpos policiales turcos y el Ejército. Pero también hay destacamentos internacionales y voluntarios locales. Es el caso de Fatma, de 37 años, funcionaria del Ministerio de Deporte y Juventud turco en Ankara.
“He llegado hoy (miércoles) a las 12:00 de la mañana. En el ministerio nos han dado un permiso para venir a ayudar como voluntarias y estamos aquí tratando de echar una mano”, explica a este periódico. Fatma se ha desplazado hasta Kahramanmaras con dos compañeras.
Dificultades logísticas
Las tareas son especialmente complicadas por las dificultades logísticas y la meteorología adversa. Así lo advirtió el responsable de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Turquía, Batyr Berdyklychev, desde Diyarbakir, otra de las ciudades afectadas. Este miércoles llegó a Estambul desde Dubái el primer envío de ayuda humanitaria de la OMS, que pretende llegar a las zonas más golpeadas de Turquía y Siria.
La ayuda logística y los equipos de rescate tratan de desplazarse por aire, mar y tierra. Sin embargo, desde el lunes, se han cancelado decenas de vuelos por complicaciones operativas, debido al estado de algunas infraestructuras tras el terremoto, o por el fuerte temporal de nieve y frío que atraviesa esta parte del país.
Al sur, la provincia de Hatay es otra de las más afectadas. En el puerto de Iskanderun (Alejandreta), un incendio en los contenedores que se agolpan desordenados en la terminal de carga marítima sigue activo la madrugada del domingo al lunes. Este incidente complica la llegada de ayuda humanitaria a través del mar a aquella zona.
En la bahía de Iskanderun permanecen fondeados el portaaeronaves español Juan Carlos I y el buque anfibio Galicia, a la espera de poder desembarcar la ayuda humanitaria y desplegar a su personal en las tareas de rescate.
Mientras, por las carreteras hacia las zonas afectadas viajan camiones con excavadoras, tráileres con barracones y todo tipo de vehículos privados con gasolina, víveres y mantas. Hacen frente a la nieve y los embotellamientos que se generan en algunos núcleos urbanos como Göksun, una localidad al norte en medio de las montañas, a mitad de camino entre las ciudades de Kayseri y Kahramanmaras.
En la dirección contraria, miles de supervivientes tratan de llegar a un lugar seguro con lo que pudieron llevarse. Esperan pacientemente en largas filas de vehículos en la carretera, con el sueño de poder regresar algún día a sus hogares. Aún no son conscientes de sus pérdidas, pero cuentan al menos con el alivio de dejar atrás el terror que han vivido en las últimas horas, y que las múltiples réplicas que se siguen produciendo de forma intermitente no cesan de recordar.