Abraham Maslow fue un importante psicólogo, considerado uno de los padres de la psicoterapia humanista, que en 1943 postuló la llamada “Pirámide Motivacional”. Básicamente, lo que planteaba este fulano tan listo es que las necesidades de las personas responden a una jerarquía, de forma que se establecía una pirámide, en la que había unas más importantes y potentes en la base, que hasta que no eran satisfechas, impedían que la persona pudiese centrarse en las del escalafón superior, que eran más “accesorias”.
En la base estarían aspectos relacionados con necesidades fisiológicas (comer, dormir…), luego tendríamos las de seguridad (salud, propiedad privada, subsistencia económica, empleo…) y después pasaríamos a otros tres escalafones de mucho menor peso (la parte superior de la pirámide es más estrecha) que responden a las necesidades de Afiliación (amistad, afecto, pertenencia…), de Reconocimiento (confianza, respeto, éxito, valoración…) y finalmente en la cúspide, las de Autorrealización (sentido de vida, moral, creatividad, inquietudes…).
Según este modelo, una persona difícilmente pensará en la idea de justicia o de belleza si no tiene para comer, o no buscará pareja si no tiene un techo bajo el que dormir.
Es una teoría con algunos fallos y contradicciones pero que, más o menos, funciona. La cuestión para mí es, ¿y si en vez de verla aplicada a un solo individuo la pensamos en términos sociales?
Desde 1950, debido al avance del estado del bienestar y la socialdemocracia, así como de los importantes avances tecnológicos que han provocado el aumento de la productividad y la aparición de nuevos productos que resuelven los más dispares problemas, los habitantes de occidente han conseguido cubrir sus necesidades de los estadios inferiores de sustento y seguridad (aunque esto va a la baja desde la crisis de 2008), lo que explicaría por qué han emergido con fuerza las reivindicaciones de pertenencia y valoración, que, si nos fijamos, es lo que aseguran que quieren cubrir estos grupos identitarios (especialmente las de pertenencia).
Lógicamente, en la era del postmodernismo, las reivindicaciones y enfoques se hacen en base a éste, y las demandas ya no son para el conjunto de la sociedad, sino para colectivos con los que sentirse identificados y de los que formar parte.
Esto es así debido en parte a que la construcción identitaria se está haciendo, una vez más, basada en gran medida en la definición en base a lo contrario y el frentismo ante “el otro” (el inmigrante, el machirulo, el facha…) y porque en una cultura donde el individualismo determina que la nueva obligación es “gustar, ser especial y único” se busca tener ese valor y diferenciación, sintiéndose parte de colectivos con marcados rasgos de identidad que permitan diferenciarse y destacar del resto. Además de que la víctima es, en una sociedad que repudia la violencia y la dominación, un nuevo valor social y fuente de legitimidad para prácticamente cualquier cosa…
¿Hemos muerto de éxito como sociedad y aparecen nuevas necesidades que son legítimas, pero se plantean de forma distorsionada? ¿Son necesidades de tipo individual o también son sociales y colectivas? ¿Hay alguna forma de satisfacerlas sin crear frentismo, batalla cultural y choque radicalizado? ¿Cuánto durará esta sensación de necesidades básicas cubiertas y tendremos el foco en estas necesidades de valoración y pertenencia mientras, paradójicamente, las de seguridad y sustento material se siguen devaluando de forma vertiginosa mientras la atención pública se centra en la valoración, la pertenencia y la identidad?