Hoy escribí en la pizarra el nombre científico del labiérnago, Phyllirea angustifolia. Le pedí a un alumno que me hablase sobre ese arbusto mediterráneo. Con dificultad pronunció el nombre genérico, exclamando Pillirea. Entonces les explique que hay algunas dobles letras que tienen pronunciación propia, como la ‘ph’ que debe leerse como una efe, la ‘ae’ como ‘e’, la ‘ch’ como ‘k’ o la ‘ll’ como ‘doble l’.
Les explico que algunas de ellas estaban antes en nuestro abecedario, pero que incluso las dos últimas han sido eliminadas recientemente por la RAE, al considerarlas intrusas. Entonces le aclaro la solución, debemos hablar de Filirea. Me sirve para preguntar si alguno ha estudiado latín, nadie contesta salvo alguno que sonríe mientras me la devuelve con otra pregunta ¿y eso qué es? La lengua más hermosa, que aunque algunos den por muerta está más viva que nunca, le respondo enojado. Al final, habrá que darle la razón a los ingleses cuando afirman que ellos son los genuinos veladores de la pronunciación y sintaxis latina.
De vuelta me cuestiono si conocerán que hay una lengua griega clásica, de la que Málaga fue su último baluarte en la Península Ibérica. Del principio de Arquímedes o de la relación transitiva de la lógica que nos decía que siempre que un elemento se relaciona con otro y este último con un tercero, entonces el primero se relaciona con el tercero, aunque en la vida no siempre sea así. O aquellas singulares propiedades de los números. Qué fácil nos fue entender como el orden de los factores no alteraba el producto, si bien en la vida real son muchas las veces que no es posible conmutar.
La asociativa nos decía que el producto es el mismo sin importar la manera en la que se agrupan, aunque la política nos demuestre lo contrario. Y la más obvia, la de identidad, que nos enseñaba que cualquier número sumado con cero da como resultado el mismo número, y que, sin embargo, si los multiplicamos el producto será cero. Recaigo en esta paradoja tan grande del cero. La ausencia de algo, el vacío, es lo que nos muestra el cero y más aún cuando se coloca a la izquierda. Parece que ese es el destino sociológico de una sociedad mareada, intoxicada, que no sabe hacia dónde mirar buscando valores y principios.