A inicio de los noventa hicimos una expedición para estudiar los fantásticos cedrales con pinsapos marroquís del Parque Nacional de Tazzeka. Tras recorrer tan maravilloso lugar, que nos habría los ojos sobre como sería de forma natural la Sierra de las Nieves hasta hace un par de siglos, decidimos viajar hasta las puertas del desierto.
Nos dirigimos a Oujda, una ciudad en el límite entre Marruecos y Argelia, a poco más de trescientos kilómetros de Málaga y con tantos habitantes como ella. Tras pernoctar nos adentramos por esa ventana más septentrional del desierto. Recorrimos una carretera estrecha, cubierta de arena en muchos de sus tramos. Atravesamos unas pequeñas vegas donde se cultivaban cítricos y distintas especies de leguminosas.
Desde las antiguas ruinas de un aeródromo francés, que recordaba a la película Casablanca, podíamos observar un pedregal de guijos cortantes. Al fondo las primeras dunas de arena nos advertían que allí se acababa nuestro camino y que topábamos con la región más occidental de Argelia, por entonces un importante foco de fundamentalistas.
Mi deseo de tocar esa antesala desértica más septentrional se cumplió, y pude sentir la aridez extrema, a la vez que observar como los escasos pobladores de aquellas tierras, al igual que la vegetación, adaptaban su forma de vida a unas condiciones tan extremas, desde sus viviendas a sus hábitos, al aprovechamiento del agua o a las formas de cultivo. Cuanta diferencia a tan escasa distancia de nosotros.
Todos los estudios actuales referencian al Mediterráneo occidental como zona cero del calentamiento global, y sus efectos son notables en especial en la escasez de agua. Esta desertización, unida a la desertificación causada por la inapropiada actividad humana, aceleran las drásticas consecuencias.
Más recientemente un análisis global de los acuíferos, de esas aguas que permanecen bajo nuestro suelo y que han sido la cartilla de ahorro para los períodos más duros, nos sitúan ya como parte del desierto africano. Que equivocados están los que aun nos hablan de que esta es una tierra propicia para cultivos tropicales y subtropicales que requieren ingentes cantidades de agua ¡Ya somos desierto! podemos gritar clamando al cielo unas gotas de lluvia, gritando que ojalá llueva café en nuestros campos, antes de que nos veamos como aquellos pobladores de la región de Tiouli, al sur de Oujda, e incluso algún día como hoy veamos una caravana de camellos con Reyes Magos.