Entre chapuzón y chapuzón estamos combatiendo los rigores de este caluroso verano con unos Juegos Olímpicos en París que nos están dejando imágenes para la historia: esa despedida de Nadal ovacionado en su pista fetiche, la que le ha visto ganar en catorce ocasiones. Las lágrimas de Alcaraz agarrándose a su garganta e impidiéndole hablar tras conquistar una más que meritoria plata. Nuestras chicas del baloncesto 3 x 3 exultantes con esa plata que sabe a oro después de llegar sin opciones de ganar pero con todas las ganas de disfrutar. Simone Biles, que ha vuelto a alzar el vuelo demostrando que parar no es rendirse, sino continuar… y regalándonos ese maravilloso y generoso gesto, recibiendo con una reverencia, junto a su compañera, a la ganadora del oro en el podio. Y así podría seguir enumerando un sinfín de momentos llenos de emoción, valores y humanidad.
Pero, por encima de todos, están los gritos desgarradores y el llanto de Carolina Marín, envuelta entre aplausos llenos de respeto y cariño de un público en pie, arropando a una deportista que veía como se le escapaba su segundo oro olímpico por culpa de una lesión. Uno de los momentos más dolorosos de estas Olimpiadas y, a su vez, más ejemplares y emocionantes: una lección de vida.
Porque la vida, en ocasiones, no va de merecimiento. No siempre el trabajo, la entrega y el esfuerzo se ven recompensados. No cada vez que queremos, podemos. No todos los sueños, aunque se trabajen, se cumplen. Porque, a veces, no todo depende de ti. No todo se resume o se simplifica en éxitos o fracasos. Esto no va solo de ganadores o perdedores.
Carolina merecía ganar. Ha luchado por sus sueños desde niña, con catorce años ya sabía que quería ser la mejor del mundo y se fue lejos de su familia; se ha sacrificado lo indecible, ha entrenado hasta la extenuación, se ha recuperado de lesiones en tiempo récord con una asombrosa fuerza de voluntad, se ha enfrentado a sus miedos y a las trampas de la mente… Ha sido pionera en su deporte, el bádminton: tres veces campeona del mundo, primera y única mujer no asiática en ganar un oro olímpico, siete títulos europeos, reconocida con múltiples premios, entre ellos el Princesa de Asturias. Una mujer referente para muchas niñas, deportistas y para todo un mundo rendido ante su talento, fuerza, valores, sacrificio y su pundonor que demostró hasta la hora de abandonar la pista, negándose a hacerlo en silla de ruedas. Por eso, su rival la homenajeó subiéndose a recoger su medalla con un pin de la bandera de España, un gesto lleno de alma que vale más que todas las palabras, porque no es verdad eso que nos han contado en tantas ocasiones que las "mujeres somos nuestras peores enemigas".
Carolina no ha perdido y, además, se ha ganado todo el respeto, el cariño, la admiración y la gratitud de su país y de todo el mundo. Una mujer que nos ha demostrado que creer y querer es lograr si lo trabajas, pero que, también, la vida puede truncar tus planes jugándote una mala pasada y eso no es fracasar.