'Palabra de reina' una novela histórica que indaga sobre la vida y el poder de Catalina de Aragón
La escritora Gema Bonnín nos habla de su última novela, Palabra de reina (Ediciones B, 2023).
16 enero, 2024 02:06Palabra de reina (Ediciones B, 2023) nació como un reto que me impuse a mí misma cuando, después de muchos años de escribir y publicar fantasía juvenil, me sentí con ánimos de lanzarme a por la novela histórica adulta. Sin embargo, al no ser yo historiadora ni tener experiencia con este tipo de ficción más que como ávida lectora, tuve que medir bien mis pasos.
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Mi aspiración recalaba en María I de Inglaterra, hija de Enrique VIII, ese rey tan célebre por su sonada vida amorosa —tuvo seis esposas, a dos de las cuales mandó ejecutar— y por ser el responsable de la escisión de Inglaterra del catolicismo y del nacimiento del anglicanismo.
María es un personaje interesantísimo desde su infancia por muchas razones, pero de ella destaca que fue la primera reina de Inglaterra por derecho propio, además de reina consorte de España. Admito que, en parte, esa conexión con mi tierra me hace sentir debilidad por ella.
Empecé a estudiar su figura. Llevaba desde los dieciocho años sintiendo fascinación por la Inglaterra del siglo XVI gracias a una serie llamada «Los Tudor», que me llevó a querer conocer la realidad detrás de esa ficción audiovisual, por lo que recurrí a numerosos libros y ensayos acerca de la época y sus personajes, así que cuando me dispuse a investigar a fondo a María tenía material del que partir.
De inmediato me di cuenta de que era una ambición muy grande por la cantidad de tiempo de documentación que me exigía, y yo no quería esperar tanto. Las manos, la mente y el corazón me pedían escribir histórica adulta y me pedían hacerlo pronto. Como autora estaba evolucionando, ampliando mis horizontes, y la necesidad de trabajar en ello me hostigaba.
Coincidió que en aquella época me fui a vivir a Alcalá de Henares, ciudad en la que nació la madre de María I, Catalina de Aragón, conocida por ser la primera mujer de Enrique VIII, aunque por aquel entonces yo ya la conocía por mucho más que por eso. Empecé a pasar muy a menudo por delante del palacio arzobispal, donde nació en 1485 y en el que hay una estatua en su honor. Pasaba por delante cada vez que iba al centro a hacer un recado o a pasear.
Cuando me sobraba tiempo me paraba delante de la estatua y la miraba mientras pensaba en todo lo que sabía acerca de la vida de la mujer a la que representaba: Catalina de Aragón y Castilla, última hija de los Reyes Católicos, hermana menor de la reina Juana (injustamente apodada «La Loca), mujer a la que su marido abandonó por Ana Bolena… Sí, sabía mucho de Catalina. Conocía su vida.
Pero, ¿la conocía a ella? En aquellas visitas a su estatua que acabaron convirtiéndose en peregrinaje me di cuenta de que, a pesar de que sobre Catalina se ha escrito y mostrado mucho, es una figura a la que la historia y la ficción ha envuelto en sombras: la mujer abandonada, la mujer que no pudo aceptar la realidad, la mujer a la que despojaron del título de reina, la mujer devota que se escudaba en el catolicismo y no sabía ver más allá de su fe.
En realidad, y pensándolo bien, solo había visto una representación de Catalina en el que el personaje se retratara fuera de aquella tónica. Fue, precisamente, en esa serie previamente mencionada, Los Tudor, que, pese a sus defectos, tiene la gran virtud de no presentar a los personajes españoles con el sesgo habitual con el que los castiga la visión del mundo angloparlante.
Me di cuenta de que Catalina también despertaba un interés y una sensibilidad especiales en mí y que estos estaban en consonancia con mis habilidades literarias porque de ella conocía mucho más que de María. Estaba mucho más familiarizada con la primera mitad del siglo XVI –a la que perteneció Catalina– que con la segunda –en la que destacó María– así que el grueso del proceso de documentación se me antojaría menos arduo.
Estudié a Catalina un poco más a fondo, decidida a escribir sobre ella primero, y en febrero de 2022, cuando ya había resuelto qué clase de novela iba a ser, lo que iba a contar en ella y de qué forma, me lancé y redacté las primeras páginas. Me sentí cómoda haciéndolo, con una zozobra razonable, pero bajo control; terminé el primer borrador en agosto de ese año.
«Palabra de reina» no es una novela larga o densa porque era mi ejercicio de exploración de un género nuevo para mí y no quise imponerme un desafío mayor que el cambio de registro supone de por sí. Pese a ese cariz de experimento que tuvo para mí como autora, es una novela en la que deposité sentimiento, dedicación, conciencia y responsabilidad.
Al fin y al cabo, no es una novela sobre un personaje cualquiera, sino que constituye un homenaje a una figura de nuestra historia que, si bien no ha sido tan vilipendiada por voces posteriores como lamentablemente lo ha sido su hija, tampoco se la ha apreciado como es debido. Por ella siento un afecto profundo y sincero.
Como soy una romántica incurable, en abril de 2023 viajé a Peterborough, en cuya catedral descansan los restos de Catalina, y le llevé un ramo de claveles, la flor nacional de nuestro país. En silencio, le hablé de la novela, de mi intento por envolver de luz su nombre y su recuerdo en contraposición a lo que han hecho otras ficciones.
Lo que aparece en «Palabra de reina» es un retrato muy intimista de cómo creo que pudo ser una mujer tan magnífica, digna y admirable como Catalina de Aragón, de lo que, en mi comprensión del alma humana, me figuro que pudo anidar en su interior.